jueves, 10 de febrero de 2011

EL CICLO DEL PODER

(Un relato de ciencia ficción distópica, antiguo, y publicado en la obra colectiva de Kit-book "10 relatos, 10 autores". Aunque allí me censuraron un par de frases.)

EL CICLO DEL PODER

-          Todo el Estado vive amenazado. Un ser indefinido es su líder. Desde su palacio nos dicta las leyes, nos obliga a trabajar catorce horas diarias en pro de su enriquecimiento personal. Después obliga a todos los miembros de nuestra sociedad a tomarse la dosis diaria, para así, conseguir que no pensemos y controlarnos. – Pregonaba yo mi discurso desde lo alto de un improvisado escenario formado por un par de mesas de comedor.-  Se que todos los que estáis aquí – eran cinco personas y yo. – os habéis dado cuenta de que la píldora que nos daban después de cada jornada era lo que os mantenía sumisos. Supongo que, como yo, habéis estado vomitando al llegar a casa para expulsar todos los ácidos que la componen antes de que vuestro estómago los filtrara hacia vuestra sangre. Por ello os felicito. Os felicito, a vosotros y a vuestros padres que os lo enseñaron desde pequeños. Os felicito porque, al contrario que el resto de ciudadanos del país, os habéis dado cuenta de que no vivimos en un Estado de auténtica felicidad. La gente lo cree porque las píldoras nos lo hacen creer. Pero no es así. El jefe supremo del Estado nos obliga  comprar. Nos esclaviza y después nos da una paga que nos obliga a gastar en cosas que no necesitamos. Ésta es su manera de mantener la economía del país activa, generando una gran cantidad de beneficios que se lleva al bolsillo mientras nosotros trabajamos jornadas inhumanas y sufrimos. Ha destruido toda la cultura ajena al propio Estado, la única música permitida es el himno del Estado, todos los canales de televisión son su propaganda. El Estado, el Estado, el Estado. ¿Hasta cuando vamos a permitir que sus abusos continúen?
  Los gritos y vítores de los asistentes a esa reunión me animaban a continuar con el discurso, realmente me hacían sentir un líder.
-          ¿Dónde está la libertad? Esto no ha podido ser siempre así. Seguro que antes de la llegada del actual gobernador existía un mundo en el que la gente hacía lo que quería. Compraba si quería y se drogaba si quería. Existen pruebas de que antes la gente podía salir de las fronteras del Estado, ahí donde todo está envuelto por el misterio. Porque, a pesar de que ahora nos parece imposible, mas allá del Estado hay vida. Seguramente una vida salvaje y libre donde no llega la influencia de nuestro gobernador. Se que os parece ciencia ficción porque el Estado destruyó cualquier prueba o documento que lo demuestre. Libros quemados, formatos de vídeo destruidos, fotografías desaparecidas... Pero yo creo, y lo digo con mi mano izquierda en el corazón, que es factible. Hoy os quiero proponer que intentemos volver al pasado, que volvamos a la libertad de nuestro país durante tantas generaciones oprimido. ¡Y os propongo que lo hagamos hoy mismo!
 Después de este discurso la sala estalló en una euforia incontrolada. Los gritos de seis personas parecían la fiesta de un centenar. Los seis habíamos decidido cambiar las cosas de una vez por todas.
  Salimos de allí decididos. El gobernador era una persona, y nosotros éramos seis. Todos los guardias y policías, así como toda la gente de la ciudad, eran simples marionetas en sus manos. Sin titiritero los títeres no se moverían. Las personas que eran mas cercanas al gobernador eran las que estaban mas anuladas mentalmente. Estaban dispuestas a dar sus vidas por el gobernador, pero sí, y solo sí, el gobernador se lo ordenaba. Sino era así ya podía estar muriéndose delante de sus propios ojos que no harían nada para salvarle. No tenían autoconsciencia, o bien la tenían totalmente dominada por las píldoras del Estado, por ello era conocida como la droga gobernante. Tenía serias sospechas, que con el tiempo se me habían confirmado, de que las dosis de las personas que trabajaban en contacto directo con el gobernador eran dobles para asegurarse de que no actuaran sin permiso ni para ir al lavabo.
