(otro relato antiguo, reinterpretado y traducido, del catalán al castellano en un momento de necesidad de material para presentar a un concurso de compilaciones de relatos cortos. Ya que está hecho el trabajo, pues os lo dejo aqui. A los que consigáis llegar al final, espero que os guste.)
- ¿Qué hacen un arquitecto, un científico, un ingeniero de explosivos y una organización ecologista juntos en una vivienda de los suburbios subterráneos de la gran ciudad de Macro Nueva York?
- Pues... no lo se... dime.
- Planear la mayor carnicería de la historia.
- Jeje.
- ¡Por favor, no se ría doctora, esto es muy serio!
- Perdona, no es que me haya hecho gracia, ni tan si quiera le estaba escuchando si le soy sincera, pensaba que habías contado un chiste, y por eso hice como que me reía.
- Bien, le explicaré desde el principio los hechos que me han llevado hasta su consulta:
Yo era un habitante medio del complejo urbano mas grande construido a lo largo de toda la historia. Estaba compuesto por tres pisos diferentes. El subterráneo era donde vivían las clases mas bajas, hundidas en la miseria y la porquería procedentes de los dos pisos superiores. El piso terrestre, con sus grandes rascacielos que, algunos incluso penetraban en el superior, estaba poblado por la clase media. Y el piso superior, también conocido como el piso flotante, era una superficie que cubría toda la ciudad, sostenida sobre unos toscos pilares repartidos entre las calles del piso central. Ésa era la parte de la alta sociedad, de los ricos que vivían una vida de ocio total, ignorantes de la gran suerte que tenían de vivir allí. Y de todo el daño que hacían. Así era Macro Nueva York. Con sus ochenta millones de habitantes, a los que había que sumar los incontables inmigrantes ilegales que también residían, principalmente en los suburbios subterráneos. Esta gran ciudad generaba tal contaminación que toda la parte norte del continente americano se había quedado ya sin vegetación, los ríos secos y contaminados y el océano atlántico completamente sin vida. Cosa que iba en aumento. Esa ciudad sola, representando un pequeño porcentaje de la población mundial, estaba acabando con la vida del planeta por momentos. Ése era el motivo de la aparición de múltiples organizaciones ecologistas entre sus habitantes, una de ellas a la cual yo pertenecía.
Estas organizaciones estaban perseguidas por la ley debido a sus actos calificados como "terrorismo ecológico" basado en hacer volar por los aires las fábricas que registraban altos niveles de intoxicación del aire. Casi nunca había heridos en este tipo de actos, ya que siempre se llevaban a cabo durante la nocturnidad, cuando éstas estaban cerradas.
Pero ni todas las organizaciones ecologistas de la ciudad daban abasto. Las fábricas, los reactores nucleares y, en definitiva, todo lo que era destruido, se reconstruía en cuestión de pocos días. El poder económico de los fabricantes de aire puro era demasiado grande como para combatirlo con nuestros escasos recursos y desde la clandestinidad.
- ¿Aire puro?
- Efectivamente, la conocida como "alta sociedad" eran los principales consumidores de este aire puro, que se vendía en bombonas instalables en las casas con el propósito de abastecerlas de aire no contaminante. Aire como el de la antigüedad. La gente que se podía permitir consumir aire puro tenían una esperanza de vida mucho mayor que el resto de habitantes de Macro Nueva York, pero la fabricación de este aire creaba gran cantidad de toxinas que se desprendían impunemente en la atmósfera. Así, los habitantes que no se podían permitir las carísimas instalaciones de aire puro se veían obligados a llevar máscaras para filtrar dichas toxinas. Un negocio redondo para las empresas, vender aire, que hace que el aire natural sea más dañino, de manera que su aire puro se hace más necesario, por lo que se vende más, y, a su vez, se hace aun mas dañino el aire real. Por si fuera poco, para los que no se podían permitir una instalación decente de aire puro, sacaron las máscaras filtrantes. Como he dicho, un negocio redondo.
En fin, como te estaba contando, la organización de la que yo era miembro quería ir mas allá de los pequeños atentados, quería arrancar el problema de raíz.
- Desfase temporal, desviación personal...
- ¿Cómo dice, doctora?
- No, nada, anotaciones para el diagnóstico. Pensaba en voz alta. Continúe contándome la historia, por favor.
- De acuerdo.
