miércoles, 18 de agosto de 2010

El borracho inconsolable I



EL BORRACHO INCONSOLABLE
I
Estas sentado en la taza del váter, lo que sale de tu agujero negro es innombrable. El suelo se mueve y el cielo iluminado del otro lado de la ventana te indica que has estado demasiadas horas fuera de casa, bebiendo. Intentas mantenerte despierto pero tus ojos pesan, te estas durmiendo sentado en la taza del váter, con los pantalones bajados y el culo lleno de mierda de una masa semejante a la nocilla en verano. Cuando te dejas vencer y caen tus parpados, tu cerebro te traiciona desactivándose por un momento, lanzándote precipitadamente contra el suelo. Pero, bendita tu suerte, que el brusco movimiento ha sacudido tu castigada y deshidratada masa gris, y esto ha provocado una reacción simultanea en tu estómago, que se ha revuelto mas que unos huevos en un desayuno inglés. Te apresuras, pues notas la abundancia de líquidos que empieza a segregar tu boca por la necesidad de vomitar. Bajas el culo de la taza del váter, y pones la cara. El terrible olor de la diarrea te penetra las fosas nasales ayudándote a vomitar con más fuerza, y entonces, el olor se mezcla con la peste a bilis. Todo junto crea un ambiente en el que te da la impresión de que no podría vivir ni un cerdo, ni si quiera una cucaracha. Pero ahí estás, con la cara apoyada donde antes tenías el culo, agradeciendo haber apuntado bien al cagar. Sobreviviendo a una de tus mayores borracheras, una de tus tantas mayores borracheras, y preguntándote una vez más, de qué sirve beber. Abrazas el váter como si fuera tu novia, vuelves a vomitar, y acto seguido pierdes la conciencia en el retrete de tu casa, que, ahora mismo, por tu propia culpa, es el retrete más asqueroso que has visto en tu vida. Aún así te quedas allí, apoyado a pocos centímetros de una obra de arte formada por heces, licor semidigerido y bilis. Al menos por un par de horas, hasta que tengas fuerzas de ir a la cama.
Al despertar tardo unos segundos en recordar donde estoy. No recuerdo haberme separado de la taza del váter, pero ahí estoy, tumbado en el suelo. Con medio cuerpo dentro del aseo y el otro medio en el salón. Por suerte ha desaparecido esa voz que me sermonea a menudo. Son las ocho de la mañana, y mis clases empiezan a las ocho y cuarto. Llego tarde. Me duele la cabeza y me apetece tanto ir como pegarme martillazos en las pelotas. Pero me apetece aun menos verle el rostro al imbécil de mi padre recién levantado. Así que, tal como me despierto, me levanto y me voy en dirección al instituto. Ni tan siquiera me ducho, aunque se que me iría bien. No me queda tiempo, urge abrirse si no quiero encontrarme con él.
El trayecto en el autobús se hace especialmente duro. En mis auriculares suena "Megadeth", y suena "El reno renardo". Tengo un duelo con una señora al salir del autobús. Ella espera a que me disponga a bajar, para hacer lo mismo, entonces me empuja pretendiendo que la he empujado yo, y prosigue su coreografía con una sarta de insultos. Aunque no se que dice, su voz queda totalmente enmudecida por los brutales acordes oscuros de "Lamb of God" que ahora suenan en mi mp3.
Cuando consigo bajar del autobús y miro la hora, me doy cuenta de que llego más de una hora tarde. La resaca aun no ha cesado, y ni siquiera he desayunado. Mi próxima parada es el bar de la esquina. Allí le pido un bocadillo de sobrasada y una doble malta al camarero. El primer trago me sabe a gloria.
Piensas volver borracho, arrastrándote a casa, no te importa lo que piense la gente. Sabes que el mundo esta jodido y pretendes no verlo a base de tragos. Pero sabes que por mas que bebas el mundo seguirá así. No es el mundo el problema...
La voz de mi mente desaparece en el momento en el que llegan al bar un grupo de compañeros de clase. Esto me indica que ya son las once, la hora del descanso. Es un momento agradable del día. No es fácil encontrar compañeros de barra dispuestos a compartir hazañas y peripecias durante las horas matinales. La resaca ya va desapareciendo, o mas bien se esta reconvirtiendo en una nueva borrachera, pues ya llevo cuatro cervezas. A la llegada del camarero para coger comanda a mis compañeros aprovecho y pido otra.
