Me despierto de nuevo en el sofá. La tele está encendida. No
sé qué hora es, pero tampoco me importa demasiado, desde que desistí de buscar
empleo después de casi un año intentándolo con todo mi empeño. Me levanto del
sofá, tropiezo con la botella de cerveza vacía que me bebí anoche. O tal vez es
de la noche anterior. Por suerte no se rompe. Voy al baño y, tras una larga e
intensa micción, observo mi rostro en el espejo. Debe hacer cuatro o cinco días
que no me ducho, más que no me peino, y por lo menos un mes que no me afeito.
He dejado mis amistades de lado. Me dedico a dejar pasar los días como si por
arte de magia todo fuera a cambiar de repente. Tal vez la revolución estalle de
verdad y de un día para otro se redistribuya la riqueza del país, de manera que
la falta de trabajo no sea un impedimento para una vida digna. Aunque ya hace
meses que no se habla de la supuesta “spanish
revolution”. Eso ya se acabó. De vez en cuando reviso mi correo. Esperando
encontrar algo allí que cambie mi vida. Una oferta de trabajo en algún
periódico o revista, una proposición de publicación de mi novela… pero nada.
Obviamente, si no lo conseguí mientras lo intentaba con ímpetu, no va a
sucederme ahora de manera milagrosa.
Me dispongo a
prepararme el desayuno. La nevera está bastante vacía. Solo hay unos pocos
huevos, una cebolla y un par de cervezas. Cojo un par de huevos y los pongo a
freír. Mientras caliento agua para hacerme un té. De esos de sesenta céntimos
la caja de veinte bolsitas. Me gusta empezar el día hidratándome, que llegada
cierta hora, solo me deshidrato. Alguien golpea la puerta. Sé quiénes son. A
parte de ser los únicos que se acercan a mi casa últimamente, son los únicos
que jamás utilizan el timbre para llamar. No sé si no lo han visto, o se lo impide
alguna de sus creencias raras. Acerco el ojo a la mirilla y, efectivamente, ahí
están los dos hombres de edad avanzada que ya han intentado venir varias veces.
Van bastante elegantemente vestidos, y sujetan entre sus brazos varios libros y
panfletos religiosos. Veo como uno de ellos, el que parece ser más viejo de los
dos, levanta el brazo para volver a golpear la puerta, pero abro antes de que
pueda hacerlo.
-
¿Tiene unos minutos para hablar de Dios? Me
preguntan al unísono, a coro, como si lo hubieran ensayado.
-
Claro, adelante. – Es la primera vez que hablo
con ellos, normalmente, como todo el mundo, fingía no estar en casa hasta que
se cansaban de aporrear la puerta.
-
Nos complace encontrarte en casa, – me dice el
más viejo – a menudo habíamos pasado por aquí y nunca nadie había respondido a
nuestra llamada.
-
Antes trabajaba… - aunque ya hace tiempo que
llevo controlando sus movimientos alrededor de mi puerta. Una o dos veces por
semana vienen, golpean la robusta madera de mi puerta. Tres golpes cada dos
minutos, y a los diez minutos sin respuesta, se van – justo iba a desayunar,
siéntense. ¿Quieren un poco de té? – Los dos niegan la oferta.
-
Así que… ¿Ha perdido su trabajo? – me pregunta
otra vez el más viejo, que es claramente el líder de los dos.
Asiento con la cabeza mientras
mastico un trozo de pan con un poco de huevo, con la yema todavía chorreante.
-
Porque yo quería comentarte una cosa – sigue
hablando el viejo – con todo esto que está pasando, la crisis, los desahucios,
todo este asunto de Corea, las guerras de oriente medio que empeoran, los
tsunamis y terremotos que han ocurrido últimamente en Asia… - hace una pausa,
reflexivo - ¿no te da la sensación de que algo grande tiene que pasar?
-
Tal vez – Le digo mientras sigo comiendo.
-
Pues hay una manera de no preocuparse, - me contesta como si le hubiera dicho un
rotundo y desesperado si – te explico cual es. Nosotros hemos encontrado un
gran alivio. Hemos hallado todas las respuestas en un libro. Un libro maravilloso
que es éste de aquí - me dice acariciando
una pequeña biblia que tiene entre las manos – pues nosotros, los testigos de
Jehovah nos dedicamos a estudiar la palabra de Dios directamente tal y como él
la ordeno escribir a sus discípulos. Sin intermediarios ni falsos líderes
espirituales que predican la palabra de Dios desde un trono. Nosotros vamos
directamente a la fuente del saber, la Biblia, - se le llena la boca al
pronunciar la palabra biblia – que escribieron los apóstoles, a dictado de
Cristo. Y como ésta fuente de sabiduría infinita dice: - Le hace un gesto a su
compañero.
-
Como dice el libro de Mateo… – y empieza a leer el de las
barbas, que parece un poco más joven – “Ustedes van a oír de guerras e informes
de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder,
más todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino
contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro.
Todas estas cosas son principio de dolores de angustia.” – Y me mira sonriente, orgulloso de su
lectura.