  Nuestras armas eran bates de baseball, cuchillos, y, incluso, una guitarra eléctrica. La llevaba el Gerard. Cuando estaba contento nos abordaban acordes salvajes que nos llenaban de energía y nos preparaban para la lucha. Sin embargo cuando estaba triste, Gerard nos dedicaba unas melancólicas notas que sonaban como lágrimas chocando contra el suelo. Siempre la llevaba consigo. Siempre recordaré el día en que descubrí porque. No era para poder hacer música en cualquier momento. Gerard había sido de los primeros en actuar en contra del gobernador. Una vez lo vi asaltando el tren que lleva los alimentos a la ciudad. Después repartió el botín entre la gente que el gobernador deja morir a las afueras de la ciudad debido a su inutilidad en su sistema productivo. Si, es así, si alguien tiene un accidente que le deja incapacitado para realizar su tarea productiva se le abandona a las afueras de las ciudades por órdenes directas del gobernador. Una vez allí se le suministra la dosis diaria de droga gobernante para que se muera sin cuestionarse una manera de vivir. Esta maldita píldora elimina incluso los instintos mas básicos de las personas. Bueno, como os contaba, Gerard había estado asaltando los trenes de los alimentos para repartir la comida entre los exiliados, y la vez que lo vi, fue cuando comprendí porque siempre llevaba la guitarra con él. Su guitarra era una contundente herramienta rompecabezas. Literalmente. Cada vez que asestaba un golpe a los guardias que vigilaban el tren dejaba escapar un dulce acorde que, mezclado con los gritos de dolor de los derribados con cráneos fracturados, creaban una música angelical. Para los vigilantes del vehículo sin embargo, debía sonar como el tambor infernal que anunciaba su muerte. Era digno de ver la rabia con la que se desahogaba Gerard con sus oponentes, los convertía en residuos humanos inidentificables, todo, a golpes de guitarra. Es una pena que ya no esté entre nosotros.
  Hammad y Juancho eran los especialistas en acercarse silenciosamente a su enemigo, y utilizar el cuchillo con un letal golpe de viento. La primera vez que los vi no caminaban por un jardín de rosas, pero en aquella calle sucia sus navajas eran lo único que relucía. Por aquél entonces no tenían la menor intención de iniciar la revolución, simplemente eran dos individuos que luchaban por su libre existencia al margen de la opresión del Estado. Creían que vivir escondidos era su única opción de vivir libres, libres entre comillas claro. Dormían debajo de las vías del tren donde parecía ser que no llegaban los rastreadores de personas del Estado. Vivían robando y asaltando trenes, establecimientos de comida, o cualquier cosa donde pudieran encontrar algo que les ayudara a subsistir. Eran realmente lo que yo llamaría dos tipos duros. El día que los conocí les hice saber que yo tampoco estaba controlado por el Estado, a pesar de que trabajaba y vivía como uno mas, había estado vomitando la píldora gobernante durante toda mi vida. Me costó un poco convencerles de que se podrían cambiar las cosas, eran realmente escépticos, pero una vez convencidos se mostraron completamente dispuestos a entrar en acción, pues a la acción era a lo que estaban acostumbrados.
  Fu Lin se enfrentaba a quien se encontrara por el camino con las manos vacías, haciendo uso de no se cuantos tipos de artes marciales distintos. Me contó una vez que escapó de su casa cuando era una niña con una bolsa llena de libros que encontró debajo de una baldosa. Sus padres, sabios descendientes del oriente lejano habían guardado secretamente un saber prohibido por el gobernador. Eran libros con lecciones de artes marciales. Se refugió en las montañas, alejada de todo tipo de civilización y aprendió los libros de  memoria. Después practicó las habilidades con animales salvajes, convirtiéndose en una perfecta máquina de matar. Era el ejemplo mas completo de liberación del control del gobernador.