Con quien me llevo mejor, y tengo mas confianza de ellos se llama David, compartimos aficiones, por la música, por los videojuegos, por el cine porno... Aunque a veces me da la impresión de que me desprecia por como soy. Él es lo opuesto a mi. Es puntual, responsable, respetuoso, saca buenas notas, tiene coche y una novia estable. A pesar de escuchar heavy metal, es lo que se llamaría un hombre de provecho, una persona políticamente correcta, un buen partido. Calificativos que jamás nadie diría de mí. Aún así me muero de ganas por contarle lo que hice el pasado viernes. - No sería así si no fueras borracho, pero siempre sobreexplotas el efecto desinhibidor del alcohol - Vale, pero voy borracho, así, sin mas preámbulos, le digo:
- El viernes participé en un bukkake.
- Muy bien, Hector - Se ríe un poco. Parece que ya nada de lo que le digo le sorprende.
Ya debe estar pensando que no tienes remedio. Que eres un hombre acabado sin provecho alguno, y que así no vas a llegar a ningún sitio, pero tu sigues bebiendo y bebiendo sin parar, aunque no tengas nada que celebrar. Beber y beber sin parar no te lleva a ningún lado, mientras, mírale a él, responsable, anteponiendo sus obligaciones a la fiesta. Sin duda su padre estará orgulloso de él. ¿Y que hay de su novia? Seguramente le recompensa por su dedicación y esfuerzo con la mejor de las ofrendas. En cambio tú, lejos de tener a alguien que se enorgullezca de ti, ni si quiera puedes estar orgulloso de ti mismo. Sin embargo aquí sigues, en pie, luchando por llegar al día siguiente. ¿Por qué lo haces?
Se hacen las once y media, se ha acabado el tiempo de descanso. Decido seguir la corriente de mis compañeros y abandonar el bar para hacer lo que se supone que debo hacer; asistir a clase. Aunque no es que consiga aprender mucho ni prestar mucha atención debido a mi particular estado ebrio. Aun así intento hacer los ejercicios prácticos con el ordenador y currar un poco, intentando disminuir el retraso que llevo.
A las dos y cuarto del mediodía el autobús está a reventar. Como todos los días. Debido a mi envergadura se me hace más difícil que a otros abrirme paso a través del cúmulo de estudiantes jóvenes de la periferia. Pero el conductor grita que nos movamos hacia el fondo, que no cabemos todos, así que avanzo, y avanzo. En frente de la puerta de salida he visto un pequeño hueco en el que a lo mejor puedo ponerme de pié sin sentir que me tocan un montón de desconocidos. Así me voy abriendo paso a través de los chavales, esquivando sus gorras planas, hasta que uno de ellos cree que lo empujo a conciencia:
- ¡De qué vas chavo! - Me grita
- ¡ Joder, déjame espacio para pasar! - Le contesto con el mismo tono.
El muy subnormal no entiende que el autobús está abarrotado, y, si apenas ha dejado espacio tras de si para que pase una persona normal, mucho menos para que pase yo con mi mochila, o sin ella, realmente tampoco viene de ahí.
- ¡Simplemente no me toques, gordo!
No tengo nada en contra de la gente de otros países, que quede claro, pero si me tocan los huevos de manera descerebrada yo respondo a la altura:
- ¡Vete a tu puto país, panchito de mierda!
- ¡¿Cómo?! Repite eso si tienes huevos, venga repítelo huevón, repítelo - me dice hablando a una velocidad de vértigo, mientras saca pecho. - Eres un puto racista, ¿no?, ¿Te crees muy fuerte? Repite eso que dijiste si los tienes bien puestos venga...
