sábado, 19 de febrero de 2011

¿QUIERES TRABAJAR?



            - ¿Tienes ganas de trabajar?
            - Si, por supuesto. - Contesto, y también de depilarme el escroto con cera, no te jode. Me veo en una situación en la que no quisiera haberme visto nunca. En una entrevista de trabajo, de camarero. El jefe, un enano narizota sin medio cerebro, está examinando mi grado de motivación, y mi capacidad de hablar ingles, sin duda muy superior a la suya. Pero vamos, ¿Quién cojones quiere trabajar? No me jodas, nadie. De hecho, mi único propósito en la vida es conseguir llegar a vivir sin trabajar, y hago lo posible por conseguirlo. Y cuando digo vivir sin trabajar, me refiero a un periodo de tiempo prolongado, superior a los seis meses de limosna proporcionada por el estado. Sin embargo, aquí estoy, sonriendo ante un imbécil, transmitiéndole que tengo muchísimas ganas de descender al infierno del mundo laboral. Si es que me encanta aguantar a cientos de británicos poligoneros y borrachos pidiéndome gintonics y jarras de cerveza al unísono. Me encanta tener que repeinarme y afeitarme todos los días para causar una "buena presencia", y, sobretodo, me encanta la pajarita. No me había sentido realizado hasta que puse alrededor de mi cuello la pajarita negra del uniforme de camarero.

  Y empiezo el primer día, o el segundo, o el quinto. La verdad, no lo se, pues todos los días son exactamente iguales en este trabajo. Hordas de lechosos, algunos al rojo vivo por el excesivo bañado en sol, acuden a la barra de la piscina a por su gintonic, o su cerveza, ansiosos como si se fuera a acabar. Y casi me comen el día que eso pasó. Muestran su pulsera del todo incluido como si fuera un brazalete del poder y beben. Y beben, y vuelven a beber. Son como los peces en el río. Consumición tras consumición. Es como si les provocara dolor el no tener un vaso den la mano. Las tetas protuberantes de los hombres de doscientos quilos se posan sobre la barra cuando éstos piden sus whiskeys, o sus brandis. Y yo no paro de servir bebidas. Una tras otra.

  Mientras, sin cesar ni un solo segundo mi actividad, observo a mi compañero. Él pone bebidas animadamente, habla con los clientes y no borra la sonrisa de su cara. Es majo el chaval. No entiendo como lo consigue. Le pregunto como consigue estar tan alegre en el curro y me responde:
            - Pues hay que venir contento a trabajar, hombre, el trabajo es la alegría de la vida ¿Qué vas a hacer si no trabajas?, ¿Dónde vas a vivir?, ¿Cómo te vas a comprar un coche?
  Vale, he oído suficiente, y casi me entran ganas de llorar. ¿Cómo puede ser que hayamos dejado que esto ocurra? El sistema esclavista de la era feudal, no solo sigue totalmente vigente, sino que además se ha perfeccionado consiguiendo que, la mayoría de los esclavos, se crean que no lo son. Consiguiendo que éstos acepten, e incluso abracen su esclavitud como una suerte. Así acogen en su seno al trabajo como algo positivo y necesario.

  Bueno, al menos me queda el grifo. Voy a ponerme en plan Barney, el de los Simpson, boca arriba y con el surtidor de cerveza vaciando litros y litros en mi estómago. Tal vez así consiga que nada de esto me afecte. El refugio del perdedor, lo sé, pero es un refugio, al fin y al cabo. Pero veo frustrado mi plan, al ver aparecer al puto jefe. El maldito barman. El enano cabrón. El paleto inculto. Y me jode agachar la cabeza y acatar sus órdenes. Me jode mucho. Sobretodo cuando pienso que él no tiene ni la ESO, y me pregunto para que sirve mi bachillerato, bueno, mis dos bachilleratos y mi Grado de Formación Profesional. Él, en cambio, con su diminuta capacidad intelectual, rozando el analfabetismo, nos da órdenes a diestro y siniestro, y agachamos la cabeza porque queremos nuestro salario a fin de mes. Poco tengo que decir, y más estando como estoy en mi primer mes, el mes de prueba. Aun si la orden me parece una estupidez, o implica hacer algo totalmente innecesario, yo lo hago.

  Por las noches me invade la imagen del enano narizotas, vista como a través de una lente con un muy gran angular, y desde arriba. Cosa imposible, teniendo en cuenta nuestras alturas, necesitaría un cohete que le propulse hacia arriba, un jet pack, o algo parecido, para poder llegar a mirarme desde arriba. Pero es un sueño, y en los sueños ya pasa que ocurren cosas imposibles. Y así, mirándome de manera prepotente y desde arriba, me dice:
            -¡Coge la bandeja!
            -¡Sirve esta bebida que se van a fundir los hielos!
            -¡Mañana no libras, falta personal!
            -¡Retira aquella mesa!
            -¡Cobra aquella otra!
            -¡Aquí faltan treinta euros! - Y acto seguido aspira profundamente.
  Así me lo dice, todo a la vez, como si pudiera hacerlo todo al mismo tiempo. Y lo peor, lo de los veinte euros. Todos sabemos que el dinero que falta cada día se lo aspira él solito. Y así cada día, echa una bronca aleatoria a un par de camareros para disimular que se ha metido el dinero en el bolsillo para gastárselo en sus vicios inconfesables. De lo contrario, si realmente hubiera cogido yo esos treinta euros, ya me habrían despedido por hurtar en el primer mes de prueba.

