Amanece soleado el campo y, como todas las mañanas, me lavo la cara en el mismo lugar dónde previamente he meado. Pero no importa, es lo que tienen los ríos, da igual lo que les tires, se lo lleva lejos, allá donde no lo vemos, por lo que podemos verter cualquier tipo de deshecho, que es como si dejara de existir. Y con esto en mente me lavo la cara bien a gusto, porque el agua del río siempre está limpia a la altura de mi casa, tan cerca de las montañas. Aunque mi felicidad mañanera dura poco, se acaba justo en el momento en el que alzo la mirada al terreno vecino, que está justo al otro lado del río. Es el terreno de Tasicio. En él el sol parece brillar más, los pájaros parecen cantar mejor y las cabras parecen corretear más felices. El terreno de Tasicio es, por lo menos, el doble que el mío, y el trabajo duro que le dedica hace que luzca mucho más bonito. Es verlo y que se borre la sonrisa de mi cara, ya para todo el día. Se me frunce el ceño y se me llena la boca de maldiciones hacia mi vecino. Ese maldito Tasicio, con todo ese terreno, debe ganar un montón de dinero. Hijo de mala madre, ahí le invada la cosecha una plaga de langostas.
Pero en fin, tengo que empezar mi jornada. Maldecirle no hará que mi terreno crezca o se vea mejor que el suyo. Cavo y, con mi espalda doblada no puedo dejar de pensar en la magnificencia del terreno de Tasicio. Mis dientes no paran de rechinar, más por la rabia que me produce, que por el esfuerzo que necesito para mi tarea. Le pido a Dios que haga algo, que convierta mi terreno en uno mejor que el de Tasicio, o que le arrebate a él el suyo. Oh, señor, ten piedad de mi, de verdad, cualquiera de las dos opciones me servirían. Señor, haz que mis tierras vayan más allá de las montañas. Y día tras día le rezo al magnífico para que cumpla mis deseos.
Pasan días y más días, pero no parece que ocurra nada. Por mas que le implore a nuestro Señor, las tierras de Tasicio siguen siendo más grandes, más bonitas y más productivas que las mías. Así que, gradualmente, voy cambiando el destinatario de mis oraciones. Cambio a nuestro Señor por el Diablo. Pero tampoco parece funcionar. Nada cambia durante días y mas días, hasta que un día, por la tarde, cuando me disponía a ordeñar a una de mis cabras, me encuentro algo muy extraño entre ellas. Allí, en medio del campo de hierba, me encuentro a un enorme oso de peluche con una carita dulce y amable y unos grandes cuernos rojos. Está sentado en un trono hecho con enormes huesos. Allí, en el centro del campo donde ordeño a mis famélicas cabras, ha aparecido éste trono ocupado por un peluche gigante. Me asusto, me cuesta de creer lo que ven mis ojos, parece obra de una ilusión o un delirio. Me acerco cauto hasta que escucho:
- Buenas tardes - retumba una voz poderosa como un trueno que retumba en las montañas.
- ¿Cómo? ¿Quién habla? - Pregunto al cielo, y me quedo mirando al peluche gigante, incrédulo.
- Adivina adivinanza, eres tú el que me ha estado llamando. - dice el oso, ahora con una voz mas directa.
- ¡¿Dios?! - pregunto sorprendido en el momento en el que veo al oso mover la boca al hablar.
- Caliente, caliente - responde el peluche.
- ¿San Pedro?
- Pero a ver, ¿Acaso has implorado tú alguna cosa a San Pedro? - Noto por su voz, que no le ha gustado la pregunta.
- No - contesto - pero siendo cercano a Dios, no se me ocurre quien puede ser... - digo pensativo.
- ¡Qué soy el Diablo, imbécil!
- Pero... - reflexiono unos segundos - ¿Es ése tu aspecto?
- ¡¿Pones en duda mi palabra?! - decía ahora el Diablo en un tono amenazante y atronador como cuando dio las buenas tardes. Y, supongo que es su voluntad, pero el terror me invade todo el cuerpo.
- De acuerdo, perdóname, ¡Oh! Gran Señor ¿Qué quieres de mi?
- ¡Joder! Siempre con lo mismo. ¿Qué quieres TÚ de mi?
- Yo nada, Oh Gran Señor oscuro. - Intento hacerle las máximas reverencias para que no me destruya. Es el mismo Diablo, y me imagino que es capaz de hacer cualquier cosa maligna solo por diversión.
- ¿Nada? ¿Cómo que nada? Llevas semanas pidiéndome cosas por lo bajini, y ahora que vengo a darte la oportunidad de pedirme lo que quieras, ¿me dices que no quieres nada? Bueno, pues vale, me voy - me dice el Diablo mientras se levanta del trono y me da la espalda haciendo ondular su capa.
- Espera, Señor, en realidad si que quiero algo. - Con estas palabras para su ida.
- Escucho - dice el oso gigante, a quien se le dibuja una malévola sonrisa en la cara.
- Pues bien, quiero que el terreno de Tasicio, sea de mi propiedad.
- De acuerdo - se saca mágicamente unos papeles de debajo de su capa - Aquí tengo las escrituras del terreno. Son tuyas, pero a cambio quiero pedirte algo.
- ¿El qué?
- Las de tu terreno.
- ¿Cómo?
- Venga, quieres el terreno de Tasicio, pero todo tiene un precio, dame tu terreno y yo te doy el suyo. Es un buen trato. Su terreno es más grande y mejor, siempre lo has sabido.