Me vuelve a doler la cabeza debido a una nueva resaca, y no estoy para aguantar a idiotas de tal magnitud. Así que le interrumpo su charla de gallito sin gallinero asestándole un izquierdazo en toda la cara con todas mis fuerzas. Lo hecho para atrás. Sin duda he aprovechado el factor sorpresa y he conseguido tumbar al chulo de un golpe. Por un solo instante me siento victorioso, parece que he hecho un "knock out". Un "perfect". Pero solo lo parece. Los dos amigos que le respaldan lo sujetan evitando que caiga al suelo, y lo empujan hacia mí. Como si estuviéramos en una pelea clandestina y hubieran apostado por él. Aprovecha el impulso recibido y añade la potencia de su brazo, que no es poca. Me hunde su puño en mi cara. Me caigo al suelo con el golpe que me quita el "perfect", pero... pero voy a... pero voy a recibir una tunda de hostias en pocos segundos que me va a quitar hasta la resaca. Mientras recibo palos, escucho al conductor gritando desde su asiento, grita que nos bajemos, que no quiere historias en su autobús. Ha parado y abierto la puerta expresamente para que nos bajemos. La gente que nos rodea simplemente mira, con los ojos muy abiertos, pero solo miran. Ninguno piensa ayudarme, ni intentar detener esto. La masa atónita ha formado un circulo alrededor nuestro que recuerda a una pelea de boxeo callejero, solo que sin dinero en las manos ni gestos de ánimo. Y yo me pregunto dónde coño estaba todo este espacio hace unos minutos. Entonces nadie se apartó para dejarme paso, y ahora estoy recibiendo una paliza de parte de un macarra al que no había visto antes, a pesar de que debe estudiar en el mismo centro que yo. Me cubro la cabeza con los brazos, y noto su puño hundirse en varias partes de mi cuerpo. En la franja de aire que queda entre mis dos antebrazos veo la puerta trasera del autobús, abierta. Estoy salvado. Me arrastro hasta el exterior, y allí, la lluvia de golpes cesa. El autobús arranca a mis espaldas mientras me levanto del suelo. No es la primera vez que pierdo una pelea. Estoy bastante acostumbrado al fracaso, en muchos aspectos, también al dolor.
La parada de metro que tengo que coger no me queda lejos, así que decido acercarme caminando en lugar de esperar a que pase el próximo autobús. A cada paso que doy noto como el temblor de mis carnes hace resurgir el dolor de los golpes recibidos. Dentro del metro otra vez lo mismo. Hora punta, cúmulos de gente que se apelotonan una tras otra para pasar por las puertas, por las escaleras mecánicas, por los pasillos... Me recuerdan a un hormiguero, donde cada miembro sigue su función de manera eficaz y automática. Como si su genética les obligara a hacer eso y no pudieran hacer ninguna otra cosa a parte de la que hacen. Se que suena típico, pero es así como lo veo, y me parece deprimente. Patético. Sobretodo porque formo parte de ello.
A pesar de lo lleno que está el metro toda la gente me mira con cara de desconfianza, y se apartan a mi paso. Ahora nadie me toca, ni tengo que tocar a nadie, sigo mi paso firme, recto hacía adelante, y no tengo que esquivar a nadie, la gente se preocupa de esquivarme a mí. Aprovecho el borde metálico del reloj del metro para observar mi reflejo, y me da hasta gracia ver que mis labios y encías están sangrando. La sangre ha llegado a mi barba donde se esta empezando a secar, formando así pequeñas rastas. Goterones se extienden a lo largo y ancho de mi jersey, tengo un ojo un poco morado e hinchado, que se me entrecierra debido a la hinchazón. Ahora entiendo porque todo el mundo se aparta de mi.
Irónico ¿no? Un gordo con una sudadera metalera, greñas y barbas inspira ser objeto de burla y engrandecimiento de un chulo reggetonero en el autobús. Sin embargo, ese mismo gordo con señales evidentes de haber perdido una pelea, impone respeto, e incluso miedo, ahora en el metro. Y eso, en el fondo, te gusta. Estas disfrutando viendo como las señoras te miran y se horrorizan. Te parece divertido ver como se aferran al bolso cuando pasas a su lado. Te sientes protegido por tu actual aspecto decrépito, y lo estas disfrutando. En caso contrario no habrías insultado a ese tipo. Es uno de esos días en los que te sientes tan mal contigo mismo que has tenido que liarla, y no te sirve de excusa pensar que empezó él. Porque sabes bien sabido que lo podrías haber evitado, que en el momento que te tocaba hablar dijiste lo que pensaste que mas le podía joder. Pero el hecho de que te otorguen una paliza te crea cierta sensación de alivio. Crees que es el castigo que mereces por llevar el tipo de vida que llevas. Por eso no desaprovechas nunca la oportunidad de provocar una pelea, aunque casi siempre pierdas. Porque eso te libera. Tu dolor real provocado por los golpes aminora la intensidad de tu dolor psicológico. Sigues teniendo los mismos problemas, y cuando se te haya pasado el subidón de adrenalina volverán a estar frente a ti. Mientras tanto disfrutas. Aprovechas el poco tiempo que te queda de disfrutar de ello, y del respeto que te tienen ahora mismo los pasajeros del metro.
