Pha se mudó a Bangkok hace ya unos cuantos años porque su
pueblo natal le ofrecía escasas oportunidades de crecimiento y desarrollo
personal. La joven decidió estudiar bellas artes en la capital tailandesa y
desde entonces vive allí ganándose la vida como puede. Cómo en cualquier ciudad
del mundo, convertirse en un artista exitoso es muy difícil sin los contactos
adecuados, y se extrema la dificultad sin un mecenas que quite de la cabeza la
preocupación del artista de pagar el alquiler o llenar la nevera. Cuando esos
mecenas son los padres, desaparecen cuando decides cambiar de ciudad.
Pha se levanta todos
los días a las 6 de la mañana para ir a trabajar, los lunes a las 4, porque en
hora punta y después del fin de semana, el autobús de línea a menudo se queda
atascado en el tráfico por un par de horas. Solo si tiene suerte, en una hora
llega a su lugar de trabajo, hora que aprovecha para recuperar horas de sueño
atrasadas. Allí tiene que lidiar con su estricto jefe japonés y con los
estúpidos clientes, en su mayoría extranjeros debido al elevado precio de los
cafés y la bollería. Su jefe parece que no se acostumbra al ritmo relajado de
los tailandeses, y le exige una disciplina y un rendimiento extremo durante
toda la jornada laboral. Los clientes le ponen de los nervios, especialmente
los italianos cuando se empiezan a quejar de que el capuchino no se hace así,
sino de otra manera. <<Aquí lo
hacemos así y a la gente le gusta nuestro capuchino, si lo quiere como en
Italia, quédese en Italia>> le contestó una vez a uno, hecho que le
hizo ganarse una buena bronca de su jefe, aunque mereció la pena. A menudo se
imagina a si misma ejecutando alguno de los golpes de tae kwon do, que aprendió
de adolescente, sobre los clientes cansinos, o incluso sobre su jefe cuando le
riñe por cualquier minucia. Pero solo fantasea con ello, pues no quisiera
perder el trabajo.
Tras diez horas de
trabajo se dirige de vuelta a casa. Pasa más de una hora dormitando en el lento
autobús, por fin llega, saluda a su hermana con quien comparte alquiler, y sube
a su habitación esquivando los escalones medio podridos por la carcoma de la
escalera para evitar que se rompan y el casero les haga asumir el coste de la
reparación.
Su habitación es su
santuario. Cientos de bocetos, lienzos a medio terminar, pinturas, lápices y
pinceles habitan los suelos de su habitación. A pesar del cansancio no duda en
ponerse manos a la obra, como cada día. Cada día tiene que trabajar un poquito,
de lo contrario teme caer en la maldición de la rutina y olvidarse para siempre
de su arte, que sería lo mismo que olvidarse para siempre de sí misma. Entra en
trance, se olvida de la hora, del tambaleo de la casa que produce el tren al
pasar a poca distancia, del ruido de los coches y de que mañana tiene que ir a
trabajar. Es su momento y lo disfruta con total intensidad, como si pintar
fuera lo único que importa en esta vida. Desarrolla un estilo de arte moderno
basado en texturas y formas abstractas, ese tipo de piezas de arte que cuando
las ves no te dicen nada, y a la vez te lo dicen todo. Hay noches en las que
casi llega hasta el amanecer y se dirige el trabajo sin apenas dormir, pero
bueno, el largo autobús le sirve para recuperar algo de energías.
Los sábados a veces
sale con sus amigos aprovechando que no trabaja en la cafetería y que “solo”
trabaja unas cuatro horas dando clases de refuerzo a jóvenes que preparan sus
pruebas de acceso a la universidad. Los domingos, después de su trabajo
complementario, a veces queda con extranjeros, pues le gusta conocer acerca de
otros lugares y culturas, y no conoce mejor manera de hacerlo, puesto que su
presupuesto no le permite viajar mucho.
Un domingo cercano a
Navidad, temporada alta de turismo en Tailandia, queda para tomar algo con dos
amigos que viajan juntos por el Sureste asiático. Les enseña los garitos que
ella conoce, apartados de la muchedumbre de turistas enloquecidos de Kao San
Rd, y hablan de mil cosas. Comparte con ellos sus inquietudes artísticas, y se
comprenden mutuamente. Sus dos nuevos amigos son fotógrafos a un paso de la
profesionalidad, pero parece que llevan demasiado tiempo a ese paso de
distancia como para que eso vaya a cambiar. Siente cierta envidia de ellos
cuando se entera de que los dos trabajan de camareros como ella, pero en
Europa, y a pesar de trabajar solo medio año, pueden permitirse viajar a otro
continente por unos cuantos meses. Y no solo eso, sino que además los dos
llevan unas cámaras de fotos carísimas, que ella no podría permitirse a no ser
que ahorrara por un año. A ella le encanta viajar, sin embargo rara vez sale
del sureste asiático, y ello ya le supone un gasto importante. Pero decide
abandonar esos pensamientos de su cabeza y, a pesar de trabajar mañana por la
mañana, disfruta de la compañía y vivencias de sus dos nuevos amigos hasta bien
entrada la madrugada. Ya recuperará fuerzas en el autobús de camino al trabajo.