  Me despierto sobresaltado, con el corazón a mil y planeando ir al hotel de madrugada para pinchar las ruedas de su coche, romper sus cristales, bañarlo en gasolina y, finalmente, prenderle fuego. Por un momento es hasta gratificante imaginarme que lo hago todo con él aun en el interior del coche. Se que podría hacerlo, tendría tiempo y diferentes rutas de fuga por si aparece alguien, tengo fichado donde siempre deja el coche, y no sería difícil. Lo he planeado en varias ocasiones. Pero no haré nada de ello. No tengo huevos, si soy sincero. En lugar de ello volveré a echarme el pelo para atrás, atármelo bien fuerte y engominármelo, y a reafeitar mi cara ya afeitada para volver allí, a agachar la cabeza mientras acato las órdenes del enano narizón. Es que quiero esos mil y pico euros que me van a dar a final de mes, y, por culpa del sistema esclavista en el que vivimos, casi tengo la sensación de que los necesito. Me consuelo pensando que serán un par de meses, hasta que tenga un poco de dinero para ir tirando un tiempo, aunque quizás, para entonces, mi mente ya haya estallado en una explosión de locura destructiva, crisis sicótica emocional, o algo parecido, y ya haya prendido fuego a todo el hotel. Clientes y personal incluidos.       

domingo, 13 de febrero de 2011

DESAFORTUNADO EN EL JUEGO...

DESAFORTUNADO EN EL JUEGO...

  Desafortunado en el juego, afortunado en amores. Eso dicen. Por lo que, por esa regla de tres, desafortunado en amores debería de significar afortunado en el juego. Así que decido coger mis últimos ciento cincuenta pavos y jugármelos al póker. Acudiré a una timba que organiza semanalmente un conocido. Algo entre colegas, pero que puedes ganar un buen pellizco. Cada uno de los cuatro ponemos cien Euros, con opción a recompra de cincuenta. Cosa que pasa casi siempre. El primero se lleva el dinero de los dos perdedores, y el segundo recupera lo invertido. Por estadística, tengo el cincuenta por ciento de probabilidades de no perder y, teniendo en cuenta como han funcionado mis relaciones amorosas últimamente, seguro que consigo estar dentro de esa mitad no perdedora.

  La semana pasada, mi mujer, tras dos años casados, va y me dice que quiere el divorcio. Sin posibilidad a discutirlo. Que ha conocido a alguien. Y ese alguien es mi amante. Vale, sabía que había tenido relaciones con otras mujeres en el pasado, pero,  no pensé que lo haría con una amiga mía. Mi amante. Y la verdad, aunque dicho así suene mal, yo las quería mucho a las dos. Estaba en una encrucijada mental en la que no sabía por cual de ellas decidirme. Son dos mujeres encantadoras, buenas, y listas. Y ahora son pareja. Y a mi me han dejado solo, solo con mi mano. Tal vez me está bien empleado, por haber jugado a dos bandas durante tanto tiempo. En el facebook no he querido cambiar el estado civil de mi perfil. En lugar de eso, he creado un perfil ficticio de una tal Mimano Sakasuko, originaria de Japón, y la he añadido como mi esposa. Su fotografía de perfil es una foto de mi mano. Para evitar una noticia de cambio de estado en el muro, y no tener que contestar preguntas absurdas ni agradecer consuelos hipócritas de mis contactos. Sin ellas, ni dinero para prostitutas, mi mano es lo único que me queda. Mi mano y la esperanza de ganar esta jugada. Con dos ases en la mano me dan ganas de hacer "all in", pero entonces seguro que nadie iría y solo me ganaría las apuestas ciegas de los dos jugadores que me preceden, así que, de momento, solo lo veo, igualo apuesta. Necesito ganar esta mano, pues he sido el primero en recomprar, y no puedo permitirme el lujo de perder más manos a lo tonto. Con está mano espero dejar a alguien al borde de la bancarrota.  

  Mientras tanto, mi mujer, que lo es desde que institucionalizamos un sentimiento, y lo seguirá siento hasta que rompamos el contrato, debe estar haciendo disfrutar a mi amante como una enana. Las conozco, se lo hábil que es mi mujer con la boca, y lo que le gustan los orales a mi amante. Es como si las viera. Mi amante teniendo un gran orgasmo, de esos en los que se le contraen todos los músculos, y gimiendo. Lo he visto un par de veces, o tres. Vale, no son muchas, pero mira, es lesbiana, y no me vengas con ese rollo de que he sido tan malo en la cama que se ha pasado al otro lado debido a la insatisfacción y decepción provocada por mí. Con mi mujer funcionó bien. O, bueno, eso creo. Aunque, teniendo en cuenta que hace unos días me dijo que me amaba locamente y estaría siempre conmigo, podría ser que todos sus orgasmos hubieran sido fingidos. Tal vez era su manera de deshacerse de mí, sabía que a mi me gustaba cumplir, entonces, a lo mejor fingía el orgasmo para que yo acabara rápido y así deshacerse de mi en cuestión de diez minutos o así. Igual nunca le gusté.