Al llegar a casa no hay nadie. Estoy tan cansado que me tumbo directamente en la cama y, sin comer, ni desvestirme, me duermo al instante.
Me despierto sobresaltado por los gritos que está soltando el imbécil de mi padre mientras aporrea mi puerta:
- ¡Tú, eres un gordo inútil! ¡ Siempre emborrachándote! ¿¡ Es qué no piensas hacer nada de provecho con tu vida?
Joder, me sé de memoria todo lo que va a decir. Y la verdad es que no quiero escucharlo. Me viene a la mente mi obra de arte de heces y bilis. Recuerdo que no estiré de la cadena, y ver eso le habrá hecho rabiar un poco.
- ¡ A ver cuando te buscas un trabajo serio y te largas de esta casa de una puta vez!
Continúa su monserga, mientras continúa aporreando mi puerta, asegurándose de que me da por culo durante un buen rato. Intenta abrir, pero siempre echo el pestillo al entrar a mi habitación. Un instinto adquirido con los años.
- ¡Y deja de dormir, que no son horas!
Me envuelvo la cabeza con la almohada para escucharle un poco menos. Ya se cansará de gritar. Me quedo pensando en las palabras "trabajo" y "horas", Es lunes por la tarde y ya me debe haber llegado el material de la revista que tengo que maquetar y entregar cada jueves. Me cuesta trabajo, pero me levanto y enciendo el ordenador para empezar a currar. Tengo hambre, pero no quiero salir y toparme con mi padre. Por suerte encuentro un paquete de galletas de chocolate y, aunque está abierto y empiezan a estar un poco rancias, mas rancia es su cara recién levantado. Me las como mientras empiezo a trabajar en la maquetación de esos artículos del tarot tan interesantes como una película porno sin sexo.
Se hace de noche. Los padres duermen, los niños duermen, pero los hijos descarriados como yo, cansado de maquetar, se preparan para una larga noche llena de emociones. Mi madre siempre piensa en mi cuando hace la cena, aunque no cene con ellos por no aguantar al otro idiota. Así que, tras escuchar que el silencio absoluto reina en casa, ceso mi actividad y salgo a la cocina a comerme el potaje que me ha guardado mi madre. Lo acompaño con una cerveza bien fría, como debe hacerse una buena cena. Me ducho y salgo de casa. Soy consciente de que por la mañana tengo clase, y soy consciente también, de que no llegaré puntual. Podría no salir, irme a dormir, y hacer lo que se supone que se debe hacer, pero estaría desaprovechando mi juventud.
La noche es fresca y las calles están llenas de vida. No importa que sea un lunes por la noche, el casco antiguo de la ciudad condal esta rebosante de vida las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Recorro las estrechas calles del Raval. Cuando encuentro un tugurio sucio, descuidado y con decoración de mal gusto, allí me meto en busca de la jarra mas barata. Entre tugurio y tugurio los pakistaníes me abastecen de cerveza barata para hacer mas agradable las caminatas. Gracias al alcohol me convierto en una persona casi sociable y hablo con todo el mundo. Los vendedores de cerveza, a quienes tanto debe nuestra sociedad borracha, necesitada de evasión, se hacen amigos míos. Me cuentan su vida, sus historias con mujeres, la dificultad de su situación, lo mal que va todo... en fin, lo típico.
- ¿Ahora vendéis más no? - Pregunto entrometido - Con la crisis, y vuestros precios seguro que todo el mundo prefiere compraros a vosotros que al bar. - Bueno, al menos yo lo prefiero, ya que venden la cerveza a un euro, a cualquier hora, en cualquier esquina.
