Mi mano derecha sujeta la palanca y la izquierda una jarra
que se llena del dorado líquido. Justo antes de que rebose la espuma blanca
corto el grifo y ofrezco la cerveza al cliente que me la ha pedido desde el
otro lado de la barra. Justo cuando cojo el dinero empiezo a escuchar unos
gritos que vienen desde la recepción del hotel.
-
¡Oye! ¡Qué no puedes entrar! – grita el botones intentando
detener el paso a un chico fuerte y alto que ha irrumpido
-
¡María! ¿¡Dónde estás, zorra!? – grita con odio
el fortachón escupiendo saliva a cada palabra
-
¡Tenemos reservado el derecho de admisión! – le
dice el botones
-
¿¡Dónde está esa zorra!? – repite el tipo duro
mientras recorre con la mirada todo el bar
-
¿¡Qué mierdas haces aquí, hijo de puta!? – contesta
María, compañera mía, acercándose sin miedo al tipo
-
He venido a que me presentes a tu nuevo novio,
¡pedazo de puta!
-
¡Pues no creo que él tenga interés en conocer a
un montón de escoria como tú! – le señala María con dedo acusador.
Mientras tanto, se me
acerca un cliente y me pregunta sobre lo que está sucediendo, no sin antes
pedirme una cerveza.
-
Un número demasiado elevado de malas decisiones
consecutivas- le digo mientras echo cerveza en una copa
-
Entiendo -
me dice antes de darle un trago a su cerveza y quedarse observando el
show.
La situación empeora, los gritos que emiten se asemejan a
los de una manada de chimpancés peleándose puestos de cocaína. La acalorada
discusión está a punto de estallar en llamas en el momento en el que el invasor
levanta su mano.
-
Venga, adelante, pégame en una violación de la
orden de alejamiento. Te vas de aquí directo a la cárcel y lo sabes – le reta
María
-
María, eres malísima – contesta el hombre que
baja la mano tras recapacitar unos segundos – No quiero que mi hija se críe
contigo - añade
-
José, cómete una mierda y vete por ahí - le contesta mi compañera a la vez que le hace
un corte de manga.
Llegan dos guardias
civiles y le piden a José que les acompañe a comisaría. Él accede sin
rechistar, se ha dado cuenta que ya solo puede empeorar la situación. – Venga,
nos vemos pronto - le dicen al botones
cuando se van. Echo otra cerveza en una copa pequeña, esta vez es para mí. Me
aseguro de que el encargado del bar no está mirando y entro en el cuarto donde
se friegan los vasos a bebérmela. Allí me encuentro al chico que se encarga de
ello con la cabeza metida en la pica y vomitando.
-
¿Te encuentras bien? – estúpida la pregunta que
le formulo
-
Algo me sentó mal anoche – me dice – creo que
voy a tener que ir para casa.
Abandona la habitación y yo me dispongo a beberme mi cerveza
cuando entra un compañero con la bandeja llena de copas sucias. Descargando la
bandeja pregunta:
-
¿Quién va a limpiar ahora todo esto?
-
Nos va a tocar pringar – le digo yo
De repente se escuchan
gritos escandalizados procedentes de la piscina y mi compañero sale corriendo a
ver qué pasa empujado por el morbo. Al parecer un niño se ha ahogado y la
socorrista está tratando de reanimarlo. Con lágrimas en los ojos y temiéndose
lo peor, le da golpes en el pecho hasta que el niño empieza a toser y vomitar
agua. Las caras de todos se iluminan, y se funden en un abrazo la socorrista,
el niño y sus familiares. Justo detrás cae desde un tercer piso un alemán
borracho con su bañador puesto. Pretendía llegar a la piscina. La socorrista no
puede hacer por él más que tapar una herida que tiene en la cabeza para que no
se desangre. Llega la ambulancia y se lo llevan a urgencias en estado grave. La
policía pregunta cosas a los amigos del joven que lloran desconsolados.
-
Estos jóvenes de hoy en día - me dice un cliente cabizbajo, mientras bebe
de una cerveza que le sabe agridulce debido a todo lo sucedido.
-
Tiene razón -
le digo, y, al ver a mi relevo entrar por la puerta me dirijo a él – me
alegro de verte.
-
Yo no – me contesta con una sonrisa
-
Nos vemos mañana – le digo saliendo del bar.
Y así transcurre una jornada normal en el “Grand hotel Ibiza”