  Y aquí estoy, rezando por ganar esta partida y poder pagar el alquiler. Al que le toca repartir, quien va después de mi, no ha ido. Se ha retirado de la partida. El resto se ha quedado igual y vemos cartas. El repartidor saca tres cartas sobre la mesa. Un as, un tres y una Q. De distintos palos, rechazo la posibilidad de que alguien tenga color, y yo ya tengo un trío, y de ases, siento que mi mano es ganadora. Y la suerte en el juego me acompaña. O el refranero español es una mierda. Mi rival hace un "all in". El otro se retira. Veo su "all in", feliz de pensar que le voy a obligar a abandonar la mesa. Y su cara de disgusto cuando le digo que voy me hace pensar que no tiene una mierda. Destapamos cartas y veo que, efectivamente, era un "all in" de farol. Tiene una insignificante pareja de dos, mientras yo tengo el poderoso trío de ases. Tomo un trago de mi vaso de whiskey saboreando mi victoria.

  Aunque es una victoria agridulce, no me quito de mi cabeza a mi mujer, que me ha dejado solo. La echaré mucho de menos, pero me está bien empleado. Nunca le presté la atención que se merece. En lugar de ello, me dediqué a golfear de un lado para otro, sin aparecer por casa durante noches enteras. Pero bueno, al menos espero, que sean felices juntas. Que se casen si lo desean. Son dos buenas chicas, se merecen algo mejor que yo. Sin dudarlo. Dicen que las cosas malas pasan por algo, tal vez yo fui la cosa mala en su vida que les tenía que pasar para que se conocieran, y obtuvieran la felicidad. Cuando me dijeron que me abandonaban, las dos, cogidas de la mano, les propuse un trío, y me dijeron al unísono que jamás volverían a acostarse conmigo. Mientras, a mí, sin dinero y en paro, solo me queda mi trío de ases.

  Se descubre la siguiente carta, un dos. Sigo teniendo la mano ganadora. Pienso en los trescientos Euros que me voy a llevar y como me van a salvar el culo para pagar el alquiler de este mes. Si me quedo sin luz puedo sobrevivir, pero no quiero quedarme en la calle. Y me permitiré comprarme un par de cartones de "don Simón", o "don García" que es más barato. Se que no me ayudarán con mis problemas, pero al menos me iré a dormir borracho y sin pensar en ellos. Solo podría ganarme si saliera otro dos... y las probabilidades son mínimas. Mínimas, pero están allí. Todo mi gozo acaba en un pozo en el momento en el que se descubre la última carta. Esa que forma el póker de doses de mi contrincante. Contamos las fichas y resulta que él tenía una mas que yo. Había calculado mal. El que se va de la mesa soy yo. Desafortunado en el juego, desafortunado en amores. El refranero español es una mierda.

  Me voy a casa, solo y sin dinero. Entro en el pequeño zulo que acabo de alquilar pensando en que haré cuando llegue el mes que viene y no lo pueda pagar. Pero lo importante es pensar en ahora, tal vez para final de mes ya esté muerto. Así que me pasaré por el supermercado y pienso robar la botella con mas graduación alcohólica que esté en mi mano, y fuera de la visión de las cámaras de seguridad. Voy a derrotarme del todo. No se en que momento pensé que podía ganar, al fin y al cabo, soy un perdedor nato.  

B.art.

jueves, 10 de febrero de 2011

EL CICLO DEL PODER

(Un relato de ciencia ficción distópica, antiguo, y publicado en la obra colectiva de Kit-book "10 relatos, 10 autores". Aunque allí me censuraron un par de frases.)

