El pequeño Alfonsito se divertía corriendo detrás de las
palomas a lo largo de la plaza. Se le iluminó la cara con una sonrisa al ver un
gran cúmulo de pájaros en el extremo opuesto del que se encontraba y echó a
correr con todas sus fuerzas. Espantar grandes bandadas de palomas era una gran
diversión para él. El aletear simultáneo de decenas de pájaros a su alrededor
le hacía sentir alguien especial. De repente, se dio cuenta de que en el banco
de al lado había un viejete que estaba alimentando las palomas que él había
espantado. Alfonsito le miró inquieto, pensando que le había fastidiado la
diversión al abuelo y que tal vez se enfadaría por ello. El abuelo levantó la
mano, sonrió y le acarició la cabeza. “Qué
adorable infante” pensó el abuelo totalmente inconsciente, claro está, de
que el niño sería el motor principal de un gran número de atentados contra la
población civil que se cobrarían muchas víctimas mortales en el futuro. El niño
se apasionaría por Maquiavelo durante su adolescencia y seguiría a rajatabla el
principio de “El fin justifica los
medios”. El niño le devolvió la sonrisa y, tras recibir un caramelo que el
viejo le ofreció, corrió junto a su madre:
-
¡Mamá, mamá! ¿Puedo comerme el caramelo?
-
¿Quién te lo ha dado? – Preguntó preocupada su
madre, que siempre le había dicho al niño que no acepte regalos de
desconocidos.
-
Ese señor – dijo el pequeño señalando con su
dedo al Abuelo que volvía a alimentar apaciblemente a las palomas.
La mujer miró al
hombre que sonreía al apreciar el vuelo de los pájaros. “Qué adorable ancianete” pensó la mujer, inconsciente de que la
pasión por los pájaros que sentía el abuelo la había recibido al envidiar su
libertad mientras cumplía condena en prisión por múltiples violaciones con
posterior asesinato. Una de las chicas asesinadas era menor de edad.
-
Cómete el caramelo – dijo la madre confiada –
ese señor es buena persona.
Es curioso como cerca del principio y del
final de la vida, los acontecimientos venidos o por venir de la etapa
intermedia no importan. Ya sea por inconsciencia de la naturaleza de los
infantes o por compasión a una muerte cercana de los ancianos, todos parecemos
adorables cerca del principio o del fin.
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