-
¿No te parece –
vuelve a hablar el viejo con su voz pausada – que todo eso que dice la biblia
que va a suceder, pueda ser una metáfora de lo que está sucediendo ahora?
-
¿Tú crees? – Le
pregunto yo mientras me limpio con una servilleta un poco de jugo de huevo que
se derrama de mis labios.
-
Yo estoy
convencido – me contesta. – El apocalipsis es inminente. Pero no hay que
tenerle miedo, al contrario, va a ser una bendición para los hombres de Dios.
Nosotros ya somos un poco viejos y tal vez no lo veamos, pero estoy seguro que
tú sí. En treinta o cuarenta años sucederá, no creo que la tierra aguante mucho
más este ritmo. Y entonces, como dice la Biblia, Jesús bajará de los cielos y
acabará con los pecadores y devolverá a la vida a los buenos hombres que yacen
bajo tierra. Nosotros nos reunimos todos los domingos, no lejos de aquí está
nuestra iglesia, y nos alegramos de tener a invitados interesados en la
salvación. ¿Qué te parece, te gustaría acompañarnos este domingo?
-
Verán – le
respondo mientras sigo comiendo – yo quiero ser un hombre de Dios y ser salvado
cuando llegue el momento, pero hay algo que me perturba de todo este asunto.
Según la biblia hay que tener fe, y los que tengan fe serán salvados y los que
no destruidos. ¿Cierto?
-
Cierto. – Me contesta,
como siempre, el más viejo.
-
Entonces, me
pregunto yo, ¿Qué pasa con esos pueblos de esquimales que viven ajenos a todo
esto de la palabra de Dios, la biblia, o cualquier otra creencia, sin embargo
nunca han hecho daño a nadie. No son malas personas, ¿verdad?
-
No, claro que
no.
-
Sin embargo no
tienen fe, entonces, ¿irán ellos al infierno?
-
Bueno, en esos
casos, el profeta, cuando descienda de los cielos, sabrá juzgar correctamente.
– Me dice tras unos segundos de reflexión.
-
Entonces,
ustedes hacen lo que dice la biblia, ¿literalmente?
-
Si, esa es
nuestra salvación. – Me responde convencido.
-
Verán – les
digo yo – es que hay unos versos de la biblia que me tienen a mí un poco
preocupado, es lo que dice levítico, en el versículo 18:22, creo. ¿Lo puede mirar?
-
Si, lo busco –
dice ahora el más joven de los dos mientras pasa páginas y más páginas de su
libro. – “No te echarás con varón como
con mujer; es abominación.” – Pone cara un poco como sorprendido, diría que
es la primera vez que lo lee.
-
Entonces, ¿es
malo ser homosexual? – Pregunto casi fingiendo preocupación.
-
Pues sí – me
dice sonriente el viejo – lo dice claramente, es una abominación a los ojos de
Dios.
-
¿Y qué solución
me dan? ¿Voy a ir al infierno, a pesar de ser una persona que no hace daño a
nadie, y ayuda a los demás en lo que puede, solo porque practico sexo con otros
hombres?
-
Verás joven… -
mide las palabras que va a decir el viejo del pelo blanco y la coronilla al
viento – …te voy a decir una cosa, - se quita las gafas y me mira como si fuera
a ofrecerme una solución milagrosa – yo antes fumaba, pero ahora ya no.
Se forma un silencio de unos
segundos, solo interrumpido por el sonido del tren que pasa a escasos metros de
mi casa. Ambos esperan mi respuesta con sus ojos clavados en mí, sin borrar su
sonrisa en ningún momento. Supongo que creen que recibirán unas gracias por tal
iluminación. Como si una condición sexual fuera como un mal vicio que hay que
dejar. En lugar de eso, les pregunto:
-
¿Ustedes comen marisco? - ambos asienten con la cabeza – Pues yo no.
– Les digo – entonces estamos igual de expuestos al castigo de Dios, porque
como levítico también dice en el 11:9 y 11:10
“Esto comeréis de todos los
animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las
aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis. Pero todos los que no tienen
aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de
toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación.” Por
lo tanto, yo no como marisco, pero practico sexo con otros hombres, sin embargo
ustedes comen marisco pero no practican sexo con otros hombres. Nos hace igual
de pecadores y dignos de ser castigados por Dios. ¿Estoy en lo cierto?
Se forma otro largo
silencio. No saben que responderme. Los circuitos neuronales de los dos
testigos de Jehová parecen haberse frito. Yo les miro satisfecho de mi
actuación, y espero con intriga su respuesta. La verdad es que llevo tiempo
preparando esto.
-
Verás… - rompe el silencio el viejo de la nuca
blanca – Hay normas cuya aplicación ha cambiado con el tiempo.
-
Entonces – respondo - ¿comer marisco está bien,
pero practicar sexo con otros hombres está mal, aun cuando lo dice Levítico con
unos pocos versículos de diferencia?
-
Exactamente. – Me dice el viejo señalándome con
la patilla de sus gafas como si por fin yo hubiera entrado en razón.