EL CICLO DEL PODER

-          Todo el Estado vive amenazado. Un ser indefinido es su líder. Desde su palacio nos dicta las leyes, nos obliga a trabajar catorce horas diarias en pro de su enriquecimiento personal. Después obliga a todos los miembros de nuestra sociedad a tomarse la dosis diaria, para así, conseguir que no pensemos y controlarnos. – Pregonaba yo mi discurso desde lo alto de un improvisado escenario formado por un par de mesas de comedor.-  Se que todos los que estáis aquí – eran cinco personas y yo. – os habéis dado cuenta de que la píldora que nos daban después de cada jornada era lo que os mantenía sumisos. Supongo que, como yo, habéis estado vomitando al llegar a casa para expulsar todos los ácidos que la componen antes de que vuestro estómago los filtrara hacia vuestra sangre. Por ello os felicito. Os felicito, a vosotros y a vuestros padres que os lo enseñaron desde pequeños. Os felicito porque, al contrario que el resto de ciudadanos del país, os habéis dado cuenta de que no vivimos en un Estado de auténtica felicidad. La gente lo cree porque las píldoras nos lo hacen creer. Pero no es así. El jefe supremo del Estado nos obliga  comprar. Nos esclaviza y después nos da una paga que nos obliga a gastar en cosas que no necesitamos. Ésta es su manera de mantener la economía del país activa, generando una gran cantidad de beneficios que se lleva al bolsillo mientras nosotros trabajamos jornadas inhumanas y sufrimos. Ha destruido toda la cultura ajena al propio Estado, la única música permitida es el himno del Estado, todos los canales de televisión son su propaganda. El Estado, el Estado, el Estado. ¿Hasta cuando vamos a permitir que sus abusos continúen?
  Los gritos y vítores de los asistentes a esa reunión me animaban a continuar con el discurso, realmente me hacían sentir un líder.
-          ¿Dónde está la libertad? Esto no ha podido ser siempre así. Seguro que antes de la llegada del actual gobernador existía un mundo en el que la gente hacía lo que quería. Compraba si quería y se drogaba si quería. Existen pruebas de que antes la gente podía salir de las fronteras del Estado, ahí donde todo está envuelto por el misterio. Porque, a pesar de que ahora nos parece imposible, mas allá del Estado hay vida. Seguramente una vida salvaje y libre donde no llega la influencia de nuestro gobernador. Se que os parece ciencia ficción porque el Estado destruyó cualquier prueba o documento que lo demuestre. Libros quemados, formatos de vídeo destruidos, fotografías desaparecidas... Pero yo creo, y lo digo con mi mano izquierda en el corazón, que es factible. Hoy os quiero proponer que intentemos volver al pasado, que volvamos a la libertad de nuestro país durante tantas generaciones oprimido. ¡Y os propongo que lo hagamos hoy mismo!
 Después de este discurso la sala estalló en una euforia incontrolada. Los gritos de seis personas parecían la fiesta de un centenar. Los seis habíamos decidido cambiar las cosas de una vez por todas.
  Salimos de allí decididos. El gobernador era una persona, y nosotros éramos seis. Todos los guardias y policías, así como toda la gente de la ciudad, eran simples marionetas en sus manos. Sin titiritero los títeres no se moverían. Las personas que eran mas cercanas al gobernador eran las que estaban mas anuladas mentalmente. Estaban dispuestas a dar sus vidas por el gobernador, pero sí, y solo sí, el gobernador se lo ordenaba. Sino era así ya podía estar muriéndose delante de sus propios ojos que no harían nada para salvarle. No tenían autoconsciencia, o bien la tenían totalmente dominada por las píldoras del Estado, por ello era conocida como la droga gobernante. Tenía serias sospechas, que con el tiempo se me habían confirmado, de que las dosis de las personas que trabajaban en contacto directo con el gobernador eran dobles para asegurarse de que no actuaran sin permiso ni para ir al lavabo.
  Nuestras armas eran bates de baseball, cuchillos, y, incluso, una guitarra eléctrica. La llevaba el Gerard. Cuando estaba contento nos abordaban acordes salvajes que nos llenaban de energía y nos preparaban para la lucha. Sin embargo cuando estaba triste, Gerard nos dedicaba unas melancólicas notas que sonaban como lágrimas chocando contra el suelo. Siempre la llevaba consigo. Siempre recordaré el día en que descubrí porque. No era para poder hacer música en cualquier momento. Gerard había sido de los primeros en actuar en contra del gobernador. Una vez lo vi asaltando el tren que lleva los alimentos a la ciudad. Después repartió el botín entre la gente que el gobernador deja morir a las afueras de la ciudad debido a su inutilidad en su sistema productivo. Si, es así, si alguien tiene un accidente que le deja incapacitado para realizar su tarea productiva se le abandona a las afueras de las ciudades por órdenes directas del gobernador. Una vez allí se le suministra la dosis diaria de droga gobernante para que se muera sin cuestionarse una manera de vivir. Esta maldita píldora elimina incluso los instintos mas básicos de las personas. Bueno, como os contaba, Gerard había estado asaltando los trenes de los alimentos para repartir la comida entre los exiliados, y la vez que lo vi, fue cuando comprendí porque siempre llevaba la guitarra con él. Su guitarra era una contundente herramienta rompecabezas. Literalmente. Cada vez que asestaba un golpe a los guardias que vigilaban el tren dejaba escapar un dulce acorde que, mezclado con los gritos de dolor de los derribados con cráneos fracturados, creaban una música angelical. Para los vigilantes del vehículo sin embargo, debía sonar como el tambor infernal que anunciaba su muerte. Era digno de ver la rabia con la que se desahogaba Gerard con sus oponentes, los convertía en residuos humanos inidentificables, todo, a golpes de guitarra. Es una pena que ya no esté entre nosotros.