Pues empezamos a reunirnos, todos los miembros de mi organización, a los suburbios subterráneos de la ciudad para planear su destrucción total. Cada vez nos reuníamos en una vivienda diferente para evitar que las autoridades, subvencionadas por los principales fabricantes de aire puro, nos atraparan. Los cerebros de dicha catastrófica idea fueron el científico, que era plenamente consciente de que si la evolución de la ciudad continuaba este curso, la vida del planeta se acabaría en pocos años. El arquitecto, que sabía cuales eran elementos clave que había que derribar para hundir toda la ciudad, y el ingeniero de explosivos, capaz de fabricarlos y obtener el suficiente material. Estos tres, que, por lo visto, eran amigos desde hacía tiempo, se pusieron en contacto con nuestra organización para contarnos su plan. Todos escuchábamos con atención mientras el arquitecto hablaba:
- Lo primero que hay que hacer, es tumbar dos grandes muros que hay en el subterráneo. Son el soporte base. Cuando éstos muros hayan sido derribados, hay que pasar a la acción en el piso terrestre. A los pilares que sujetan el estrato superior. Durante los últimos años la demanda de la vivienda del piso flotante de Macro Nueva York ha aumentado mucho, lo que ha provocado que los edificios del piso que flota sobre nuestras cabezas se hayan construido cada vez más altos, arriesgando así la estabilidad de la plataforma. De manera que, ahora mismo, debería ser suficiente con hacer saltar por los aires cinco pilares estratégicos para que todo el piso superior se derrumbe a la vez. Cuando colisione con el piso terrestre, del cual ya habremos destruido los principales soportes, también se hundirá, destruyendo hasta el último rastro de esta civilización destructora que se ha desarrollado en la ciudad.
- Pero... - Interrumpí desde mi asiento de espectador. - Si hacemos esto, mataremos a muchísima gente inocente, no me parece demasiado buena idea... -
- Piensa que cada vida perdida en éste acto son un millón de vidas que salvas, si tienes en cuenta las generaciones futuras. - Me dijo inmediatamente.
- Pero, tal vez deberíamos avisar a los medios de comunicación antes de proceder con éste plan, para que se evacue la ciudad, o hagan algo...
- Si lo hacemos, las autoridades nos atraparán en seguida y no conseguiremos nada. Desarticularán la organización antes de que pasen un par de horas desde que salga la noticia. Piensa en el fin. Las víctimas están totalmente justificadas, tienes que mirarlo todo desde una moral superior.
Acepté sus argumentos, era completamente necesaria la muerte de más de ochenta millones de personas para salvar el planeta. Continué escuchando como el arquitecto daba paso al ingeniero de explosivos que nos iba a pedir un pequeño favor. Si a arriesgar nuestras vidas se le puede llamar pequeño.
- Necesito voluntarios para la colocación de explosivos. Tanto para la oleada de explosiones subterráneas como para la oleada de las terrestres. Tengo que deciros que los que se ofrezcan voluntarios para las explosiones terrestres arriesgarán sus vidas. Especialmente los que vayan a colocar las bombas del pilar central de la ciudad. Por ello, necesito miembros decididos, no quiero ningún tipo de duda de última hora. Ya que, si fallamos una intentona de ésta magnitud, sin duda, se aumentarán a niveles extremos las medidas de seguridad en toda la ciudad. Ahora mismo los ni los líderes fabricantes de aire puro, ni las autoridades son conscientes de la fragilidad de la plataforma, dudo que se hayan planteado la facilidad con la que se puede destruir, pero sin duda caerían en la cuenta de ello si descubren nuestro plan. Tenéis que tomaros esto como la última oportunidad de salvar el planeta. Así que pido que se pongan en pie los voluntarios para la oleada de atentados subterráneos. Necesito unos diez miembros.
No tardaron en aparecer. Se ofrecieron tanto hombres como mujeres, jóvenes como viejos, estaban totalmente decididos a hundir Macro Nueva York, les parecía completamente racional el hecho de asesinar a ochenta millones de personas. Todo eran caras decididas, sin un ápice de duda en su expresión.
- Muy bien. Ahora quiero ocho miembros para las explosiones de los pilares periféricos de la ciudad.
En esta ocasión la gente se iba levantando mas lentamente. Claro, los que actuaban en el subterráneo eran conscientes de que tendrían más tiempo para salir de la ciudad una vez iniciado el estruendo. Pero esto ya era mas arriesgado, ya apuraba mas el tiempo. Aun así no tardaron más de un par de minutos en aparecer los ocho voluntarios solicitados.
- Finalmente, teniendo en cuenta que cuando las bombas exploten, pude ser que éstos todavía no hayan podido abandonar la ciudad, necesito dos voluntarios para destruir el pilar central. El mas gordo.
Y en ese mismo momento en que el ingeniero acabó la frase, el tipo que sería mi colega de atentado, se levantó con un entusiasmo adrenalínico tal, que su silla salió propulsada hacia atrás. Hay que decir que ese tío estaba un poco ido de la cabeza, tenía una mirada asimétrica, llevaba la cabeza completamente pelada y en la calva se apreciaba un extraño tatuaje de un mono vistiendo un traje espacial flotando entre las estrellas. Un mono cósmico, que era como el se hacia llamar.