- ¿Crisis? ¿Qué crisis? - Me responde con un pronunciado acento paquistaní, o nepalí, o... bueno, acento moro.
- Ya sabes, el paro, el crack del sector inmobiliario, la crisis que afecta a la bolsa en todo el mundo.
- Ven a mi país, allí si que verás crisis. - Ante mi silencio tras estas palabras, el joven aprovecha para pronunciar las palabras que más veces pronuncia a lo largo del día - ¿"Servesa" fría amigo?
Le compro una cerveza, y de repente, todos mis problemas me parecen más insignificantes. Aunque no por ello pierdo las ganas de beber.
Y sigues bebiendo y bebiendo, hasta que el alcohol distorsiona por completo tu percepción, hasta el punto en el que te crees una persona interesante. Te crees que molas. Hablas con la gente, y hasta crees que te escuchan. Que les interesa lo que les tienes que contar, cuando realmente solo ven al típico borracho pesado. ¿A quién te crees que le interesa, a estas horas de la madrugada, la necesidad de una actividad política diferente, o la falta de democracia en el país? La gente está pasándoselo bien, y tus discursos solo les aburren, más que nada, porque en tu estado, es imposible tomarte en serio. Eres aquel al que al que sonríen durante unos momentos para evitarse problemas, porque no confían en la agresividad de un borracho, pero al que dan esquinazo tan pronto como se les presenta la oportunidad. Aprovechan cualquier excusa para perderte de vista. Por eso acabas hablando siempre con los vendedores de cerveza ambulantes. Te da la impresión de que te escuchan, pero en el fondo, sabes que no es así. Para ellos eres un euro con patas. Y si mientras hacen como que te escuchan te acabas la lata que sostienes en la mano, saben bien sabido que les pedirás otra, pues tienen mas calle que tu. Por eso y solo por eso te toleran. Pero nada, tu sigue bebiendo hasta callar tu conciencia.
Voy borracho, muy borracho. Los bares han cerrado, y a mí solo me queda la posibilidad de seguir bebiendo cervezas callejeras. Arrastro mi alma por las calles del
Raval hasta llegar a la calle de las putas. No se ni como me lo hago, la verdad es que ni me lo planteo, pero a menudo acabo la noche allí. De entre todas las mujeres veo a una que me parece muy especial. Entre la suciedad, la basura esparcida. los contenedores rebosantes todavía sin recoger, los vómitos y orines de borrachuzos, y los yonquis comatosos, veo a una preciosidad de Europa oriental. No se si será el alcohol, pero me parece la chica mas bella y maravillosa que he visto en mi vida. Su mirada rasgada me esta pidiendo a gritos que me acerque a ella. Sufro una infinita atracción hacia esa mujer que no puedo negar. Conforme me voy acercando, un suave aroma a fresas va ganando terreno al terrible hedor de bilis y orines. Su dedo índice hace un sinuoso gesto que me indica que vaya. Un gesto al que todo mi cuerpo y espíritu responden, yendo. Es una reacción automática, preprogramada, innegable, y, sobretodo, inevitable. Cada átomo de mi cuerpo, cada neurona de mi cerebro, cada gota de mi sangre quieren satisfacer a ese sensual dedo que me pide que vaya. Quieren oler de cerca ese aroma encantador, y acariciar esa larga y sedosa melena negra. Su rostro, ausente de maquillaje, me hace pensar por un momento que no es una prostituta, sino una borracha de la noche como yo, que ha acabado aquí por casualidad y quiere conocerme. Desde luego no por mi ausente atractivo físico, pero tal vez, solo tal vez, le haya parecido interesante.
Pobre iluso que has crecido encerrado en tus fantasías propias de series animadas japonesas. Mientras el resto de los chavales de tu edad descubrían como funciona el complejo mecanismo que forman las relaciones sociales y amorosas, tu malgastabas tu tiempo viendo ficciones en las que un chico y una chica se enamoraban a primera vista en un tren. Aquellas series en las que el protagonista era el típico pringao de clase y se enamoraba de la tía buena de turno que, finalmente, tras muchas penurias, le correspondía. Iluso de ti, todavía piensas que eso puede suceder. Ya que en tu adolescencia tu relación con el sexo femenino brilló por su ausencia. Te vas acercando a esa belleza, pensando en que decirle, haciendo un terrible esfuerzo para que los engranajes que forman tu compleja maquinara social funcionen por una vez. Y cuando por fin estás junto a ella, rompe el hielo.