  Hammad y Juancho eran los especialistas en acercarse silenciosamente a su enemigo, y utilizar el cuchillo con un letal golpe de viento. La primera vez que los vi no caminaban por un jardín de rosas, pero en aquella calle sucia sus navajas eran lo único que relucía. Por aquél entonces no tenían la menor intención de iniciar la revolución, simplemente eran dos individuos que luchaban por su libre existencia al margen de la opresión del Estado. Creían que vivir escondidos era su única opción de vivir libres, libres entre comillas claro. Dormían debajo de las vías del tren donde parecía ser que no llegaban los rastreadores de personas del Estado. Vivían robando y asaltando trenes, establecimientos de comida, o cualquier cosa donde pudieran encontrar algo que les ayudara a subsistir. Eran realmente lo que yo llamaría dos tipos duros. El día que los conocí les hice saber que yo tampoco estaba controlado por el Estado, a pesar de que trabajaba y vivía como uno mas, había estado vomitando la píldora gobernante durante toda mi vida. Me costó un poco convencerles de que se podrían cambiar las cosas, eran realmente escépticos, pero una vez convencidos se mostraron completamente dispuestos a entrar en acción, pues a la acción era a lo que estaban acostumbrados.
  Fu Lin se enfrentaba a quien se encontrara por el camino con las manos vacías, haciendo uso de no se cuantos tipos de artes marciales distintos. Me contó una vez que escapó de su casa cuando era una niña con una bolsa llena de libros que encontró debajo de una baldosa. Sus padres, sabios descendientes del oriente lejano habían guardado secretamente un saber prohibido por el gobernador. Eran libros con lecciones de artes marciales. Se refugió en las montañas, alejada de todo tipo de civilización y aprendió los libros de  memoria. Después practicó las habilidades con animales salvajes, convirtiéndose en una perfecta máquina de matar. Era el ejemplo mas completo de liberación del control del gobernador.
  Tshiminy, igual que yo, utilizaba un bate de baseball como arma, pero con una gran diferencia. Mientras que yo portaba un bate sencillo, el empuñaba uno en cada mano. A cada uno de ellos les había añadido clavos de manera que asestaba golpes brutalmente desgarradores. Yo prefería darle preferencia a la velocidad y a la comodidad. Sería muy incómodo tener que abandonar el arma en plena huída porque se te queda enganchada a la piel del contrincante y no te queda tiempo para estar estirando. Y yo tampoco intentaba matar a los soldados, en el fondo, todos ellos también eran víctimas.
  Todos teníamos una cosa en común, éramos gente criada en los suburbios de la ciudad, y no era casualidad pues, el control del gobernador no era tan directo en las periferias de las ciudades. Demasiados intermediarios entre su palabra y nosotros. Gracias a ello habíamos encontrado diferentes vías de escape de su control.
 Os preguntareis que prenderíamos hacer con este tipo de armas, pues, como ya he dicho, éramos todos gente de suburbios, era nuestra manera de hacer las cosas. Hay que añadir que hace ya muchos años que el gobernador había destruido todas las armas de fuego pensando que su control era absoluto. Hasta ese momento nos habíamos mantenido en la total oscuridad, ni un asalto al tren, ni un ataque, nada. Escondidos durante varias generaciones esperando este momento, el momento en el que el gobernador se confió.
  Era un plan sencillo, tan sencillo que parecía mentira que fuera un plan, parecía más bien una revolución improvisada. Era un plan temerario, tan temerario que parecía imposible que pudiera funcionar. El plan era irrumpir en el palacio del gobernador por la entrada principal, llegar hasta él y matarlo, pasando por encima de cualquier persona que se interpusiera en nuestro camino. Una vez muerto, el gobernador dejaría de dar órdenes, o eso pensábamos, dejando a todo el país en libertad. 
  Una vez en palacio procedimos. El concierto empezó. Gerard ponía las cuerdas con los movimientos que estas experimentaban al golpear la guitarra con cada uno de los guardias de palacio. Juancho y el Hammad ponían los vientos, casi imperceptible pero presente y agradable sonido de las hojas al cortar. Fu Lin ponía la canción con cada uno de sus potentes gritos al golpear. Tshiminy y yo añadíamos la percusión, metálica en su caso, de madera en el mío. Los gritos de dolor de los guardias actuaban como perfectos coros para la canción. Canción de una siniestra orquesta que anunciaba dolor, pero también la llegada de una nueva esperanza de libertad.
  Yo iba con un poco de ojo, no pretendía matar a ninguno de los guardias. Y me hubiera gustado que todos hiciéramos lo mismo. Pero mis compañeros no tenían eso en cuenta para nada. Demasiado tiempo reprimidos como para contener la rabia, entre golpes y sangre iban gritando -  ¡Toma esta rata servil! ¡Esto por todo lo que nos has hecho pasar! – El Tshiminy seguía golpeando a los guardias, incluso cuando estos estaban en el suelo sin defenderse, tal vez ya muertos, totalmente enloquecido les asestaba un golpe tras otro, hablando entre gruñidos de venganza justa, y cosas por el estilo. Las púas de su bate desgarraban a sus víctimas. Digamos que las vidas de aquellos soldados era un precio que estaban dispuestos a pagar por conseguir su libertad. Y yo, al fin y al cabo, tampoco hice nada por evitarlo, así que no estaba tan desacuerdo con ellos, ni si quiera les comenté el tema. Hammad y Juancho no hablaban, eran silenciosos como felinos en la oscuridad, pero eso no significa que fueran menos letales, mas bien al contrario, posiblemente eran los mas mortales asesinos de los seis. Se acercaban por detrás a algún soldado que permanecía entretenido peleando con alguno de nosotros y le asestaban un navajazo directo al cuello de manera que moría desangrado en segundos. Fu Lin era la única que tenía un poco de consideración con el enemigo. Los dejaba sin dientes y con graves fracturas óseas, pero vivos. Seguramente era cosa de alguna filosofía oriental heredada de los libros de artes marciales que había devorado durante su infancia. O tal vez, simplemente, sensibilidad femenina.
