Estoy en pie, firme, aguantando el tipo, sin mover un solo
músculo, sin siquiera parpadear. Estoy tan quieto que parezco el centro de
gravedad del entorno a mí alrededor. Algunos niños que corretean esquivando
mesas, dando vueltas a la circunferencia que forma el bar en el que estoy
metido. Nadie consume, ya he limpiado lo limpio y tengo prohibición expresa de
sentarme, de mirar el móvil, de apoyarme, de beber cerveza… por lo que lo tengo
el deber y la obligación de aguantar el tipo, dar buena presencia, incluso
cuando nadie me ve. Así que allí estoy, de pie, inamovible, como un guardia
real del palacio de Buckingham. No muevo ni un músculo, mientras las horas
pasan lentas, tan lentas que parece que no pasan. Mientras un niño camboyano pierde
una pierna al pisar una mina “made in USA”. Un finlandés muere ahorcado por la
soga que el mismo ha atado a las vigas de su linda casa de madera al no
encontrar sentido a la vida después de la jubilación. Un empresario español
muere al estrellar su nuevo deportivo en Zurich. Un espermatozoide penetra un
óvulo generando una nueva vida en el interior de Somya, la bella muchacha hindú
de quince años. Mientras, un terremoto quiebra un bloque de viviendas en Tokyo
y dos perros sin dueño están jodiendo en el parque. Pero yo permanezco inmóvil,
una hora, dos horas, tres horas… Al principio pensando en mis cosas, recordando
historias pasadas. Me acuerdo de mi primer amor en la ciudad condal, y de amor
platónico en Elche. Me acuerdo de la pasión turca, y de mi amor oriental. Y una
erección empieza a materializarse, por lo que cambio la pista del disco que
gira en el interior de mi cráneo. Y cuando me canso de pensar, dejo de hacerlo,
sé que puede parecer difícil, pero me da la impresión de conseguirlo, por un
pequeño instante no pienso en absolutamente nada… Tal vez alcance el nirvana…
miércoles, 19 de junio de 2013
INMÓVIL
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viernes, 14 de junio de 2013
RETIRADOS
(La historia que se
relata a continuación es una ficción. Cualquier similitud con la realidad es
pura coincidencia. O no…)
- - Que buenos tiempos hemos vivido. Es una pena que
estén llegando a su fin. – Me dice Rodrigo mientras disfrutamos de un buen
bourbon en el jardín de su mansión.
- - Si, y nada habría sido posible sin ti, -le digo-
tu esfuerzo dio un resultado excelente.
- - Pero tú fuiste la cabeza pensante del plan. Todo
es mérito tuyo, yo solo ejecuté el trabajo que me pediste.
- - Y con mucha eficacia. – Suele pasar que nos
emocionamos con elogios mutuos, y nos cuesta parar. Cada elogio debe ser
respondido por uno mayor. Es la cortesía de los hombres correctos.
- - Si te soy sincero – me explica – realmente tuve
miedo de excederme y hundir el país hasta un punto de no retorno. Y que la maniobra acabara hasta con nuestras
riquezas.
- - Bueno… ciertamente la estrategia tenía sus
riesgos, sí, pero, mi querido Rodrigo Rato, ahora soy recordado como un héroe
español. El mejor político de la historia de la democracia. Nadie cuestiona el
hecho de que merezco todas las riquezas que disfruto. Y tú, tu tomaste una
posición muy importante en mi encumbramiento. Y por ello, te he traído un
regalo.
Doy dos palmadas para que entre el camión con el regalo. Es
un cofre del tesoro gigante que le he preparado a Rodri. Veo como se le
iluminan los ojos al apreciar tamaño regalo.
- - ¿Es para mí?
- - Pero Rodrigo, ¿tu ves a alguien más por aquí
alrededor? - aprecio como el operador de
la grúa me mira mientras baja el cofre de la carga de su camión. Supongo que se
cree alguien. Pero es solo servidumbre. Ellos no cuentan.