  Tshiminy, igual que yo, utilizaba un bate de baseball como arma, pero con una gran diferencia. Mientras que yo portaba un bate sencillo, el empuñaba uno en cada mano. A cada uno de ellos les había añadido clavos de manera que asestaba golpes brutalmente desgarradores. Yo prefería darle preferencia a la velocidad y a la comodidad. Sería muy incómodo tener que abandonar el arma en plena huída porque se te queda enganchada a la piel del contrincante y no te queda tiempo para estar estirando. Y yo tampoco intentaba matar a los soldados, en el fondo, todos ellos también eran víctimas.
  Todos teníamos una cosa en común, éramos gente criada en los suburbios de la ciudad, y no era casualidad pues, el control del gobernador no era tan directo en las periferias de las ciudades. Demasiados intermediarios entre su palabra y nosotros. Gracias a ello habíamos encontrado diferentes vías de escape de su control.
 Os preguntareis que prenderíamos hacer con este tipo de armas, pues, como ya he dicho, éramos todos gente de suburbios, era nuestra manera de hacer las cosas. Hay que añadir que hace ya muchos años que el gobernador había destruido todas las armas de fuego pensando que su control era absoluto. Hasta ese momento nos habíamos mantenido en la total oscuridad, ni un asalto al tren, ni un ataque, nada. Escondidos durante varias generaciones esperando este momento, el momento en el que el gobernador se confió.
  Era un plan sencillo, tan sencillo que parecía mentira que fuera un plan, parecía más bien una revolución improvisada. Era un plan temerario, tan temerario que parecía imposible que pudiera funcionar. El plan era irrumpir en el palacio del gobernador por la entrada principal, llegar hasta él y matarlo, pasando por encima de cualquier persona que se interpusiera en nuestro camino. Una vez muerto, el gobernador dejaría de dar órdenes, o eso pensábamos, dejando a todo el país en libertad. 
  Una vez en palacio procedimos. El concierto empezó. Gerard ponía las cuerdas con los movimientos que estas experimentaban al golpear la guitarra con cada uno de los guardias de palacio. Juancho y el Hammad ponían los vientos, casi imperceptible pero presente y agradable sonido de las hojas al cortar. Fu Lin ponía la canción con cada uno de sus potentes gritos al golpear. Tshiminy y yo añadíamos la percusión, metálica en su caso, de madera en el mío. Los gritos de dolor de los guardias actuaban como perfectos coros para la canción. Canción de una siniestra orquesta que anunciaba dolor, pero también la llegada de una nueva esperanza de libertad.
  Yo iba con un poco de ojo, no pretendía matar a ninguno de los guardias. Y me hubiera gustado que todos hiciéramos lo mismo. Pero mis compañeros no tenían eso en cuenta para nada. Demasiado tiempo reprimidos como para contener la rabia, entre golpes y sangre iban gritando -  ¡Toma esta rata servil! ¡Esto por todo lo que nos has hecho pasar! – El Tshiminy seguía golpeando a los guardias, incluso cuando estos estaban en el suelo sin defenderse, tal vez ya muertos, totalmente enloquecido les asestaba un golpe tras otro, hablando entre gruñidos de venganza justa, y cosas por el estilo. Las púas de su bate desgarraban a sus víctimas. Digamos que las vidas de aquellos soldados era un precio que estaban dispuestos a pagar por conseguir su libertad. Y yo, al fin y al cabo, tampoco hice nada por evitarlo, así que no estaba tan desacuerdo con ellos, ni si quiera les comenté el tema. Hammad y Juancho no hablaban, eran silenciosos como felinos en la oscuridad, pero eso no significa que fueran menos letales, mas bien al contrario, posiblemente eran los mas mortales asesinos de los seis. Se acercaban por detrás a algún soldado que permanecía entretenido peleando con alguno de nosotros y le asestaban un navajazo directo al cuello de manera que moría desangrado en segundos. Fu Lin era la única que tenía un poco de consideración con el enemigo. Los dejaba sin dientes y con graves fracturas óseas, pero vivos. Seguramente era cosa de alguna filosofía oriental heredada de los libros de artes marciales que había devorado durante su infancia. O tal vez, simplemente, sensibilidad femenina.
