sábado, 14 de noviembre de 2015

LAS AVENTURAS DE LUPITA

En una tarde cualquiera de primavera en la que me encuentro yo recogiendo jalapeños en la huerta de mi abuelita me sorprende repentinamente mi hermano corriendo hacia mí
-          ¡Rosa, Rosa! – me dice mientras se acerca con una carta en la mano - ¡Es para ti!
  Abro el sobre y leo sorprendida como se requiere de mi ayuda en un mundo lejano más allá de los vastos océanos. Me había tocado y no podía rechazar tan importante misión. Así que voy, cruzo el valle de Chiapas a pie, hasta llegar a un lugar dónde mágicos y enormes aves quetzal aterrizan y levantan el vuelo. En los laterales de estás magníficas aves se abren unas puertas que llevan a un extraño compartimento con cómodas butacas reclinables en las que me invitan a sentarme. El quetzal en el interior del cual me encuentro levanta el vuelo, se eleva por encima de las nubes y cruza interminables océanos hasta llegar a una pequeña y mágica isla llamada Ebusus. Allí todo es diferente a lo que yo estoy acostumbrada a ver. Abundan un tipo de criatura extraña, parecida a los hombres, pero con un extraño pecho hinchado al descubierto y unos visores oscuros extraños en lugar de ojos. Además caminan de una forma extraña, como si un palo rígido les atravesara de arriba abajo por su interior. Las hembras de la misma especie tienen unas formas exageradas y poco naturales y cuando caminan parecen estar poseídas por una serpiente, pero por suerte no parecen seres hostiles. Aun no entiendo porque me han llamado.
   Voy al cuartel general donde me proporcionan las ropas de combate. Todas las prendas poseen una pequeña representación de un quetzal en alguna esquina. El uniforme consiste en unos pantalones beige, una camisa negra y un delantal. Me explican que voy a tener que estar colaborando en la guerra contra los bebedores por los próximos tres meses. Me explican también que no me haga ilusiones en cuanto a ganarla. La guerra contra los bebedores es una guerra eterna que representa el equilibrio entre lo sobrio y lo ebrio que jamás terminará. Solo hay que combatir sin cesar reponiendo a los combatientes que abandonan, son baja, o cumplen con su cometido. Se suelen establecer periodos de tres a seis meses para cada uno de los trabajadores llegados desde diferentes partes del mundo, tras los cuales vuelven triunfantes a su casa.
  Acudo por primera vez al campo de batalla. Nuestro lugar es una trinchera metálica que nos protege de los bebedores. Dentro de ella tenemos todo lo necesario para enfrentarnos a ellos. Hay cientos de botellas diferentes que se pueden mezclar entre ellas para crear armas más potentes, también hay unos grifos mágicos que con solo estirar ligeramente una palanca emiten chorros y chorros de un líquido amarillento con espuma capaz de detener por un rato a los bebedores. Se me hace bastante estresante y agobiante el primer día. No sé cómo preparar ninguno de los brebajes utilizados para detener a los bebedores, y temo ser una molestia para los luchadores experimentados que ya llevan un tiempo acudiendo a la trinchera. Pero afortunadamente la mayoría son amables y me enseñan a desarrollar mis técnicas con paciencia. El general al mando del batallón es un pequeño trasgo gruñón que no para de dar órdenes a todos los soldados y se enfada mucho cuando las cosas no suceden como el desea. Pero también me ayuda a desarrollar mis habilidades de combate dándome sabios consejos dignos de un erudito trasgo.
  A veces, por las noches, cuando el ritmo de la batalla disminuye, el general trasgo nos prepara de los brebajes que utilizamos para detener a los bebedores, y aunque al principio temía probarlos, al ver que todos mis compañeros los probaban, un día me animé y bebí un vaso entero de brebaje hecho a base de sandía. Sabía un poco fuerte y mi cabeza empezó a dar vueltas. El colorido de mi entorno se volvió gris y mi percepción de las cosas cambió por completo. Por unas horas sentí que solo éramos personas normales dando de beber a unos borrachos insoportables por una miseria al mes. Pero por suerte antes de ir a dormir le pedí al señor Diosito que eliminara esas horribles visiones de mi cabeza y cumplió.

  A la mañana siguiente todo vuelve a ser normal, excepto un ligero dolor de cabeza que me martillea la sien, que parece ser una habitual resaca provocada por los brebajes mágicos. Voy a la trinchera a continuar peleando, cada vez se me da mejor. Entre asalto y asalto me da tiempo de explorar un poco los alrededores del campo de batalla y descubro que es una isla muy bonita en la que hay personas maravillosas que se dedican, como yo, a la eterna lucha contra los bebedores. Agradeceré por siempre a Diosito el haberme brindad la oportunidad de vivir una experiencia tan padre.