- ¡Hola querida cuñada! - dice
Eulalia con una hipócrita sonrisa.
- ¡Hola guapa! - responde Tamara con
otra sonrisa, igualmente hipócrita. Se acercan y, ante toda la familia, se dan
dos sonoros besos intentando camuflar un intenso y mutuo odio, ya histórico. La
verdad es que cuando se besan parece que se den asco, apenas se tocan.
- ¿Cuánto tiempo, verdad? - dice
Eulalia.
- Si, ya tenía ganas de verte -
responde Tamara. Pero en el interior de su mente aparece la realidad de sus deseos
hacia su interlocutora. El entramado neuronal de Tamara reproduce a todo
detalle una secuencia en la que sale ella misma arrancando una a una las uñas
de los pies a Eulalia. Ésta grita a cada tirón, y gime, y sufre. Un sufrimiento
que crea en Tamara una sonrisa. Lo sé porque Tamara lo sabe. Sus maridos
tampoco se gustan, pero en lugar de odiarse mutuamente, se limitan a beber.
Beber hermana a los hombres, o los anula cerebralmente hasta que olvidan que se
odian, una de dos. Pero Tamara es incapaz de borrar su odio hacia Eulalia, ni
por un segundo.
- Estas muy guapa - dice Tamara
mientras piensa que está más gorda, más vieja y mal maquillada. Y eso le gusta.
Disfruta viendo como su eterna rival envejece sin dignidad y evidencia su mal
aspecto con un exceso de potingues en la cara. Piensa que todo el mal que le
pueda ocurrir es menos del que se merece por haber intentado matar a su suegra,
empujándola por las escaleras, y por haberle hecho firmar a su suegro la entrega
de la herencia, cuando éste estaba senil. Todo por recibir antes su herencia. Y
la muy cerda sigue allí, en libertad, faltaron pruebas para acusarla. Pero yo
lo sé. Tamara lo sabe.
- ¿Has visto? Ya ha llegado Encarna
con su nuevo novio - le comenta Eulalia a Tamara - que fulana que es, y encima
siempre está mirándonos por encima del hombro.
- Claro, se cree que por llegar en
un coche caro es superior, pero todo el dinero que tiene es el que le saca a su
novio, siempre con novios ricos y cambiando, seguro que es una infeliz -
contesta Tamara.
- Seguro, además cada vez está mas
gorda, si sigue así acabara sola, sin nadie a su lado que le ayude en su vejez.
Cuando Encarna se acerca a ellas le saludan
sonrientes y continua el festival de banal hipocresía hasta la hora de comer.
Se sientan y, al alrededor del abundante
banquete, parece respirarse un ambiente feliz, todos los primos reunidos a la
sombra de los pinos, disfrutando de la brisa primaveral mientras comen. Hablan
y comentan sobre experiencias vividas, se huele la nostalgia. Todos parecen
llevarse bien. Pero Tamara sabe que eso es todo una ilusión, ella sabe bien las
disputas que han tenido, las rivalidades, las envidias... no son pocas.
Tamara se ha cansado hace un rato de ser
hipócrita y guardar las apariencias, no puede aguantarlo más. El odio hacia los
familiares que la rodean empieza a aumentar, la sonrisa de su cara se borra y
sus dientes se aprietan. Desde mi celda acolchada os puedo asegurar que Tamara
empieza a sentir un fuerte martilleo en su cabeza. No lo aguanta más y se
levanta de la mesa sin decir ni una palabra. Acude a la caseta dónde su tío,
dueño del terreno, guarda las herramientas. Coge un bidón de gasolina, la que
se usa para la motosierra, y sin que nadie se de cuenta, empieza a formar un
círculo a unos metros alrededor de la mesa donde están los invitados
disfrutando de la comida. Cuando el círculo se cierra le prende fuego con un
mechero y, en cuestión de pocos segundos, todos los comensales se ven presos de
una jaula de llamas. Cunde el pánico, la gente grita, y alejándose del círculo
que les tiene rodeados, se acercan unos a otros. En medio del caos y la
confusión Eulalia, sin ni darse cuenta, coge la mano de Encarna. Por un momento
se miran con aparente complicidad, pero de repente empiezan a discutir.
- ¡Tú, eres una zorra! ¡Siempre
mirando a las demás por encima del hombro por tener un novio rico! - le grita
Eulalia.
- ¡Y tú eres una ruin roba herencias
sin moral! - le contesta Encarna con el mismo tono de voz, y tras un par de
palabras no muy bonitas más, llegan a las manos.
Los maridos de Eulalia y Tamara también sacan
a relucir los fantasmas del pasado.
- ¡Ladrón de mujeres, Eulalia tenía
que ser mía! - grita el marido de Tamara.
- Pero tu me dijiste que estaba todo
bien, eres mi primo, pero si fuiste el padrino de bodas y todo - le contesta el
de Eulalia.
- Te odio más por eso, tenías que
restregarme tu triunfo, eres un ser repugnante y malvado.
- Pues te jodes, tu siempre me
restregabas tus juguetes nuevos y todo lo que te compraban tus padres durante
la niñez.
Y
también empiezan a pegarse. La violencia se contagia, poco a poco, hasta que
los quince asistentes al picnic familiar acaban pegándose unos con otros. El
territorio delimitado por las llamas pasa a ser una batalla campal.
Tamara ríe a carcajadas desde lo alto de la
caseta del terreno. Ríe y disfruta al ver lo que ha provocado, le satisface ver
un poco de sinceridad entre sus familiares, cosa que siempre había faltado.
Al poco rato llegan los bomberos y la
policía. Todo se soluciona. En unos minutos apagan el incendio y no hay heridos
graves. Tamara abandona el área en un coche patrulla, pero Tamara ya no existe.
Se ha desvanecido, ahora solo queda Tammy llena de amor, Tammy llena de
felicidad, de Tamara ahora solo quedo yo. Tamara ya no existe y su familia
nunca, jamás, volverá a organizar un encuentro conjunto como el descrito en
estas líneas.