-
Papá, papá, ¿Nosotros somos cristianos?
-
No, hijo...
-
¿Por qué?
El padre, votante decidido del partido político en el
gobierno, trató de satisfacer la curiosidad de su hijo:
-
Pues bueno, digamos que no creemos en un
pensamiento que nos empuja a hacer sacrificios para un dios invisible, que no
sabemos ni si existe.
Satisfecho, el niño continuó jugando a la playstation
durante un rato. Al padre le preocupaba que jugara tantas horas, no tanto por
la salud del chaval como por la factura a final de mes. Pero no quería
preocupar a su hijo, por lo que, habiendo quitado ya la mitad de las bombillas
de la casa, le dejaba jugar todo lo que quisiera. Pero sabía que tarde o
temprano pasaría. De repente, se fue la luz.
-
Papá, papá, ¿Por qué se ha ido la luz?
-
Pues, supongo que la habrán cortado, con las
últimas subidas de impuestos no me llega para pagarla… - dijo el padre hablando
más consigo mismo que con su hijo.
-
¿Y por qué no protestas en la calle como los que
salían en la tele?
El padre, sorprendido por el alto grado de comprensión de su
hijo, y un poco preocupado por su actitud, respondió:
-
Verás, hijo, no hay que protestar por ello. Lo
que tengo que hacer es conseguir pronto un trabajo. Los impuestos los han
subido porque no les ha quedado más remedio. Era un sacrificio necesario.
-
¿Por qué? – preguntaba el niño.
-
Pues… - sin saber muy bien que iba a contestar,
el padre, empezó a hablar – para calmar a los mercados, y que todo vaya mejor.
-
Entonces… - respondió el chaval - ¿Has
sacrificado la luz a los mercados?
-
Mmm… algo así. – le contestó su padre, deseando
que acabara aquella conversación.
-
¿Y quién son los mercados?
-
Pues… no lo sé – dijo su padre rendido a la
curiosidad insaciable de la infancia.
-
Entonces… - pensó unos segundos antes de
formular la pregunta - ¿Son los mercados nuestro dios?
-
Pues… - a esta pregunta, el padre, un poco
ignorante, no se le ocurrió ninguna respuesta – vete a dormir, que mañana
tienes colegio.
Eso había sonado ya menos comprensivo. El niño se fue a la
cama y el padre quedó sentado en el sofá, en la penumbra de la noche. Sin
absolutamente nada que hacer, al no tener electricidad, empezó a preguntarse cómo
había sido posible que llegaran a ello en un país que, se suponía, garantizaba
un mínimo de bienestar. Empezó a cuestionarse si, el pueblo, la clase popular,
estaban siendo víctimas de un complot de proporciones históricas. Planteándose
la posibilidad de que la religión hubiera sido siempre un entrenamiento para
prepararles para los sacrificios que les suponían el enriquecimiento de las
altas élites. Al fin y al cabo, la riqueza de un país la generan los
trabajadores, sin embargo no son los que la disfrutan. En la antigüedad, en
nombre de las religiones, se hacían sacrificios humanos, se conquistaban y
aniquilaban pueblos enteros, y las personas aprendían a vivir bajo la privación
de tipos de disfrute básico. Todo por satisfacer a un dios, un ente invisible
que no les aportaba beneficio alguno en vida. Ahora todo eso se hacía en nombre
de los mercados. Ese ente etéreo que ejerce presión sobre las personas
llevándolas hasta el suicidio y por el que hay que sacrificar todo tipo de
bienestar. Tal vez su hijo tuviera razón y debieran acudir los dos a la
siguiente protesta. Aún a riesgo de perder un ojo.
En ocasiones, los niños tienen más perspicacia con su sencillez de visión de las cosas, que los adultos, deformados por un pensamientos impuesto y deformado por los medios de comunicación.
ResponderEliminarUn abrazo.
A menudo pasa. Tal vez si todos fuéramos un poco mas "niños" todo iría mejor. Un abrazo.
Eliminar