Estoy en pie, firme, aguantando el tipo, sin mover un solo
músculo, sin siquiera parpadear. Estoy tan quieto que parezco el centro de
gravedad del entorno a mí alrededor. Algunos niños que corretean esquivando
mesas, dando vueltas a la circunferencia que forma el bar en el que estoy
metido. Nadie consume, ya he limpiado lo limpio y tengo prohibición expresa de
sentarme, de mirar el móvil, de apoyarme, de beber cerveza… por lo que lo tengo
el deber y la obligación de aguantar el tipo, dar buena presencia, incluso
cuando nadie me ve. Así que allí estoy, de pie, inamovible, como un guardia
real del palacio de Buckingham. No muevo ni un músculo, mientras las horas
pasan lentas, tan lentas que parece que no pasan. Mientras un niño camboyano pierde
una pierna al pisar una mina “made in USA”. Un finlandés muere ahorcado por la
soga que el mismo ha atado a las vigas de su linda casa de madera al no
encontrar sentido a la vida después de la jubilación. Un empresario español
muere al estrellar su nuevo deportivo en Zurich. Un espermatozoide penetra un
óvulo generando una nueva vida en el interior de Somya, la bella muchacha hindú
de quince años. Mientras, un terremoto quiebra un bloque de viviendas en Tokyo
y dos perros sin dueño están jodiendo en el parque. Pero yo permanezco inmóvil,
una hora, dos horas, tres horas… Al principio pensando en mis cosas, recordando
historias pasadas. Me acuerdo de mi primer amor en la ciudad condal, y de amor
platónico en Elche. Me acuerdo de la pasión turca, y de mi amor oriental. Y una
erección empieza a materializarse, por lo que cambio la pista del disco que
gira en el interior de mi cráneo. Y cuando me canso de pensar, dejo de hacerlo,
sé que puede parecer difícil, pero me da la impresión de conseguirlo, por un
pequeño instante no pienso en absolutamente nada… Tal vez alcance el nirvana…
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