Juanito estaba
jugando en el parque. Le gustaba pegar patadas y hacer rebotar contra la pared
a su corazón. Le ataba una cuerda y lo utilizaba de ancla para subirse a los
árboles, hacía malabares con él. Era su juguete favorito. A menudo sufría
daños, rasguños e incluso, algunos cortes profundos. Y eso le dolía, le dolía a
Juanito. Pero sabía que siempre, con algunos remiendos y tras algún tiempo, el
corazón volvía a quedar como nuevo. Además el corazón parecía volverse más duro
después de cada recuperación. Juanito solía jugar solo. Era consciente del
dolor y los peligros que ese juego conllevaba, pero aun así quería seguir
jugando. Le gustaba mucho.
Un día se le acerco
una chica cuyo brillo en los ojos le dejó hipnotizado.
- - ¿Puedo jugar contigo? – le pregunto Doremi.
- - Claro – respondió Juanito feliz.
Y jugaron juntos. Correteaban por el campo pasándose el
corazón de Juanito el uno al otro. Parecía que a Doremi no le importaba
salpicarse con la sangre que emanaba de las venas cardíacas a cada latido.
Desde que Doremi jugaba con Juanito, su cara se había vuelto alegre como otras
veces antes. Tener una compañera de juego con quién compartir su corazón le
hacía sentir el gozo de la vida en su máximo esplendor.
Cuando llevaban un
tiempo jugando juntos, Doremi se plantó firme frente a Juanito, se metió la
mano dentro del pecho penetrando la carne y, ignorando la sangre que se
derramaba, se partió dos costillas y se sacó el corazón.
- - Podríamos jugar con dos corazones – dijo
ofreciendo su corazón con el brazo extendido.
- - Para, no hagas eso – le respondió Juanito
cogiendo el corazón de Doremi con sus manos y volviendo a introducirlo en su
pecho – es peligroso para tu salud jugar con el corazón. Y duele.
- - Pero me gustaría que jugáramos con los dos
corazones. Sería más divertido.
- - A mí se me da muy mal jugar con el corazón de
otras personas. Prefiero seguir jugando sólo con el mío.
Ese día acabó con un
juego más intenso que ninguno otro. Jugaron con todas sus fuerzas hasta bien
entrada la noche, y entonces se separaron para volver a sus respectivas casas.
Al día siguiente,
Juanito volvió al descampado donde solía jugar con su corazón. Deseaba que,
como había sucedido todos los días durante los últimos meses, apareciera Doremi
para jugar con él. Pero en el fondo sabía que no iba a ser así. Juanito sabía
que Doremi quería compartir riesgos, quería compartir el corazón, quería
compartir la vida, algo que Juanito no podía asumir. A pesar de poner su propio
corazón en peligro casi todos los días, no se sentía capaz de asumir el riesgo
de jugar con otro corazón, y Juanito volvió a jugar solo.