Tengo que correr, no
puedo parar ni un segundo. Voy por la calle a toda velocidad, empujando a quien
quiera que se me ponga en el camino. Jóvenes, abuelas, niños, no hago
distinción ninguna. Cualquier cosa por llegar cuanto antes a la guest house
donde me alojo y cagar. Así es. Tengo una necesidad tan grande de soltar el
lastre que no puedo detenerme ni un segundo. Ni siquiera para pedir perdón a la
abuela que llevaba la bolsa de la compra y se ha caído al suelo a causa de mi
empujón. Mi mierda aprieta con una fuerza desproporcionada, causándome un
intenso dolor de barriga similar al de diez puñaladas en mi interior. Me
pregunto si así se sentiría la madre de nuestro presidente antes de parir.
Por fin llego. Echo
el pestillo de la puerta del retrete y sale a presión el montón de mierda que
llevo dentro. Sale mierda y más mierda, no puedo parar y una desagradable
sensación recorre todo mi cuerpo al notar que el montón de mierda toca mi culo.
Mierda. Pero no puedo hacer otra cosa que continuar cagando, no puedo
contenerme. Cuando todo el espacio del interior del retrete ya está ocupado por
mi gran cagada noto como mi cuerpo empieza a elevarse, mis pies se despegan del
suelo y asciendo poco a poco hasta tocar el techo, apoyado en la torre que está
formando mi mierda. Pero la fuerza no para, y me empuja más y más. Mi espalda
doblada hace tal presión en el tejado que quiebra la madera y sigo subiendo. Me
siento como si estuviera en mi particular torre de Babel, que me lleva a la
supremacía. Veo como las personas que pasean por la calle se alejan, pero sin
perder nitidez. Ahí abajo siguen con sus vidas como si nada hubiera pasado, mi
particular torre de mierda debe ser imperceptible a sus ojos. Cuando paro de
ascender, estoy encima de tan alta torre que se tambalea a los lados. A esta
altura, sin duda, mi caída sería mortal. Cuando consigo mantener el equilibrio,
y que la torre esté estabilizada, observo las vistas que me ofrece. Una
perspectiva súper amplia y nítida, algo casi surreal.
A un par de calles
veo a un gordo alemán que lleva a una niña tailandesa de unos doce años de la
mano. Y no parece ser su hija adoptiva. Veo este país y los que están más allá.
Y en todos veo niños esclavos en talleres y niñas sin salida empujadas a
trabajar las calles. Y veo a la dulce resistente que engordó expresamente al
llegar a la pubertad para evitar ese destino. En el país vecino, veo a un
turista norte americano, sentado en la terraza de un café, hablando orgulloso
de su patria, mientras, pasa por la calle un chico pidiendo limosna, con una
pierna desaparecida al pisar una mina de las colocadas durante la guerra de
Vietnam. Veo degradación de la persona allá donde mire. Veo grandes líderes
espirituales manipulando masas mientras se enriquecen. Veo empresas causar la
destrucción total del medio ambiente, que es lo que nos da vida, a cambio de
maximizar beneficios. Veo mafias, y veo corrupción. Y hablando de corrupción,
desde aquí también veo “mi país”. Entrecomillo, pues no siento en absoluto que
yo le pertenezca. Y veo en él a los patriotas orgullosos de su bandera. Un gran
país cuyos ciudadanos se muestran orgullosos de pertenecer. Con un glorioso
pasado, dicen. Protagonistas de uno de los más grandes, sino el que más,
genocidios de la historia. Con grandes deportistas, dicen. Deportistas motivados
por un gobierno que permite e incentiva sus lujosas vidas mientras deja a su
pueblo sin recursos, sin casa, sin educación, sin salud. Con un buen clima
dicen. La única cualidad indiscutible que es fruto única y exclusivamente de la
casualidad. O de alguna divinidad que vive más allá de Plutón, que cogió la
península ibérica y la colocó allí en el origen de los tiempos.
Y a aquellos que
dicen que ser español es un honor y un orgullo que no tiene precio, siento
decirles que, ahora si lo tiene. Exactamente 160.000€.