- ¿Quieres pasar un buen rato? Completo cien.
Mi gozo en un poco. Por un momento pensé que esta vez sería diferente. Que me acostaría con una chica porque nos correspondiéramos, y no porque le pago. Pero mi siguiente polvo será, de nuevo, con una prostituta. Y no de las mas baratas. Pero, a pesar del precio, no me niego. Es una prostituta, pero también es una de las mujeres mas bonitas que he visto en mi vida.
- Vale, pero me tendrás que acompañar hasta un banco, que no llevo suficiente encima. - Respondo.
Accede, y nos dirigimos hacia el cajero mas cercano. La miro y su belleza me impone. No se me ocurre que podría decirle. Ni entiendo porque tengo esta necesidad de decirle algo. Siento que tengo a mi lado a una de las personas mas maravillosas de este planeta. A pesar de lo que es, transmite una energía pura, una luz. Se huele la bondad que desprende por cada uno de sus poros. Y su mirada... su simple mirada, aquellas dos perlas de color negro azabache que se postran en mi, hacen que me sienta alguien insignificante en este mundo. Mas de lo que me siento normalmente. Una expresión de inocencia y humildad es transmitida por su sonrisa, que entre sus gruesos labios deja ver una preciosa y perfecta dentadura, sin imperfecciones, cual colmillo de marfil.
- ¿Cómo te llamas? - Rompe ella el hielo, supongo que se habrá dado cuenta del estado que provoca en mi ser.
- Héctor, aunque muchos me llaman por mi apellido, Espada.
- Encantada de conocerte - Me dice con una encantadora sonrisa.
Una sonrisa que, a pesar de mi estado, consigue que se me ponga dura. Nunca me había imaginado que me ocurriría algo así, y menos en estas condiciones. Al principio me siento un poco avergonzado por ello, pero rápidamente pienso en lo que voy a disfrutar con ella. Me pongo muy contento, mi erección aumenta. Llegando al cajero, ya un poco mas tranquilo, le pregunto su nombre.
- Estrella - Me dice
- Pero ese es tu nombre... - Dudo unos segundos - ...artístico, yo quiero saber tu nombre de verdad. - Digo mientras saco ciento cincuenta Euros. Cien para ella, y cincuenta para pagar alguna pensión de mala muerte.
- ¿Cómo sabes que no es mi nombre de verdad? - Dice entre risas. Nunca había visto a una prostituta tan alegre. Parece alguien que me acompaña por placer, y no por interés.
- Vamos, ¿Qué nombre es estrella? Solo los hippies usan nombres así. - Le digo, también riéndome.
- Y me lo dice el señor Espada - Responde a la vez que me da un amable golpecito en el hombro con la palma de su mano.
- Pero es mi apellido, te he dicho mi nombre y apellido, dime al menos tu nombre a cambio ¿no?
- ¿Por qué quieres saberlo? - Me replica sin cambiar su expresión alegre.
- Por saber con quién voy a pasar la noche, claro. No me gusta pasar la noche con desconocidas. - Ironizo.
- Pues conmigo - Responde.
No insisto mas. Supongo que es algún tipo de protección. Con la de peligros a los que deben estar expuestas estas chicas. Entre policía, clientes obsesionados y demás degenerados que callejean en la nocturnidad barcelonesa. Además me da la impresión de que un tío nos esta vigilando todo el trayecto. Aunque tal vez solo sea paranoia mía. Tal vez simplemente no quiera crear ningún lazo entre sus clientes y su persona real. Sean cuales sean, tiene motivos para no decirme su nombre, y no quiero insistir.
