martes, 2 de febrero de 2016

PHA

Pha se mudó a Bangkok hace ya unos cuantos años porque su pueblo natal le ofrecía escasas oportunidades de crecimiento y desarrollo personal. La joven decidió estudiar bellas artes en la capital tailandesa y desde entonces vive allí ganándose la vida como puede. Cómo en cualquier ciudad del mundo, convertirse en un artista exitoso es muy difícil sin los contactos adecuados, y se extrema la dificultad sin un mecenas que quite de la cabeza la preocupación del artista de pagar el alquiler o llenar la nevera. Cuando esos mecenas son los padres, desaparecen cuando decides cambiar de ciudad.
  Pha se levanta todos los días a las 6 de la mañana para ir a trabajar, los lunes a las 4, porque en hora punta y después del fin de semana, el autobús de línea a menudo se queda atascado en el tráfico por un par de horas. Solo si tiene suerte, en una hora llega a su lugar de trabajo, hora que aprovecha para recuperar horas de sueño atrasadas. Allí tiene que lidiar con su estricto jefe japonés y con los estúpidos clientes, en su mayoría extranjeros debido al elevado precio de los cafés y la bollería. Su jefe parece que no se acostumbra al ritmo relajado de los tailandeses, y le exige una disciplina y un rendimiento extremo durante toda la jornada laboral. Los clientes le ponen de los nervios, especialmente los italianos cuando se empiezan a quejar de que el capuchino no se hace así, sino de otra manera. <<Aquí lo hacemos así y a la gente le gusta nuestro capuchino, si lo quiere como en Italia, quédese en Italia>> le contestó una vez a uno, hecho que le hizo ganarse una buena bronca de su jefe, aunque mereció la pena. A menudo se imagina a si misma ejecutando alguno de los golpes de tae kwon do, que aprendió de adolescente, sobre los clientes cansinos, o incluso sobre su jefe cuando le riñe por cualquier minucia. Pero solo fantasea con ello, pues no quisiera perder el trabajo. 
  Tras diez horas de trabajo se dirige de vuelta a casa. Pasa más de una hora dormitando en el lento autobús, por fin llega, saluda a su hermana con quien comparte alquiler, y sube a su habitación esquivando los escalones medio podridos por la carcoma de la escalera para evitar que se rompan y el casero les haga asumir el coste de la reparación.
 Su habitación es su santuario. Cientos de bocetos, lienzos a medio terminar, pinturas, lápices y pinceles habitan los suelos de su habitación. A pesar del cansancio no duda en ponerse manos a la obra, como cada día. Cada día tiene que trabajar un poquito, de lo contrario teme caer en la maldición de la rutina y olvidarse para siempre de su arte, que sería lo mismo que olvidarse para siempre de sí misma. Entra en trance, se olvida de la hora, del tambaleo de la casa que produce el tren al pasar a poca distancia, del ruido de los coches y de que mañana tiene que ir a trabajar. Es su momento y lo disfruta con total intensidad, como si pintar fuera lo único que importa en esta vida. Desarrolla un estilo de arte moderno basado en texturas y formas abstractas, ese tipo de piezas de arte que cuando las ves no te dicen nada, y a la vez te lo dicen todo. Hay noches en las que casi llega hasta el amanecer y se dirige el trabajo sin apenas dormir, pero bueno, el largo autobús le sirve para recuperar algo de energías.
  Los sábados a veces sale con sus amigos aprovechando que no trabaja en la cafetería y que “solo” trabaja unas cuatro horas dando clases de refuerzo a jóvenes que preparan sus pruebas de acceso a la universidad. Los domingos, después de su trabajo complementario, a veces queda con extranjeros, pues le gusta conocer acerca de otros lugares y culturas, y no conoce mejor manera de hacerlo, puesto que su presupuesto no le permite viajar mucho. 

  Un domingo cercano a Navidad, temporada alta de turismo en Tailandia, queda para tomar algo con dos amigos que viajan juntos por el Sureste asiático. Les enseña los garitos que ella conoce, apartados de la muchedumbre de turistas enloquecidos de Kao San Rd, y hablan de mil cosas. Comparte con ellos sus inquietudes artísticas, y se comprenden mutuamente. Sus dos nuevos amigos son fotógrafos a un paso de la profesionalidad, pero parece que llevan demasiado tiempo a ese paso de distancia como para que eso vaya a cambiar. Siente cierta envidia de ellos cuando se entera de que los dos trabajan de camareros como ella, pero en Europa, y a pesar de trabajar solo medio año, pueden permitirse viajar a otro continente por unos cuantos meses. Y no solo eso, sino que además los dos llevan unas cámaras de fotos carísimas, que ella no podría permitirse a no ser que ahorrara por un año. A ella le encanta viajar, sin embargo rara vez sale del sureste asiático, y ello ya le supone un gasto importante. Pero decide abandonar esos pensamientos de su cabeza y, a pesar de trabajar mañana por la mañana, disfruta de la compañía y vivencias de sus dos nuevos amigos hasta bien entrada la madrugada. Ya recuperará fuerzas en el autobús de camino al trabajo.