Estoy con Susana
paseando por Khao San Road, una pequeña calle de Bangkok abarrotada de
turistas, negocios y buscavidas poco honestos.
-
Ten cuidado, cariño – me dice Susi
mientras me lleva de la mano – por aquí hay seres de mirada hechizadora.
-
Tranquila Susi, todo irá bien mientras
no nos soltemos la mano – le contesto con una sonrisa
-
Si, y no te olvides de mantener la
mirada al frente, es muy importante, si estableces contacto visual con la
medusa puede que te pierdas para siempre.
-
Descuida.
Me sigue llevando de la
mano. Tiene más experiencia que yo, ha estado antes aquí. Aunque no es solo
aquí. Siempre ha tenido más iniciativa que yo, tiene dotes de liderazgo.
Caminamos a través de la multitud ignorando todos los sonidos que tratan de
llamar nuestra atención. “tuk tuk” “ping
pong” “hello sir” son cantos de sirena claramente dirigidos a nosotros.
Pero continuamos con nuestras miradas fijas al frente, con nuestro objetivo
fijo, dirección al hotel, donde estamos a salvo del hechizo de la medusa. Un
par de calles antes de llegar allí, paramos en un puestecito de fruta para
comprar una ración de piña y otra de sandía. Es típico en las calles de esta
ciudad encontrarte todo tipo de productos frutales. Exquisitas frutas ya
cortadas, zumos, batidos o helados, todo listo para tomar. Una estrategia
estupenda para combatir el tremendo calor. Mientras la amable mujer del puesto
nos corta la fruta escucho un sonido que me llama la atención. Es como una
ventosa, repetidas veces. Miro a mi alrededor tratando de averiguar de dónde
procede tal extraño sonido. Mi mirada se cruza con los ojos del causante del
sonido. Y entiendo, era el canto de la sirena, y ahora estoy recibiendo la
mirada de la medusa. He caído de lleno en el hechizo. Estoy jodido. El hombre
de mediana edad que hace el sonido de ventosa con la boca, me mira y se ríe
mientras siento su poder penetrar en el interior de mis pupilas. He caído en su
trampa. Su energía me atrapa sin que pueda resistir y acabo metido en la cabina
de su tuk tuk, una especie de moto de tres ruedas con un compartimento trasero
para pasajeros. Usado principalmente como taxi en todo el país. De repente, sin
darme cuenta, me encuentro circulando en una desconocida calle y no tengo ni
idea de dónde está Susana, supongo que a ella no le atrapó el hechizo.
-
¿Ping pong show? ¿Hotel? – me pregunta
el conductor.
-
No quiero ir a ningún lugar, déjame
bajar aquí
-
¿Español? – pregunta
-
Si, para aquí, quiero bajar
-
¿Al bar? Barato barato, happy hour
mojito, ¿Barselona o Madrid? – me pregunta
-
Eso me la suda, déjame bajar – le digo
-
¿Melasuda juega Champions? Vamos a bar
muy barato y bueno – no sé si no me entiende o no me quiere entender.
Sin darme cuenta estoy
en un garito tomando mojitos de garrafón a cien baht. Bebo y bebo y vuelvo a
beber. Su estrategia es poderosa, cuánto más bebo más mengua mi resistencia al
hechizo. La camarera, una belleza asiática con una simpatía encantadora, no
para de traerme copas, y yo cada vez ofrezco menos resistencia. Estoy sentado
en un taburete justo al lado de la calle, puedo ver al conductor del tuk tuk
vigilándome en todo momento. No me pierde de vista. Y cuánto más bebo mayor es
su sonrisa. Se me ocurre intentar escapar. Cuando me levanto tengo al conductor
preparado para atraparme otra vez y le digo que solo voy al baño. Allí voy
directo a buscar una escapatoria. Una ventanilla o algo por donde me pueda
escurrir. Si sigo bebiendo acabaré totalmente dócil bajo el influjo del
hechizo. Pero no encuentro nada. Salgo y me meto en el baño de mujeres, que por
la orientación del edificio es más probable que tenga una salida a la calle y
¡Bingo! Tiene una ventanilla. Es de éstas que solo se abren un par de
centímetros, así que estiro hasta romper los enganches y la atravieso. Caigo en
un montón de bolsas de basura y veo como huyen despavoridas por el estruendo un
montón de ratas y cucarachas. En la esquina veo a un mendigo occidental con una
larga barba y pintas de haber venido del siglo XIX con una máquina del tiempo.
Bebe de una de esas botellas sin etiqueta algún tipo de licor de destilación
tailandesa. De esos que saben a rayos de excremento y le pegan a tu cerebro con
un bate de béisbol.
-
Has caído en el hechizo, lo veo en tus
ojos – me dice después de dar un trago
-
¿quién eres tú? - pregunto
-
Mi nombre es Cogliostro, yo fui como tú
una vez, y lo que haces no es buena idea, te puede llevar ante demonios más
malignos que los que te retienen ahora
-
¿Quiénes son? ¿Qué puedo hacer?