Emocionado, Rodrigo Rato entra en el cofre del tesoro por la
puerta que tiene en la parte frontal. Con esfuerzo levanta la cabeza para
apreciar las miniaturas de oro de las torres Kyo. Tres metros de alto con un
cielo azul siempre brillante pintado por encima de ellas. Todo el cofre está
dotado de un sistema de iluminación que provoca un resplandor majestuoso en las
pequeñas torres. Por supuesto, no falta el icono de “caja Madrid” en una de las
torres. Sé que a Rodrigo Rato se le despiertan endorfinas al recordar como
ganaba montañas de dinero allá por primeros de siglo. Desde que se retiró no ha
vuelto a ser el mismo. Está apagado. Eso de que le ingresen millones de euros
anuales en la cuenta por que sí no es tan divertido como ganarlos. Es como si
ya no pudiera practicar su razón de ser. Ganar dinero a través de cualquier
medio. Entiendo perfectamente ese
sentimiento. Una lagrimilla asoma por los ojos de mi amigo.
- - Muchas gracias José María. Me encanta.
- - De nada hombre. Para eso están los amigos.
- - ¿sabes? Pensando en ello, hay alguien que me da
un poco de pena. Mariano también desempeñó una gran tarea, de hecho fue el que
tuvo que manchar más su imagen pública. Su papel también fue muy difícil en
esta trama.
- - Bah, no te preocupes, él ya tiene sus 40.000
Euros anuales. Que se abra una mercería en Galicia. - No puedo evitar mofarme.
- - Pero eso es calderilla…
- - Suficiente para él, siempre fue motivo de burla,
ya desde el colegio. No era un hombre destinado a triunfar. Estaba destinado a
ser un perdedor, y sin embargo, gracias a mí, tuvo su momento y llegó a ser
presidente de España, ni más ni menos.
- - Pero es que con las medidas que tuvo que tomar
no quedó ni un solo español que le tenga estima… me pregunto si era
estrictamente necesario que aboliera las pensiones y los subsidios de
desempleo.
- - Pues claro que sí. Así mi relevo fue triunfal. Y
solo tuve que restituir la jubilación a los 102 años, y restablecí un subsidio
de desempleo de dos mensualidades por año trabajado. Salvé el partido, salvé el
país, salvé nuestra hegemonía política y lo más importante, perpetué la clase
alta. La nuestra. La de los buenos hombres y las buenas familias. Y todo el
plan llevado a cabo con la sutileza de un verso de Torquato Tasso.
- - Si, sin duda eres un héroe de la gente de bien
del país. Solo que me da un poco de pena el pobre Mariano.
- - Podría haberse afiliado a Izquierda Unida. – Y
estallamos los dos en profundas carcajadas.
- - Vayas payasos ellos – me dice.
- - Ya te digo -
empiezo a llorar de la risa – un mundo sin pobres, vaya ocurrencias.
- - ¿Qué sentido tendría entonces ser rico? – me
dice sin cesar su risa.
- - La vida entera perdería el sentido.
Tras un buen rato riéndonos a carcajadas, nos quedamos un
buen rato más observando la estupenda iluminación de la sala del interior del
cofre. Después, como ya no tengo nada que decir, me despido.
- - Bueno pues, nos vamos viendo mientras nuestras
piernas nos respondan, ¿de acuerdo?
- - Claro que sí José María, claro que sí. Muchas
gracias por el regalo.
- - Gracias a ti por ser de confianza – le contesto.
Me subo a un carrito de minigolf y me lleva hasta la
entrada del terreno donde me espera mi limusina blindada. Le digo al conductor
que me lleve a casa. Sé que no me quedan muchos años de vida. Pero estoy
orgulloso y satisfecho de mi trabajo realizado. Mi carrera política me ha
recompensado con unos privilegios dignos de mí. He sido un político perfecto.
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