-          Atrapadlos, matadlos, protegedme a mí que os he traído la sociedad más pacífica y justa que os podáis imaginar.
 Los guardias respondían a los avisos de megafonía, que sonaban serenos y tranquilos a pesar de la situación. No se debía imaginar el gobernador que aquello que lo había dado el poder, se lo acabaría quitando. Las doble dosis de los soldados del palacio les causaba un estado soporífero que limitaba su capacidad de lucha. No era demasiado difícil ir derribando soldado tras soldado, el único problema es que eran muy numerosos y nuestras fuerzas acabarían disminuyendo por el cansancio.
  Cuando llegamos a la entrada del despacho del gobernador nos atacaron por ambos lados del pasillo. Fuerzas de seguridad de toda la ciudad debían haber llegado en furgones blindados y ahora estábamos acorralados.
-          ¿Qué os parece si Gerard y yo nos vamos a por el gobernador mientras vosotros os quedáis aquí evitando que todos estos soldados vengan detrás nuestro? – Les pregunté yo, y al instante, todos asintieron.
  Una vez tras la puerta mas grande del pasillos, Gerard y yo, la cerramos y atrancamos para que fuera mas difícil entrar y nos diera mas tiempo en el peor de los casos, si nuestros compañeros caían.
  Cuando apreciamos lo que nos rodeaba en esa sala quedamos totalmente boquiabiertos. Era una sala gigante que contenía un gran jardín alimentado por un pequeño sol artificial que colgaba del techo. Eran plantas reales. En el centro había un estanque con peces y ranas rodeado de butacas reclinables para descansar. Todo un paraíso en miniatura. Bajamos unas escaleras que indicaban “Salón de noche”, que era la imitación de un pequeño claro en un bosque con una luz que imitaba a la perfección la luz de la luna llena. La sala inferior era el comedor, unas compuertas pequeñas comunicaban con el exterior por donde se le otorgaban platos distintos a cada hora de comer, y se retiraban en la siguiente comida. Los subordinados no se cuestionaban porque no comía o porque sí. Mas abajo había una sala con media docena de camas de matrimonio, en cada una de ellas descansando una hermosa mujer ligera de ropa. Nos acercamos a una de ellas prudentemente y le preguntamos:
-          ¿Quién sóis?
-          Las prostitutas del gobernador -  Respondió totalmente ausente de emociones debido a los efectos de la droga gobernante.
-          ¿Dónde está el gobernador? -  Preguntó Gerard, que en paz descanse.
-          No se – Respondió ella – Las prostitutas no nos movemos de aquí mientras dura nuestro servicio al gobernador, cambia de prostitutas cada dos años para no aburrirse, pero si viene por aquí hacemos nuestro trabajo. Solo nos movemos para ir tres veces al día a comer y hacer nuestras necesidades, esas son las órdenes de nuestro gobernador.
-          ¿Cuándo fue la última vez que vino? – Preguntaba ahora yo.
-          No lo se, yo nunca lo he visto.
  Misterioso, como poco, nos pareció esto. Pero debía ser verdad, una persona bajo el efecto de una gran cantidad de la droga gobernante no era capaz de mentir. Nos decía la verdad, o lo que creía que era la verdad, en ausencia de una verdad absoluta.