-          Atrapadlos, matadlos, protegedme a mí que os he traído la sociedad más pacífica y justa que os podáis imaginar.
 Los guardias respondían a los avisos de megafonía, que sonaban serenos y tranquilos a pesar de la situación. No se debía imaginar el gobernador que aquello que lo había dado el poder, se lo acabaría quitando. Las doble dosis de los soldados del palacio les causaba un estado soporífero que limitaba su capacidad de lucha. No era demasiado difícil ir derribando soldado tras soldado, el único problema es que eran muy numerosos y nuestras fuerzas acabarían disminuyendo por el cansancio.
  Cuando llegamos a la entrada del despacho del gobernador nos atacaron por ambos lados del pasillo. Fuerzas de seguridad de toda la ciudad debían haber llegado en furgones blindados y ahora estábamos acorralados.
-          ¿Qué os parece si Gerard y yo nos vamos a por el gobernador mientras vosotros os quedáis aquí evitando que todos estos soldados vengan detrás nuestro? – Les pregunté yo, y al instante, todos asintieron.
  Una vez tras la puerta mas grande del pasillos, Gerard y yo, la cerramos y atrancamos para que fuera mas difícil entrar y nos diera mas tiempo en el peor de los casos, si nuestros compañeros caían.
  Cuando apreciamos lo que nos rodeaba en esa sala quedamos totalmente boquiabiertos. Era una sala gigante que contenía un gran jardín alimentado por un pequeño sol artificial que colgaba del techo. Eran plantas reales. En el centro había un estanque con peces y ranas rodeado de butacas reclinables para descansar. Todo un paraíso en miniatura. Bajamos unas escaleras que indicaban “Salón de noche”, que era la imitación de un pequeño claro en un bosque con una luz que imitaba a la perfección la luz de la luna llena. La sala inferior era el comedor, unas compuertas pequeñas comunicaban con el exterior por donde se le otorgaban platos distintos a cada hora de comer, y se retiraban en la siguiente comida. Los subordinados no se cuestionaban porque no comía o porque sí. Mas abajo había una sala con media docena de camas de matrimonio, en cada una de ellas descansando una hermosa mujer ligera de ropa. Nos acercamos a una de ellas prudentemente y le preguntamos:
-          ¿Quién sóis?
-          Las prostitutas del gobernador -  Respondió totalmente ausente de emociones debido a los efectos de la droga gobernante.
-          ¿Dónde está el gobernador? -  Preguntó Gerard, que en paz descanse.
-          No se – Respondió ella – Las prostitutas no nos movemos de aquí mientras dura nuestro servicio al gobernador, cambia de prostitutas cada dos años para no aburrirse, pero si viene por aquí hacemos nuestro trabajo. Solo nos movemos para ir tres veces al día a comer y hacer nuestras necesidades, esas son las órdenes de nuestro gobernador.
-          ¿Cuándo fue la última vez que vino? – Preguntaba ahora yo.
-          No lo se, yo nunca lo he visto.
  Misterioso, como poco, nos pareció esto. Pero debía ser verdad, una persona bajo el efecto de una gran cantidad de la droga gobernante no era capaz de mentir. Nos decía la verdad, o lo que creía que era la verdad, en ausencia de una verdad absoluta.
  Continuamos nuestro camino en la única dirección posible, hacia abajo. Esta vez no había ningún indicador que nos informara de lo que nos encontraríamos abajo. Y lo que nos encontramos fue un paraíso de todo lo que se nos había prohibido. Una gran biblioteca con libros, películas en DVD, fotografías, arte. Todo dispuesto para el disfrute privado del gobernador, disfrute que a nosotros se nos había negado. Al fondo de aquella sala había un gran escritorio con un ordenador conectado a varios monitores y un micrófono. Era por donde se emitían las órdenes de  megafonía. En la butaca que le acompañaba había sentado un esqueleto con un uniforme militar que aun conservaba la gorra y todo. Después de teclear el ordenador y curiosear llegamos a la conclusión de que todo estaba controlado por un sistema de seguridad inteligente. Cuando las cámaras detectaban alguna irregularidad en el edificio o alrededores, se activaba la inteligencia artificial del ordenador enviando un mensaje por megafonía. Había cientos de mensajes diferentes grabados en el ordenador para cualquier tipo de situación. Las órdenes, las cadenas de mando, la edad de sustitución de sus generales. Todo había estado planificado al milímetro para conseguir un poder perpetuo. La última modificación en el ordenador databa de unos treinta años atrás, que es el tiempo que debía llevar muerto el gobernador. Entonces pensé en que tal vez si era una sociedad perfecta, nunca antes una sociedad había aguantado tanto tiempo sin líder. Todo había seguido funcionando según sus órdenes. Como el títere que obtiene vida tras la muerte del titiritero. La sociedad estaba tan alineada a esa manera de vivir que lo transmitían generación tras generación. El gobernador lo había tenido todo en cuenta, las órdenes se enviaban periódica y automáticamente a los principales sustentadores de su sociedad. Los controladores de natalidad, los de seguridad y los jefes de las empresas, y ellos obedecían. Con el exceso de trabajo y consumismo al que había sometido a su sociedad había conseguido que su moneda fuera la más poderosa del mundo, podía tomar decisiones con repercusiones a escala mundial. Y todo ese poder estaba ahora en nuestras manos.  
