sábado, 16 de agosto de 2014

PRESA DEL CAPITAL

Ya he caído en otra de sus redes, ya me ha enlazado con otra de sus cadenas. El capitalismo me ha lanzado un Smartphone al cuello, y ya no sé cómo desenredarme de él. Empecé con el rollo ese de “este es barato” adquiriendo un Smartphone de procedencia dudosa, de los antiguos, bastante precario, pero eran veinte Euros y funcionaba lo suficiente para escribir por whatsapp a mis amigos que parecían haberme dado esquinazo desde que ellos se habían instalado la aplicación y yo no. Además ahorraría dinero en llamadas y SMS, me decía. “Es de segunda mano y no alimento la demanda en el mercado al adquirirlo” me decía. Me decía tantas cosas que le sonaban coherentes a mi yo anticapitalista que parecía una tontería no coger aquel primer Smartphone a veinte Euros. Y más cuando había perdido mi anterior teléfono, en algún lugar de la India de cuyo nombre no quiero acordarme, un teléfono básico que me había durado unos cuatro años. Así que lo compré, y al señor Capitalismo se le dibujó una sonrisa en la cara.
 Otra víctima del huracán Smartphone. Creía que podía vencerle, jugando a su juego, pero no se puede vencer al diablo. Una persona reacia al consumo, al comprar por comprar, adquiría su primer Smartphone, y quedaría atrapado en la espiral de consumo despiadado que ello implica. El señor Capitalismo lo sabe. Había caído en su trampa, una de ellas, pues ni sería la primera ni la última. Con mi nuevo-viejo Smartphone me di cuenta de que también podía ver el Facebook. “¡Qué bien para los ratos muertos, no vaya a acostumbrarme a llevar un libro encima y leer!”. Y me conformo con ese teléfono por un tiempo. Pero empiezan las molestias. Se tiene que actualizar demasiado a menudo, el software es obsoleto, no consigo hacer que el google maps funcione, y tampoco puedo instalar aplicaciones como line, Instagram, así como ningún juego. Y para más INRI el tetris que viene de serie en ese teléfono no me guarda los récords. Que tragedias. Estoy organizando un viaje a una ciudad desconocida y siento la absurda necesidad de conseguir un Smartphone totalmente funcional. Como si no hubiera estado antes en un lugar desconocido. Decido acudir al mercado de segunda mano, que en Internet es amplio, y así no contribuyo a la fabricación de más teléfonos. “No colaboro a la explotación de mineros que mueren extrayendo coltan en África para fabricar las baterías del teléfono ni colaboro en la explotación de obreros en las fábricas chinas que trabajan bajo condiciones esclavistas” Me digo. Estoy hecho todo un anticapitalista. Seguro que el señor Capitalismo tiembla al verme. Pero el teléfono ya tiene unos años, y unos meses después de adquirirlo cae víctima de la obsolescencia programada. Pero yo ya estoy enganchado al Instagram, utilizo Line para relacionarme con un par o tres de personas, y los niveles del Candy Crush no se van a pasar solos. El señor Capitalismo se ríe en mi cara, y señalándome con el dedo índice, mientras me compro mi tercer teléfono en cuestión de un año. Me gasto un poco más de dinero, y me lo compro nuevo. No quiero volver a ser víctima de la obsolescencia programada. Y este parece ser el teléfono definitivo. “Me va a durar unos años”. Me digo. Aunque no es la hostia, es un Smartphone cien por cien funcional, le funciona todo, la cámara hace fotos más o menos aceptables. Suficiente para el uso que le doy. Pero poco tiempo después ya tengo crujida la pantalla en pedazos y la cámara está tan rayada que enguarra todas las fotos que hago de manera que casi no se entiende nada en las imágenes. Me voy a comprar otro puto teléfono. Será el cuarto teléfono que tengo en mis manos en cuestión de un año, o poco más. Que le den al africano que extrae coltán, o al que vive al lado de un vertedero rodeado de montañas de móviles rotos procedentes de Europa y América que casi tocan el cielo. Que le den al chino explotado en las fábricas que no tiene tiempo para ver a la familia por la que trabaja quince horas al día. No puedo defraudar a mis seguidores de Instagram. Necesito otro móvil.