  Continuamos nuestro camino en la única dirección posible, hacia abajo. Esta vez no había ningún indicador que nos informara de lo que nos encontraríamos abajo. Y lo que nos encontramos fue un paraíso de todo lo que se nos había prohibido. Una gran biblioteca con libros, películas en DVD, fotografías, arte. Todo dispuesto para el disfrute privado del gobernador, disfrute que a nosotros se nos había negado. Al fondo de aquella sala había un gran escritorio con un ordenador conectado a varios monitores y un micrófono. Era por donde se emitían las órdenes de  megafonía. En la butaca que le acompañaba había sentado un esqueleto con un uniforme militar que aun conservaba la gorra y todo. Después de teclear el ordenador y curiosear llegamos a la conclusión de que todo estaba controlado por un sistema de seguridad inteligente. Cuando las cámaras detectaban alguna irregularidad en el edificio o alrededores, se activaba la inteligencia artificial del ordenador enviando un mensaje por megafonía. Había cientos de mensajes diferentes grabados en el ordenador para cualquier tipo de situación. Las órdenes, las cadenas de mando, la edad de sustitución de sus generales. Todo había estado planificado al milímetro para conseguir un poder perpetuo. La última modificación en el ordenador databa de unos treinta años atrás, que es el tiempo que debía llevar muerto el gobernador. Entonces pensé en que tal vez si era una sociedad perfecta, nunca antes una sociedad había aguantado tanto tiempo sin líder. Todo había seguido funcionando según sus órdenes. Como el títere que obtiene vida tras la muerte del titiritero. La sociedad estaba tan alineada a esa manera de vivir que lo transmitían generación tras generación. El gobernador lo había tenido todo en cuenta, las órdenes se enviaban periódica y automáticamente a los principales sustentadores de su sociedad. Los controladores de natalidad, los de seguridad y los jefes de las empresas, y ellos obedecían. Con el exceso de trabajo y consumismo al que había sometido a su sociedad había conseguido que su moneda fuera la más poderosa del mundo, podía tomar decisiones con repercusiones a escala mundial. Y todo ese poder estaba ahora en nuestras manos.  
-          ¡Vamos a destruirlo! – Exclamó Gerard dirigiendo un golpe de guitarra al ordenador central.
-          ¡Ni de coña! – le detuve justo a tiempo con mi bate. – Piénsalo un poco, piensa en todo lo que hemos visto. Es un paraíso que se mantiene automáticamente. Un paraíso que nosotros podemos disfrutar a partir de ahora. Tenemos mujeres, comida, naturaleza, cultura... ¿qué mas quieres? Quedémonos a vivir aquí.  
-          Debes estar bromeando – Nunca había visto una expresión de tal sorpresa en la cara de Gerard.
-          No. Podemos vivir aquí como dos reyes, eso sí, solo te pediría que no compartamos las mujeres, la mitad para cada uno, que yo soy un poco celoso -  Le propuse yo.
-          ¿Pero qué mierdas dices? Vamos a destruir todo esto, que es nuestro objetivo. Liberar a la población ¿Recuerdas?
-          Realmente, si lo piensas, esto no está tan mal, incluso nosotros podría ser que seamos los malos en esta sociedad. Los que siendo solo seis queremos escoger el destino de todo el país, un país que, como sabes, acepta su estilo de vida.
-          ¿Pero cómo puedes decir una cosa así? ¿Dónde están tus discursos de libertad? ¿En qué momento has perdido tu moral?...
-          Piénsalo bien – Le interrumpí antes de que pudiera formular otra pregunta. – La criminalidad se ha reducido a cero...
-          Claro- Me interrumpió ahora él. – No hay criminalidad porque todo el mundo vive encerrado en una prisión, y ¿Qué me dices de los heridos en accidentes laborales que son expulsados? ¿Qué me dices de mi hermano que perdió un brazo y fue abandonado a morir de hambre? -  Me respondió ahora con lágrimas en los ojos.
-          Pero nadie sufre -  Le intentaba convencer, a él, y a mi mismo. – ¿Y si realmente es esto la sociedad perfecta? Nosotros podríamos ser los principales beneficiados.
-          ¿Cómo puedes estar autoconvenciéndote de las mentiras contra las que tanto has luchado? Una sociedad perfecta debería ser libre. ¡Pero si son tus palabras, hostia! Nosotros podemos dar la libertad a nuestra sociedad...
-          Pero...
-          No pienso escuchar ni una palabra más.
  Gerard levantó de nuevo su guitarra, y yo, de nuevo volví a detenerle justo antes de que destruyera el ordenador central.