Cuando entramos a la pensión me doy cuenta de que efectivamente aquél tío rubio y alto, con cara de poder partirme la cara, nos ha estado siguiendo. En cuanto me dispongo a entrar y giro la cabeza hacia él, se apoya contra la pared, enciende un cigarrillo y mira al cielo. Calculo que debe ser el chulo de Estrella, y de ser así, es muy malo disimulando. En la pensión me recibe la señora Pepita con sus rulos y su bata puestos. Llego un poco tarde, debía estar durmiendo, pero, ya que vive en la planta baja de su pensión, es la recepcionista veinticuatro horas al día. Si alguien llama no le queda mas remedio que levantarse. Me mira mal, vengo a menudo con chicas aquí. Se que a ella no le gustan los hombres con mi estilo de vida. Pero los puteros suponen un ochenta por ciento aproximado de sus ingresos, así que, se limita a coger mis cincuenta euros y darme una llave. Apenas me dice nada. Sabe de sobra a lo que vengo, para cuantas noches y todo lo demás que se suele preguntar en estos casos.
La humedad de las paredes empieza a crear moho y los escalones desgastados están llenos de socavones causados por el uso a lo largo de años. Es un edificio de los años cuarenta del siglo veinte. Seguramente en aquella época se hizo su última remodelación. La limpieza roza lo aceptable, pero por cincuenta euros en cama doble es lo mejor que puedo encontrar. Abro la puerta de la habitación, entramos y Estrella cierra la puerta a mis espaldas. Por fin llega el momento. La abrazo con todas mis fuerzas y me dispongo a darle un beso. Soy el primer sorprendido de tales muestras de cariño y amor hacia una mujer de profesión. Me detiene. Me dice que antes de empezar quiere que nos higienicemos. Me parece correcto, aunque me joda posponer el acto sexual con tal mujer. Estoy impaciente, mi corazón late a mil por hora. Me siento como debe sentirse un adolescente en su primera vez, cuando ésta es sin pagar, aun cuando sé que no será el caso. Es como me siento. Emocionado y nervioso. Y borracho también. Muy borracho. Todo me da vueltas sin parar y a una intensidad terrible. Dejo a Estrella sentada en la cama mientras salgo de la habitación. En las pensiones como estas hay un servicio en el pasillo por cada cuatro o cinco habitaciones. Cuando llego al final del pasillo, donde se halla, resulta que está ocupado. Espero mientras escucho sospechosos y constantes sonidos jugosos. Poco después sale del baño un hombre cuarentón, con barriga y poco pelo. Me saluda con la mano. Entro. El baño consta de un váter salpicado de pis y a saber que otras sustancias de otros puteros. Una ducha de plato oxidada y un lavabo con el espejo roto. Con la emoción y la erección casi ni me estaba dando cuenta de que me estaba meando. Cosa lógica teniendo en cuenta lo bebido. Así que colaboro a las salpicaduras de orín que rodean el váter. No es que lo haga a propósito, es que cuando el inodoro se mueve de un lado a otro es muy difícil echar el cien por cien del líquido en su interior. Y en ese retrete en concreto, sentarse para hacer mas fácil la operación, no es una opción. Demasiado asqueroso. Mientras me ducho recuerdo que llevo varios días sin eyacular, y sería una pena acabar demasiado pronto con una chica como Estrella. Así que procedo al acto de producirme gozo sexual solitariamente. Al acabar vuelvo a la habitación, y es ella la que va a ducharse. La espero tumbado y me la imagino en esos servicios pestilentes. Pienso que se merece algo mejor. Trato de ser bueno con las mujeres con las que me acuesto, pero creo que una chica como estrella merece algo mejor de lo que yo le puedo ofrecer. Me imagino algo digno, como el jacuzzi en el que Julia Roberts se da un baño en un hotel de lujo. Todo subvencionado por un empresario multimillonario caracterizado por Richard Gere. Pero ni soy multimillonario, ni esto es una ficción de Hollywood. El plato ducha oxidado es lo que hay. El dolor de cabeza me aprieta, la borrachera empieza a convertirse en resaca, mis energías están bajo mínimos. Tal vez pajearme no fue una buena idea, pues ya se sabe que incita a un profundo sueño. Me pesan los párpados. Me cuesta mantenerme despierto. Parpadeo lentamente, muy lentamente... cada vez más lentamente...