-          ¡Vamos a destruirlo! – Exclamó Gerard dirigiendo un golpe de guitarra al ordenador central.
-          ¡Ni de coña! – le detuve justo a tiempo con mi bate. – Piénsalo un poco, piensa en todo lo que hemos visto. Es un paraíso que se mantiene automáticamente. Un paraíso que nosotros podemos disfrutar a partir de ahora. Tenemos mujeres, comida, naturaleza, cultura... ¿qué mas quieres? Quedémonos a vivir aquí.  
-          Debes estar bromeando – Nunca había visto una expresión de tal sorpresa en la cara de Gerard.
-          No. Podemos vivir aquí como dos reyes, eso sí, solo te pediría que no compartamos las mujeres, la mitad para cada uno, que yo soy un poco celoso -  Le propuse yo.
-          ¿Pero qué mierdas dices? Vamos a destruir todo esto, que es nuestro objetivo. Liberar a la población ¿Recuerdas?
-          Realmente, si lo piensas, esto no está tan mal, incluso nosotros podría ser que seamos los malos en esta sociedad. Los que siendo solo seis queremos escoger el destino de todo el país, un país que, como sabes, acepta su estilo de vida.
-          ¿Pero cómo puedes decir una cosa así? ¿Dónde están tus discursos de libertad? ¿En qué momento has perdido tu moral?...
-          Piénsalo bien – Le interrumpí antes de que pudiera formular otra pregunta. – La criminalidad se ha reducido a cero...
-          Claro- Me interrumpió ahora él. – No hay criminalidad porque todo el mundo vive encerrado en una prisión, y ¿Qué me dices de los heridos en accidentes laborales que son expulsados? ¿Qué me dices de mi hermano que perdió un brazo y fue abandonado a morir de hambre? -  Me respondió ahora con lágrimas en los ojos.
-          Pero nadie sufre -  Le intentaba convencer, a él, y a mi mismo. – ¿Y si realmente es esto la sociedad perfecta? Nosotros podríamos ser los principales beneficiados.
-          ¿Cómo puedes estar autoconvenciéndote de las mentiras contra las que tanto has luchado? Una sociedad perfecta debería ser libre. ¡Pero si son tus palabras, hostia! Nosotros podemos dar la libertad a nuestra sociedad...
-          Pero...
-          No pienso escuchar ni una palabra más.
  Gerard levantó de nuevo su guitarra, y yo, de nuevo volví a detenerle justo antes de que destruyera el ordenador central.
-          No pienso dejar que lo hagas – Le dije.
-          Pues tenemos un problema, porque pienso hacerlo.
  El siguiente golpe no iba dirigido al ordenador sino a mi cabeza. En ese momento empezó el dueto cuerda-percusión. Nos enfrascamos en un duelo, sin duda, el más duro que había tenido nunca. Sus golpes me caían encima como contundentes rocas, con una fuerza desmesurada. Las contusiones me aparecieron en la totalidad de la superficie de mi piel. El sabor a sangre en mi boca me daba ganas de vomitar y, mis huesos no aguantarían muchos golpes más antes de empezar a quebrarse. Así que me rendí.
-          Me rindo, tu ganas, destruye lo que creas que tienes que destruir.
-          Me alegro de que hayas recapacitado compañero. Tienes que ser fuerte contra la capacidad corruptiva del poder. – Me contestó sonriendo.
  Acto seguido me dio la espalda, levantando la guitarra con las dos manos, dispuesto a destruir el ordenador central de una vez por todas. Con un esfuerzo inimaginable me levante del suelo, a pesar de mis heridas, y detuve una vez mas a Gerard justo antes de que destruyera el ordenador. Pero en este caso lo detuve otorgándole un fuerte golpe en la cabeza. Cayó al suelo y empezó a perder sangre por la brecha que le abrí. No tardó mucho en morir. De verdad que no quería llegar a este extremo, pero no me quedó otro remedio.
  Ya empezaba a saborear el poder. Pero aun tenía que hacer alguna cosa. Cogí la ropa del gobernador y me la puse, la hice mía. Decoré los restos esqueléticos con mi ropa. Por el micrófono ordené “Qué dos soldados se dirijan a mi despacho” Sonó por megafonía. Tardaron un buen rato en aparecer y recordé que habíamos dejado la puerta de entrada al paraíso atascada. Pero llegaron demostrando que me serían leales, y que nadie se había percatado del cambio de voz.
-          ¿Qué quiere señor? – A nivel visual también había funcionado. Tan anulados estaban los soldados de ese edificio que tampoco se dieron cuenta de que yo no era el gobernador.
-          Me he deshecho de los dos intrusos, lleváoslos.
-          ¡Si señor! – Me contestaron los dos a la vez. Y en seguida procedieron a cumplir mis órdenes, retirando el cadáver de Gerard y el esqueleto del anterior gobernador.
  Por una de las pantallas de aquella sala vi como los guardias del pasillo neutralizaban al resto de mis compañeros. A los soldados les costó mucho, pero su grande, casi infinita, superioridad numérica, les acabó dando la ventaja definitiva en el momento en el que los revolucionarios empezaron a sentir menguar sus fuerzas debido al cansancio. Cuando cayeron rendidos, los guardias los esposaron y se los llevaron. Supongo que al campo de fusilamiento, o, tal vez, les administrarían suficiente droga como para convertirlos en una herramienta útil para el funcionamiento de nuestra sociedad. Realmente no se cual de las dos opciones sería un peor castigo para ellos, pero prefería no pensar en ello, ya que, en el fondo, me sabía mal por ellos y por Gerard. Eran grandes defensores de sus ideales y lo admiraba.
  Pero todo esto forma parte del pasado. Ahora me toca disfrutar de la vida. Después de tantos años de sufrimiento, el destino me ha recompensado con comida, mujeres y bienestar absoluto hasta el día de mi muerte. Y no pienso desaprovechar este regalo.

