Ya he caído en otra de sus redes, ya me ha enlazado con otra
de sus cadenas. El capitalismo me ha lanzado un Smartphone al cuello, y ya no
sé cómo desenredarme de él. Empecé con el rollo ese de “este es barato”
adquiriendo un Smartphone de procedencia dudosa, de los antiguos, bastante
precario, pero eran veinte Euros y funcionaba lo suficiente para escribir por
whatsapp a mis amigos que parecían haberme dado esquinazo desde que ellos se
habían instalado la aplicación y yo no. Además ahorraría dinero en llamadas y
SMS, me decía. “Es de segunda mano y no alimento la demanda en el mercado al
adquirirlo” me decía. Me decía tantas cosas que le sonaban coherentes a mi yo
anticapitalista que parecía una tontería no coger aquel primer Smartphone a
veinte Euros. Y más cuando había perdido mi anterior teléfono, en algún lugar
de la India de cuyo nombre no quiero acordarme, un teléfono básico que me había
durado unos cuatro años. Así que lo compré, y al señor Capitalismo se le dibujó
una sonrisa en la cara.
Otra víctima del huracán Smartphone. Creía que podía
vencerle, jugando a su juego, pero no se puede vencer al diablo. Una persona
reacia al consumo, al comprar por comprar, adquiría su primer Smartphone, y
quedaría atrapado en la espiral de consumo despiadado que ello implica. El
señor Capitalismo lo sabe. Había caído en su trampa, una de ellas, pues ni
sería la primera ni la última. Con mi nuevo-viejo Smartphone me di cuenta de
que también podía ver el Facebook. “¡Qué bien para los ratos muertos, no vaya a
acostumbrarme a llevar un libro encima y leer!”. Y me conformo con ese teléfono
por un tiempo. Pero empiezan las molestias. Se tiene que actualizar demasiado a
menudo, el software es obsoleto, no consigo hacer que el google maps funcione,
y tampoco puedo instalar aplicaciones como line, Instagram, así como ningún
juego. Y para más INRI el tetris que viene de serie en ese teléfono no me
guarda los récords. Que tragedias. Estoy organizando un viaje a una ciudad
desconocida y siento la absurda necesidad de conseguir un Smartphone totalmente
funcional. Como si no hubiera estado antes en un lugar desconocido. Decido
acudir al mercado de segunda mano, que en Internet es amplio, y así no
contribuyo a la fabricación de más teléfonos. “No colaboro a la explotación de
mineros que mueren extrayendo coltan en África para fabricar las baterías del
teléfono ni colaboro en la explotación de obreros en las fábricas chinas que
trabajan bajo condiciones esclavistas” Me digo. Estoy hecho todo un
anticapitalista. Seguro que el señor Capitalismo tiembla al verme. Pero el
teléfono ya tiene unos años, y unos meses después de adquirirlo cae víctima de
la obsolescencia programada. Pero yo ya estoy enganchado al Instagram, utilizo
Line para relacionarme con un par o tres de personas, y los niveles del Candy
Crush no se van a pasar solos. El señor Capitalismo se ríe en mi cara, y
señalándome con el dedo índice, mientras me compro mi tercer teléfono en
cuestión de un año. Me gasto un poco más de dinero, y me lo compro nuevo. No
quiero volver a ser víctima de la obsolescencia programada. Y este parece ser
el teléfono definitivo. “Me va a durar unos años”. Me digo. Aunque no es la
hostia, es un Smartphone cien por cien funcional, le funciona todo, la cámara
hace fotos más o menos aceptables. Suficiente para el uso que le doy. Pero poco
tiempo después ya tengo crujida la pantalla en pedazos y la cámara está tan
rayada que enguarra todas las fotos que hago de manera que casi no se entiende
nada en las imágenes. Me voy a comprar otro puto teléfono. Será el cuarto
teléfono que tengo en mis manos en cuestión de un año, o poco más. Que le den
al africano que extrae coltán, o al que vive al lado de un vertedero rodeado de
montañas de móviles rotos procedentes de Europa y América que casi tocan el
cielo. Que le den al chino explotado en las fábricas que no tiene tiempo para
ver a la familia por la que trabaja quince horas al día. No puedo defraudar a
mis seguidores de Instagram. Necesito otro móvil.