- ¡Mierda mierda! - exclamó frustrado.
Lo tenía todo preparado, pero se había
olvidado el mechero. El puto mechero. Rememorizó sus últimos pasos
tratando de recordar cuando fue la última vez que lo había
utilizado. ¿Se lo había dejado en el bar donde había almorzado?
No... Allí no lo había usado. Siguió pensando. “¡Mierda,
Miguel!” dijo para sus adentros recordando que se lo había
dejado a su amigo para que se encendiera un cigarrillo. “Ya
podría comprarse sus putos mecheros, siempre hace lo mismo. Te pide
fuego y se apalanca el mechero”. Abrumado por el kaos que le
rodeaba, corrió a buscar refugio en un callejón cercano. Ahí se
enconró a una chica sentada junto a unos contenedores. La primera
reacción que tuvo ella fue asustadiza, pero al verle bien, le
inspiró confianza. Con sus ojos, la única parte de la cara que se
le veía a la chica, le invitó a sentarse a su lado.
- ¿Joder, vaya movida, no? - le dice ella apartando el palestino que le cubría la boca.
- Ya ves – contesta él impresionado por la belleza de la joven muchacha – y encima yo me he quedado sin fuego.
- En eso te puedo ayudar – dice ella tendiéndole un mechero – te lo puedes quedar, yo ya me he quedado sin gasolina.
- Perfecto, luego corremos hacia el norte y nos vamos de aquí, ¿te parece? - le propone él.
- Me parece – le contesta la chica asintiendo con una sonrisa enamoradora.
Se apresuró él entonces a encender el
trapo y lanzó así un cóctel molotov con su corazón lleno de amor.
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