(vamos, lo que pasa actualmente en la política actual, se corta una cabeza a base de malas críticas y difundir noticias, y después el depredador pasa a comportarse como su víctima)

lunes, 7 de febrero de 2011

La mierda interior

(Bueno, sin saber como ni porque, me ha salido un ensayo. No es una historieta en la que pasa algo, solo una reflexión, si aún así leen, que lo disfruten.)

LA MIERDA INTERIOR
(Algo así como la fuerza interior, pero algo menos espiritual)

Bien, entonces, es innegable el hecho de que todos, absolutamente todos, cagamos. Sólido o líquido, mas amarillento o mas negruzco, mas grande o mas pequeño. Da igual como lo llamemos: hacer popo, defecar, evacuar, visitar al señor roca, plantar un pino, liberar a Willy... Da igual el tamaño, el sexo, la edad, la raza... pero hasta la chica mas hermosa, con mas glamour y con mas clase que te puedas imaginar, las superdivas de la televisión y el mundo del espectáculo, los supermodelos que trabajan de actores y tanto humedecen las entrepiernas adolescentes, todos, absolutamente todos, cagan. Y su mierda también huele mal, por supuesto. Así ocurre desde el momento en el que expulsamos aquella sustancia verdosa tirando a negra y viscosa, compuesta por células muertas y secreciones del estómago e hígado, allá en las primeras horas de vida. Nuestras primeras heces, nuestra primera cagada compuesta por basura orgánica generada desde el momento en el que empieza el periodo fetal, y expulsada por la, ya prediseñada expresamente para la función, leche materna con calostro. Un laxante natural. De ésta manera, todo nuestro organismo, así como el de la madre que nos parió, está naturalmente prediseñado para que generemos mierda.
  Entonces, inevitablemente, esto nos lleva a pensar que, una de las cosas que hacemos durante más tiempo en nuestra vida, es almacenar mierda en nuestro interior para después desecharla. Más formada o menos formada dependiendo del tiempo que haga desde nuestra última expulsión, defecación o cagada, pero mierda al fin y al cabo. Entonces somos simples envases de mierda, entonces somos unos mierdas.
  Ésta sería una muy buena explicación de como funciona el mundo en los tiempos que corren, y desde hace ya algún siglo, en el que la industria ha evolucionado subyugada a un capitalismo sin escrúpulos ni piedad, ya que, partiendo de este principio, no es de extrañar que, tales seres seamos unos generadores de mierda a gran escala. Es nuestro comportamiento natural. Comemos, nos quedamos lo que necesitamos de los alimentos, y desechamos el resto. Así nuestros vertederos están todos rebosantes de mierda metálica, plástica, y demás materiales que han sido prediseñados para ser desechados. Tan natural como la lactancia y la primera cagada, lanzamos cada envase a la basura, cagamos botellas de plástico, envases de yogurt, latas de cerveza, móviles antiguos, juguetes viejos, coches rotos, aviones... de todo. Lo tratamos como si fuese mierda, lo ponemos en un lugar donde no lo vemos confiando en que así no nos molestará. Pero no es mierda, es algo mucho peor. La mierda, a pesar de su pestilencia, es una materia biodegradable que, fusionada con la tierra y unas semillas, da vida. Da fuerza a aquella vida vegetal que tanto necesitamos nosotros y que, sin embargo, nuestra mierda industrial y tecnológica, destruye.
  Entonces, usemos nuestra ya natural cultura, nuestros comportamientos adquiridos, esos que siempre usamos para dejar de lado y reprimir nuestros hábitos naturales más molestos, y dediquémoslos a encontrar la manera de no generar tanta mierda, pero mierda de esa que asesina a la naturaleza, digo ahora. En resumen, quiero decir, que no seáis mierdas, y cuidad el medioambiente intentando generar la menor cantidad de mierda posible, comprando lo menos posible y, sobretodo a las empresas: que miren menos las cifras y más la vida.
  En fin, son sólo paranoias de un servidor.

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