-          No pienso dejar que lo hagas – Le dije.
-          Pues tenemos un problema, porque pienso hacerlo.
  El siguiente golpe no iba dirigido al ordenador sino a mi cabeza. En ese momento empezó el dueto cuerda-percusión. Nos enfrascamos en un duelo, sin duda, el más duro que había tenido nunca. Sus golpes me caían encima como contundentes rocas, con una fuerza desmesurada. Las contusiones me aparecieron en la totalidad de la superficie de mi piel. El sabor a sangre en mi boca me daba ganas de vomitar y, mis huesos no aguantarían muchos golpes más antes de empezar a quebrarse. Así que me rendí.
-          Me rindo, tu ganas, destruye lo que creas que tienes que destruir.
-          Me alegro de que hayas recapacitado compañero. Tienes que ser fuerte contra la capacidad corruptiva del poder. – Me contestó sonriendo.
  Acto seguido me dio la espalda, levantando la guitarra con las dos manos, dispuesto a destruir el ordenador central de una vez por todas. Con un esfuerzo inimaginable me levante del suelo, a pesar de mis heridas, y detuve una vez mas a Gerard justo antes de que destruyera el ordenador. Pero en este caso lo detuve otorgándole un fuerte golpe en la cabeza. Cayó al suelo y empezó a perder sangre por la brecha que le abrí. No tardó mucho en morir. De verdad que no quería llegar a este extremo, pero no me quedó otro remedio.
  Ya empezaba a saborear el poder. Pero aun tenía que hacer alguna cosa. Cogí la ropa del gobernador y me la puse, la hice mía. Decoré los restos esqueléticos con mi ropa. Por el micrófono ordené “Qué dos soldados se dirijan a mi despacho” Sonó por megafonía. Tardaron un buen rato en aparecer y recordé que habíamos dejado la puerta de entrada al paraíso atascada. Pero llegaron demostrando que me serían leales, y que nadie se había percatado del cambio de voz.
-          ¿Qué quiere señor? – A nivel visual también había funcionado. Tan anulados estaban los soldados de ese edificio que tampoco se dieron cuenta de que yo no era el gobernador.
-          Me he deshecho de los dos intrusos, lleváoslos.
-          ¡Si señor! – Me contestaron los dos a la vez. Y en seguida procedieron a cumplir mis órdenes, retirando el cadáver de Gerard y el esqueleto del anterior gobernador.
  Por una de las pantallas de aquella sala vi como los guardias del pasillo neutralizaban al resto de mis compañeros. A los soldados les costó mucho, pero su grande, casi infinita, superioridad numérica, les acabó dando la ventaja definitiva en el momento en el que los revolucionarios empezaron a sentir menguar sus fuerzas debido al cansancio. Cuando cayeron rendidos, los guardias los esposaron y se los llevaron. Supongo que al campo de fusilamiento, o, tal vez, les administrarían suficiente droga como para convertirlos en una herramienta útil para el funcionamiento de nuestra sociedad. Realmente no se cual de las dos opciones sería un peor castigo para ellos, pero prefería no pensar en ello, ya que, en el fondo, me sabía mal por ellos y por Gerard. Eran grandes defensores de sus ideales y lo admiraba.
  Pero todo esto forma parte del pasado. Ahora me toca disfrutar de la vida. Después de tantos años de sufrimiento, el destino me ha recompensado con comida, mujeres y bienestar absoluto hasta el día de mi muerte. Y no pienso desaprovechar este regalo.

(vamos, lo que pasa actualmente en la política actual, se corta una cabeza a base de malas críticas y difundir noticias, y después el depredador pasa a comportarse como su víctima)

3 comentarios:

  1. Saludos!! Me ha llevado tiempo leerlo, pero al final lo conseguí :P Lo he estado leyendo a ratos que ultimamente con los exámenes apenas tengo tiempo par nada :P Está muy muy chulo :D

    Un saludo!! ^^

    ResponderEliminar
  2. esta bien eso de cogerle frases a mucho mu!

    ResponderEliminar