GRITA
Grita. Tienes motivos para hacerlo. Son las ocho de la mañana de un día cualquiera, de un mes cualquiera, y sabes, con absoluta certeza, que tienes que salir a ganarte el pan. Grita. Las cifras que indican tu poder adquisitivo son rojas. Gritas. Ya no recuerdas cuando fue la última vez que comiste por gusto y no por precio. Te han cortado la luz, el teléfono, y sabes que pronto te echarán a la calle. Pero en el periódico gratuito de hoy la portada viene ocupada por una cifra muy larga de Euros que ha cobrado alguien por hacer algo que le gusta hacer, y todos los que hacen cosas que detestan por llegar a final de mes parecen estar conformes.
Grita porque tu felicidad depende de algo que no te hace feliz. Grita porque te la quita, esté o no esté. Porque no te da la felicidad, pero te da cierta libertad. Pues sí, hoy en día tiene un precio, sino puedes pagarlo es posible que acabes exiliado de esta sociedad, o incluso, entre rejas. Pues duro es el castigo del que no sacrifica su libertad para poder pagársela.
Por eso grita, grita como si quisieras expulsar esa preocupación que te oprime el pecho. Sal y grita con todas tus fuerzas. Y en tu desespero sales y gritas. Tienes la esperanza de que sirva de algo. Porque sabes que mucha gente se encuentra en tu misma situación. Que hay crisis, y cada día son mas los parados y los sin techo. Piensas que una voluntad férrea es contagiosa, sobretodo si es una buena voluntad. Lo piensas porque lo has visto en Braveheart, lo has visto en Saint Seya, lo has leído en Fight Club... Así, mientras tus gritos resuenan en las paredes de los edificios de dieciséis plantas, donde sesenta y cuatro familias están tan desesperadas como tú, esperas ver como se asomarán gritos por las ventanas y balcones. Esperas ver que tu grito sea coralizado por otros tantos que piensan como tú. Formando un único grito de una potencia suprema que romperá todo tipo de muros y fronteras. Un grito que nadie será capaz de ignorar. Y la unidad hará la fuerza y, juntos, provocaréis un cambio que nos lleve a un mundo mejor.
Pero en lugar de eso, te devuelve a la realidad un golpe por la espalda que te tira al suelo. Algún vecino del bloque de edificios te ha tomado por loco y ha llamado a la policía que te esta “neutralizando”. Como si neutralizar implicara únicamente la detención física. Te llevan a un centro mental donde, gente con un poder inexplicablemente legitimado, te examinará y decidirá que harán con tu libertad.
Grita. Tienes motivos para hacerlo. Son las ocho de la mañana de un día cualquiera, de un mes cualquiera, y sabes, con absoluta certeza, que tienes que salir a ganarte el pan. Grita. Las cifras que indican tu poder adquisitivo son rojas. Gritas. Ya no recuerdas cuando fue la última vez que comiste por gusto y no por precio. Te han cortado la luz, el teléfono, y sabes que pronto te echarán a la calle. Pero en el periódico gratuito de hoy la portada viene ocupada por una cifra muy larga de Euros que ha cobrado alguien por hacer algo que le gusta hacer, y todos los que hacen cosas que detestan por llegar a final de mes parecen estar conformes.
Grita porque tu felicidad depende de algo que no te hace feliz. Grita porque te la quita, esté o no esté. Porque no te da la felicidad, pero te da cierta libertad. Pues sí, hoy en día tiene un precio, sino puedes pagarlo es posible que acabes exiliado de esta sociedad, o incluso, entre rejas. Pues duro es el castigo del que no sacrifica su libertad para poder pagársela.
Por eso grita, grita como si quisieras expulsar esa preocupación que te oprime el pecho. Sal y grita con todas tus fuerzas. Y en tu desespero sales y gritas. Tienes la esperanza de que sirva de algo. Porque sabes que mucha gente se encuentra en tu misma situación. Que hay crisis, y cada día son mas los parados y los sin techo. Piensas que una voluntad férrea es contagiosa, sobretodo si es una buena voluntad. Lo piensas porque lo has visto en Braveheart, lo has visto en Saint Seya, lo has leído en Fight Club... Así, mientras tus gritos resuenan en las paredes de los edificios de dieciséis plantas, donde sesenta y cuatro familias están tan desesperadas como tú, esperas ver como se asomarán gritos por las ventanas y balcones. Esperas ver que tu grito sea coralizado por otros tantos que piensan como tú. Formando un único grito de una potencia suprema que romperá todo tipo de muros y fronteras. Un grito que nadie será capaz de ignorar. Y la unidad hará la fuerza y, juntos, provocaréis un cambio que nos lleve a un mundo mejor.
Pero en lugar de eso, te devuelve a la realidad un golpe por la espalda que te tira al suelo. Algún vecino del bloque de edificios te ha tomado por loco y ha llamado a la policía que te esta “neutralizando”. Como si neutralizar implicara únicamente la detención física. Te llevan a un centro mental donde, gente con un poder inexplicablemente legitimado, te examinará y decidirá que harán con tu libertad.
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