De repente el hombre se
asusta al escuchar unos gritos en tailandés. Al final de la calle veo a unos
policías que señalan hacia mí.
-
¡Corre! ¡Vuelve a meterte en la
ventanilla y paga tus deudas! ¡No quieras acabar en la cárcel!
-
¿Cómo? – No entiendo nada, pero no deja
cabida a la conversación
-
¡¡Coree!! ¡¡Escóndete!! ¡¡ y paga tus
cuentas!!
Su intensa mirada al
gritar me convence. Me apresuro a volver a meterme en el interior del edificio
por la ventanilla del baño de señoras. Cuando salgo de allí, por la misma
puerta por la que había entrado, hago como que me había confundido. Pago mi
cuenta y antes de poner un pie en la calle tengo al conductor esperándome con
una sonrisa, la sonrisa del demonio que me tiene totalmente atrapado.
-
¿Bar bueno? – Me pregunta mientras me
vuelve a hundir en las profundidades del tuk tuk.
-
Si, bar bueno – le contesto – pero
quiero …
-
Ping pong show – me interrumpe
imponiendo, no preguntando esta vez.
-
Si… ping pong show - dice mi boca a pesar de que mi mente dice no.
Después de veinte minutos de trayecto a
través de la ciudad llegamos a una calle dónde se junta lo peor de la sociedad
de cada uno de los cinco continentes. Me recuerda a Sin City. Un escaparate de
mujeres se levanta a ambos lados de la calle y por el suelo se arrastran
borrachos y mendigos, difícilmente se puede distinguir entre unos y otros. El
taxista me empuja dentro de un garito, me cobran la entrada y empieza el show.
Una mujer preciosa se abre de piernas y empieza a disparar pelotas de ping pong
hacia el público mientras una camarera no para de servirme bebidas. Empiezo a
perder mi conciencia no sin que se me pase por la cabeza volver a intentar
escapar. Pero recuerdo a Cogiliostro y decido pagar mi cuenta y salir del
garito. Entro en el tuk tuk por mi propio pie.
-
¿Quieres lady? ¿Marijuana? ¿Opio? – me
dice, siempre con su sonrisa
-
No… hotel… - le digo a la vez que se
cierran mis ojos.
En mi siguiente
recuerdo estoy durmiendo en una cómoda cama. Obviamente estoy en la habitación
de un hotel. Un hotel de lujo. Me pregunto cuánto habré pagado por ello. Me
duele la cabeza de una manera exagerada, supongo que debido al alcohol barato
consumido anoche. O tal vez sea la resaca del hechizo. Me meto en la ducha y
allí intento recapitular todo lo ocurrido anoche. No recuerdo nada después de
ver el ping pong show, solo espero que no sucediera nada más. Tal vez beber
hasta perder la conciencia rompió el hechizo. Miro el contenido de mi cartera
que es cercano a cero. Salgo de la habitación y me acuerdo de Cogliostro
aconsejándome que pague mis deudas. Tal vez fuera eso lo que me liberó del
hechizo, quedarme sin dinero. Paso por recepción para hacer el check out y
salgo de las instalaciones con las esperanzas de volver a ser libre. Pero toda
mi esperanza se derrumba al ver al pequeño maligno esperándome en la puerta.
Debe haber pasado allí toda la noche. Intento esquivarle, darle esquinazo y
correr en dirección opuesta a él, pero no sirve de nada. Al doblar la siguiente
esquina allí está él, con su mirada fija en mí y su maligna sonrisa. Su hechizo
me vuelve a atrapar y las fuerzas invisibles me vuelven a hundir en las
profundidades del tuk tuk. Sin darme ni cuenta vuelvo a estar en circulación
por el interior de la ciudad.
-
¿desayuno? ¿restaurante? – me pregunta
-
Pero no tengo dinero – le digo- no me necesitas para nada
-
ATM – me responde. Se nota que no es la
primera vez que le ponen esta excusa.
Paramos la marcha un
momento frente a un cajero automático para que pueda sacar dinero. Tengo que
esquivar a un borracho para poder llegar a las teclas. El borracho está
aparentemente dormido y sujeta una botella de veneno tailandés. Su cara está
cubierta por un antiguo sombrero. Al introducir mi contraseña bancaria la
maquinaria hace un ruido molesto que le despierta.
-
¿todavía atrapado? – me pregunta
Cogliostro
-
Si – le digo a la vez que rompo a llorar
y me abrazo a él – ya no sé qué hacer, quiero volver con Susana ¿qué hago?
¿cómo rompo el hechizo?
-
Gasta todo tu dinero – dice Cogliostro
con su profunda voz – si no tienes dinero no tienen poder sobre ti.
-
Pero lo hice, y mírame, aquí me tienes
sacando más dinero
-
Pero gástalo todo, hasta que tu cuenta
esté a cero.
-
No lo gastaré nunca – digo entre
lágrimas y sollozos – soy jodidamente rico.