- Ya, pero... también quiero mi terreno.
- ¿Para qué? Si eres totalmente incapaz de encargarte de todo.
- Pues porque es mío, y lo quiero.
- Mmm - pasan unos instantes de silencio en los que el Diablo osuno piensa en una alternativa - Está bien, - me dice - te voy a dar una oportunidad de conseguir los dos terrenos, pero tendrás que saber verla, y aprovecharla. Va a llegarte sin previo aviso. Y si la dejas pasar la pierdes.
Y con estas palabras el demonio desaparece de mi vista.
Dejo pasar los días y no parece ocurrir nada fuera de lo normal. Siembro mis verduras, recojo los huevos de mis gallinas, llevo a pastar a mis cuatro cabras y nada se sale de lo común. Maldigo al Diablo y empiezo a preguntarme si todo aquello no fue producto de mi imaginación. Llego a preocuparme seriamente por mi salud mental. Aunque por otro lado también podría ser que la oportunidad hubiera pasado sin yo darme cuenta. Ya me dijo que debería saber verla. Se acerca el invierno y la temporada de lluvias viene poderosa éste año. Ya he perdido la esperanza de que aparezca esa oportunidad de conseguir el terreno de Tasicio. No se si lo que viví fue real, pero voy a intentar no pensar mas en ello.
Lleva varios días sin parar de llover, y empiezo a prepararme para el invierno. Tapo las ventanas del corral de mis cabras, recojo toda la cosecha que ya está madura, hago conservas con mis alimentos para que me duren mucho tiempo y pasan días y mas días sin que nada parezca salirse de lo normal. Excepto las fuertes lluvias que no cesan. Hasta que una noche me parece escuchar una voz gritando a fuera de mi casa. Me cuestiono si serán otra vez mis delirios, que vuelven, pero igualmente acudo a comprobarlo. Salgo de casa y la voz se hace más fuerte.
- ¡Anacleto! - grita mi nombre - ¡Socorro! - y reconozco esa voz. Es Tasicio.
Está oscuro y la lluvia no me deja ver a mas de un par de palmos de distancia, pero decido seguir el sonido de la voz de mi vecino que necesita de mi ayuda. Al llegar a la orilla del río le veo. Está un poco más abajo, agarrado a una rama que parece que vaya a quebrarse en cualquier momento.
- ¡La corriente me lleva, Anacleto, ayúdame por lo que más quieras!
Y vuelvo corriendo a mi casa a buscar una larga cuerda y vuelvo para lanzársela a Tasicio, pero justo en ese momento reflexiono y me detengo.
- Has dicho por lo que mas quiera, ¿no? - Ésta podría ser mi oportunidad.
- Si, por el amor de Dios, tírame esa cuerda ya, que no podré aguantar mucho más.
- Por el amor de Dios no, pero si por las escrituras de tu terreno.
- ¿Qué? - En medio de la tempestad y las fuertes corrientes del río parece formarse un silencio que nos envuelve a los dos - ¿Cómo que mis escrituras?
- Si, quiero tu terreno.
- De acuerdo, pero lánzame esa cuerda ya, por Dios, ¡Sálvame!
Efectivamente ésta era mi oportunidad. Me apresuro a lanzarle la cuerda. Una vez fuera y a salvo, me mira con rencor. No le culpo. Sin decir ni una palabra cada uno se va a su casa. Ni siquiera se que demonios hacía en el río a estas horas de la noche. Supongo que caería al ir a buscar a alguna cabra extraviada o algo por el estilo.
Al día siguiente me despierta el timbre de casa. Abro en pijama y rascándome los ojos, muerto de sueño. Es Tasicio, que lleva una maleta en la mano.
- Aquí tienes las escrituras del terreno a tu nombre y firmadas. Eres una persona ruin, pero yo soy un hombre de palabra, así que te las doy. Mi finca es tuya.
Pasan unos segundos en los que el no se mueve de la puerta. Supongo que espera que cambie de opinión, y que le diga que no hace falta que me las dé. Pero al ver que yo cojo las escrituras sin decir ni una palabra más, se da la vuelta y se va.
Me embriaga la emoción, aunque me contengo por un rato por respeto a Tasicio, estoy en casa con unas ganas enormes de saltar y gritar. Y lo hago. Cuando calculo que Tasicio ya está lejos, con su maleta, salgo a corretear por su campo y a gritar y a saltar y reír. ¡Soy rico! ¡Tengo las mejores tierras de la comarca! son mis cantos entre carcajadas. Y así paso todo el día. Me voy a dormir a mi nueva casa, con una sonrisa de oreja a oreja en la cara, una de esas sonrisas que solo tienes cuando estás enamorado, o cuando has vivido el mejor día de tu vida.
Durante la noche soy despertado violentamente. El río ha desbordado y ha inundado gran parte de mis terrenos. Ha arrastrado un pedazo de mi casa que se derrumba, y me arrastra a mi. La agonía me invade, lucho por mi supervivencia, pero da igual a lo que me agarre. Todo va violentamente río abajo, dirección al mar. La fuerza del agua me obliga a zambullirme una y otra vez. Con gran esfuerzo consigo sacar la cabeza por un momento, pero al abrir la boca para coger oxígeno solo consigo tragar agua. Voy río abajo, con los pulmones y el estómago llenos de agua, de ésta no me voy a salvar. ¡Maldito Diablo!
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