Su mirada está
clavada en mí con una sonrisa de gran satisfacción. Se siente victorioso. Su fe
ha derrotado mis creencias pecaminosas, el bien ha derrotado al mal, Dios ha
derrotado al pecado. Aunque mi punto de vista es totalmente diferente. Me
siento impotente ante una credulidad ciega en un libro que ni siquiera conocen
al cien por cien. Por un momento se me pasa por la cabeza atacarle aplicando la
lógica, debatir el tema. Pero si algo he aprendido de esta conversación es que
la lógica no sirve de nada ante la fe, pues la fe está para que las cosas de
las que se desconoce la lógica tengan sentido, así la ignorancia de cosas tan
relevantes como el sentido de la vida dejan de ser una preocupación, pues está
en manos de Dios. La mente de los hombres de fe funciona de otra manera. Y a la
vez siento que llevo demasiado rato con esta falsa. Ya he acabado el desayuno.
Me levanto a por una cerveza y mientras empiezo a bebérmela les invito a irse
de mi casa.
-
Estoy ocupado – les digo – Por favor, déjenme
con mis asuntos.
-
De acuerdo, entonces, ¿se pasará el domingo por
la iglesia? – me pregunta el viejo – nos encantaría verle por allí, y tal vez
podamos ayudarle también con eso. – Me dice señalando mi cerveza.
-
Miren, yo busco el refugio de la realidad en
unas cosas, y ustedes en otras. – En el fondo tal vez no seamos tan diferentes.
-
Hijo – me dice ya en la puerta – tienes
salvación. Esperamos verte el domingo.
-
Venga, hasta el domingo – les digo en un tono
desganado y cerrando la puerta en su cara.
-
Entonces, ¿Vendrá, no? – escucho como hablan al
otro lado de la puerta.
-
No lo sé, puede que sí, creo que le hemos
sembrado la semilla de la fe.
-
Si, seguro que sí – escucho su voz un poco más
débil debido a que ya se están alejando.
Me vuelvo a acostar
en el sofá, el lugar donde paso la mayor parte del día. En una mano sostengo mi
cerveza, y en la otra la caña que me hace de mando a distancia desde que éste
se quedó sin pilas. Doy una vuelta a todos los canales mientras siento como la
cerveza aturde poco a poco mis sentidos. Veo los canales de noticias. El
resumen sería paro, corrupción y desahucios. Veo unos instantes de muchas
cosas, hienas apareándose, Belén Esteban y su best seller, el inmortal Jordi
Hurtado, programas de salud, series… No me detengo en ningún canal por más de
quince segundos hasta que veo algo que me llama la atención. Unos dibujos de mi
infancia en los que aparecían cinco hippies con unos anillos mágicos que, al
juntar sus poderes, invocaban al capitán planeta. Una especie de Superman
ecológico con peinado de quinqui que se dedica a patear traseros de los
incívicos empresarios y mafiosos que contaminan de manera exagerada la ciudad.
Es curioso lo que me gustaban de pequeño, y sin embargo la escasa calidad en la
animación que aprecio ahora. La madurez nos hace exigentes, tal vez demasiado. Sigo
haciendo zapping por un rato, hasta que caigo dormido otra vez, escasas tres
horas desde que me he levantado.
-
Hola chicos – dice el capitán Planeta – como
hemos visto en el capítulo de hoy, este país no tiene futuro. Se hunde a una
velocidad considerable, pero puedes no hundirte con él, formando la república
independiente de tu casa – cuánta televisión en mi cabeza. – El pueblo de Villa
Almudena está desierto y rodeado por un fortín. Okupa el fortín y tendrás todo
un pueblo entero para ti, al margen del país. Así pues empieza a estudiar las
leyes de la okupación de tu país. Y hasta aquí nuestro eco consejo de hoy.
¡Hasta la próxima, amigos del planeta!
Al despedirse, en mi
mente, se reproduce la musiquita de los créditos del final de los dibujos. Poco
después despierto. En la tele, que nunca se apaga, están dando un reportaje
sobre pueblos abandonados en lugares remotos de la España profunda. En ese momento
están hablando precisamente de Villa Almudena. Un pueblo abandonado que está
rodeado de un fortín medieval, con inusualmente grandes habitaciones en su
base. De manera que realmente es un edificio, abandonado, y por lo tanto
okupable. No hay tiempo que perder, le hago caso al capitán Planeta, y me pongo
a investigar por internet como están las leyes actuales en lo que a okupación
de edificios se refiere. Es una idea que suena descabellada, pero, tal y como
se me presentan los próximos meses, con el subsidio de desempleo a punto de
finalizar, dos meses de retraso en el pago del alquiler y la luz pendiente de
un inminente corte por impago, no siento que tenga nada que perder. Pasa por mi
cabeza la imagen de un pueblo cuyos habitantes viven en paz y armonía. Al
margen del contexto político del momento. Jamás volver a hablar de recortes, de
derecha o izquierda, ni de monarquía, de desahucios ni de patriotismos sin
sentido. Un pueblo, más que eso, un pequeño país, cuya única restricción sea el
respeto por los demás habitantes. Solo de pensarlo se dibuja una sonrisa en mi
cara. La primera en muchos meses.