-
Puedes conseguirlo, bebe más, come más,
dile al conductor que te lleve a los sitios más caros y buenos que conozca,
tienes que gastar todo tu dinero.
-
Pero tengo rentas, cobro cada mes sin
que haga nada.
Cogliostro me abraza y
su aliento a alcohol junto con el hedor que emana de su cuerpo crean una
atmósfera fatídica, ideal para lo que me va a decir:
-
Lo siento mucho, no hay esperanza para
ti.
Lloro abrazado al
pestilente Cogliostro durante un buen rato. Al final se me secan los ojos. No
me quedan lágrimas. Entonces decido levantarme y enfrentarme a mi fatal destino
de infinitas comidas en restaurantes caros y borracheras.
-
Antes de irte – me retiene Cogliostro -
¿Me das cien bahts?
-
Claro, toma, te doy más, todos los que
quieras….
-
No no no, no me líes. A mi dame solo
cien baht para una botella, si adquiero más dinero corro el riesgo de volver a
caer bajo el hechizo de la sirenomedusa.
Le doy los cien baht, y
me subo al tuk tuk con la cabeza gacha. El conductor sigue con su imborrable
sonrisa del diablo.
-
¿Breakfast?- me pregunta
-
Sí, quiero el mejor desayuno que me
puedas conseguir.
Desayuno como un rey,
me traen de todo. Desayuno continental, lo llaman. Tiene huevos, pan, queso,
fruta con yogurt y muesli, y café. Desayuno dos veces. Puedo hacerlo. Tengo que
gastar más de lo que gano. Acudo a los centros de masaje más caros y me pido el
masaje con aceite. Ceno en un buffet libre japonés y luego de vuelta al bar. A
beber hasta que mi cuerpo aguante para evitar el riesgo de que me lleve a un
burdel. Jamás podría perdonarme el serle infiel a mi amada Susana. Y nada de
garrafón, todo primeras marcas para gastar más dinero. Acabo por los suelos,
vomitando.
En mi siguiente recuerdo estoy en un
hospital. La cama no es tan cómoda como la de la noche anterior. Salgo de allí
y me hacen pasar por recepción para pagar la factura. Una factura bastante más
alta que la de un hotel. Es lo que tiene viajar sin seguro. En ese momento algo
se ilumina en mi mente. Si acabo en el hospital todas las noches, tal vez
consiga gastar bastante más dinero del que gano. Abandono el hospital, y allí,
en la puerta misma de éste está el pequeño diabólico conductor del tuk tuk.
Entro decidido a iniciar lo que se convertirá en mi salvación. Ignoro el dolor
de cabeza y tras un copioso desayuno decido empezar a beber para perder pronto
mi consciencia. Y así un día y otro. A
veces pierdo algo más que la consciencia. Un día me levanto con una muela menos
y dolor por todo el cuerpo, otro día me levanto y tengo varios puntos de sutura
en la ceja. Es estupendo, cuanto más trabajan conmigo en el hospital más me
cobran, y siento más cerca el final, la ruptura del hechizo.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero mi
aspecto se asemeja ya al de Cogliostro. “ATM”
le digo al tailandés que me tiene recluso en su tuk tuk. Me lleva, y cuando
intento sacar dinero me invade la felicidad al leer en la pantallita “su crédito es insuficiente”.
-
¡Eh! – le digo al conductor- ¡Eh! ¡Me he
quedado en bancarrota, no tienes poder sobre mí! – Y seguidamente suelto una
carcajada digna de villano de película de serie B.
-
¿Cómo? ¡Me tienes que pagar mis
servicios!- Me dice, sin sonreír por primera vez desde que le conozco.
-
Cóbrate las comisiones del bar, a mí no
me queda ni un baht – ahora es mi sonrisa la que no se borra
-
Pero yo tu taxi dos semanas, me tienes
que pagar cuarenta mil baht.
-
No tengo nada – y le doy la espalda.
Estoy cerca de la
libertad, pero todo tiene un precio. El conductor no me va a dejar irme sin
pagar así como así. Me agarra por el hombro y al girarme me pega un potente
puñetazo en la cara. Jamás hubiera dicho que ese hombre tan pequeño fuera capaz
de pegar con tal fuerza. Luego recuerdo que el deporte nacional es el Muay
Thai. Mientras yo corría detrás de un balón, este pequeño hombre se partía la
cara con sus compañeros de clase por diversión. Y eso se nota. El pequeño
hombre que ya no sonríe me pega con las rodillas, con los codos, me parte la
boca, la nariz, y alguna costilla. Me deja en el suelo al borde de la
inconsciencia.
Mi siguiente recuerdo es una voz que
reconozco.
-
¡Marc! ¡Marc! ¿Estás bién?
Abro los ojos y veo a
mi querida Susi. Su cara muestra una gran preocupación.
-
He roto el hechizo- le digo sonriendo
-
Oh, Marc, pensaba que te había perdido
para siempre – me dice abrazándome
-
Pero nos he arruinado
-
Tranquilo, no pasa nada, lo importante
es que estás a salvo. Vamos para casa.
FIN