Estas acabado. Acabado del todo. Eres un ser de lo mas decadente. Bebes hasta que el movimiento de caminar se convierte en un cómico tambaleo direccional. Pagas a una prostituta porque no conoces otra manera de conseguir sexo, o tal vez, incluso afecto. Y piensas que con esto te vas a sentir mejor, mas lleno. Y cuán falto de cariño estás para pensar tal cosa. Y tras exponer la decadencia y el patetismo de un hombre a su máximo exponente, te quedas dormido antes de que la chica haga aquello por lo que le has pagado. En lugar de ello, cuando se instala en la mitad de su cama, intentando no tocarte, o tocarte lo menos posible, la abrazas como abrazabas a tus peluches cuando eras un bebé. Cosa que tu conciencia solo conoce a medias, o, incluso, intuye ligeramente. Siempre habías pensado que el sexo opuesto solo te podía aportar placer sexual. Pobre ignorante. Ahora te ves, simplemente, abrazando a una mujer que te transmite algo especial. Y eso te gusta. Cierto es que no consumas el acto sexual con ella porque estas demasiado acabado, y cierto es que te gustaría. Pero aquí estás, compartiendo un simple abrazo. Y en tus segundos de conciencia te preguntas qué pensará ella. Te preguntas si, al menos, se sentirá a gusto. Si le gustará tu abrazo o, por el contrario, no está rechazándolo porque le tienes que pagar cien pavos, y así al menos no tiene que aguantarte jadeando mientras la penetras. Le has pagado para que te de placer, y, sin embargo, te preocupa más su bienestar que el tuyo propio. ¿Te sientes un escalón más arriba en la escala moral?
Me despierta un pitido estridente que castiga mi cabeza dolorida. Amanece una nueva resaca. El pitido es de un teléfono móvil, y no es el mío. Estrella, que sigue entre mis brazos, se mueve para ir a cogerlo, pero yo la aprieto contra mi, cuidadosa pero fuertemente, en un intento de que se convierta en parte de mi ser y tenerla siempre conmigo.
- Déjalo, quédate conmigo un poco más. - Le pido.
- No puedo - Me dice tras un suspiro acompañado de una sonrisa.
- Vamos, Estrella, me gusta mucho estar contigo.
- Me están llamando - Me dice mientras se tambalea para librarse de mi abrazo del oso. - Vamos, déjame cogerlo.
Finalmente le doy un beso en la mejilla, y la suelto. Coge el teléfono y tiene una conversación fugaz en un idioma que no conozco, pero suena a europeo lejano. Ruso tal vez, o búlgaro, o rumano. No sé. Lo que sé es que tras esa conversación, la chica, sufre un cambio radical. Deja de ser la amable y sonriente Estrella para convertirse en una Súper Nova. Su expresión es ahora ruda y seca. De su amable sonrisa no queda ni un ápice. Me mira fijamente con cara agria, extiende su mano hacia mí y dice:
- Son cien Euros.
- ¿Cómo? - Me cuesta asimilar las palabras debido al martillo que golpea incesante mi cabeza.
- Que son cien Euros. Es lo que acordamos. ¿Recuerdas? - Choca verla tan seria y seca repentinamente.
- Pero, si no hemos hecho nada - Replico.
- Me has tenido ocupada durante cinco horas de la noche, estoy siendo generosa, normalmente cien Euros los cobro por un par de horas. Así que ya me estás pagando.
Accedo sin decir ni una palabra más, pero supongo que mi mirada al darle el dinero dice mucho de como me siento. No es enfadado, no me importan demasiado los cien Euros en este momento. Lo que siento es tristeza, decepción. Pensaba que esto estaba siendo especial, pero esa manera de pedirme el dinero me duele en lo profundo del pecho. Y supongo que ella lo nota, porque cuando coge el dinero me mira fijamente a los ojos y me dice:
- Yo también tengo que responder ante alguien, ¿Sabes?
Acto seguido desaparece tras la puerta de la habitación y, a pesar de ser un solitario, nunca me había sentido tan solo.
Bien. La vida sigue. Ya es miércoles y son casi las nueve de la mañana. Le doy los buenos días a la resaca, mi única y fiel compañera, y me largo. Tengo trabajo que hacer. Mañana ya es jueves, y todavía me queda mucho trabajo que hacer para la entrega de esta semana. Por ese motivo hoy es otro día en el que no voy a aparecer por el instituto, aunque esto ya sea una costumbre.



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