Pasó un buen rato sin que nadie se levantara, me fui poniendo nervioso, las manos me empezaron a sudar, y la cabeza no paraba de darme vueltas y mas vueltas. Por un lado era el primero en querer salvar el planeta, pero, por el otro, tal vez era un precio demasiado grande... Aunque, tras reescuchar dichas palabras en mi mente, llegó el punto de parecerme muy claro. Salvar el planeta. Esas palabras se hicieron enormes en mi cabeza y me levanté de mi silla. En ese momento todo el grupo empezó a aplaudir y a gritar con entusiasmo cosas como salvadores, héroes, y todo un continuado listado de adjetivos de admiración. Pretendían animarnos, supongo, pero en mi caso no sirvió de mucho. En ese momento parecía que la reunión fuera a convertirse en una fiesta, pero yo aun no estaba seguro de lo que iba a hacer. Me había ofrecido voluntario para ejecutar la mayor masacre de la historia, digna de ningunear a Hitler. Después de unos momentos de aplausos y gritos de euforia, el científico interrumpió el festeo para despedirse de la organización.
- Os estoy muy agradecido a todos. Durante todos estos años habéis estado luchando por un mundo mejor, libre de contaminación. Pero a partir de mañana, ésta organización, ya no será necesaria. Ahora mismo id a vuestras casas, recoged a vuestros seres queridos y salid con ellos de la ciudad. Todos excepto los veinte voluntarios, que mañana se convertirán en héroes.
No paraban de llamarnos héroes, sin embargo yo, de repente, me sentía un poco pringado. Todos se iban a ir tranquilamente de la ciudad mientras yo me quedaba para derribar y echarme por encima toda la ciudad flotante.
Al día siguiente desperté con la cabeza martilleada por la resaca. Durante el resto del día disfruté de mi vida solitaria en casa, situada en uno de los barrios mas pobres de la superficie. Los voluntarios habíamos quedado con el arquitecto en otra vivienda de los suburbios subterráneos para organizarnos a todos para el gran atentado. Pero yo intentaba no pensar en ello, quería pensar que era una reunión como cualquier otra anterior de la organización. Es curioso, tanto tiempo asqueado de una vida monótona, buscando emociones y esperando eventos extraordinarios, y, en el que podía ser mi último día de vida, solo deseaba un día normal, monótono y aburrido. Estaba nervioso como no lo había estado nunca antes en mi vida. Además de arriesgar mi vida, no paraba de pensar en los ochenta millones de ciudadanos que íbamos a aniquilar como si de una mano divina que castiga se tratase. Esa decisión no debería estar en manos de los hombres, sino de algo superior. Tras un par de horas de tormento mental, decidí empezar a fumar porros como un condenado con tal de apartar la tensión de mi mente, pero no eran suficientes, así que recurrí a los hongos alucinógenos. Pero me arrepentí al ver en directo unas escenas terribles en las que morían personas a mis pies preguntando:
- ¿Por qué? ¿Por qué me has hecho esto?
Y en mi sufrimiento y agonía mental veía a niños muertos que me llamaban asesino con lágrimas brotando de sus cuencas oculares vacías. Sabía que todo era una alucinación provocada por las sustancias ingeridas, pero se me hizo muy real. Y así, entre alucinación y alucinación, mandé a la mierda lo que quería que fuera un día tranquilo, monótono y sin sobresaltos. ¿Había dicho disfrutar? Bueno, por decir algo.
Por la hora que era, el sol ya se debía haber ocultado por el oeste, aunque no lo podía saber con exactitud, ya que por mi ventana nunca penetraban rayos solares. La única luz era la de las farolas de la calle. Los rayos de sol estaban eclipsados por el estrato superior de la ciudad. Macro Nueva York se encargaba de mantener mi piel bien gris, como la de un vampiro, y mis ojos cada vez más sensibles a la luz.
Salí de casa, todavía un poco colocado por toda la mierda que me había metido aquella tarde, con una mochila en la que llevaba un pasamontañas y ropa deportiva negra suministrados por la organización. Cuando llegué al punto de encuentro ya estaban todos. Me esperaban. Supongo que cuestionándose la confianza que podían depositar en mí tras tardar tanto en levantarme de la silla.
- ¿Qué te ha pasado, tío? Pensaba que me ibas a dejar solo - Me dijo el Mono Cósmico con su extraña mirada, una mirada de esas que nunca sabes en que dirección está mirando.
- Por supuesto que no, me lo tomo en serio al cien por cien. - Le dije decididamente mientras me acojonaba por dentro.
El arquitecto les dijo a los voluntarios para destruir los muros subterráneos que fuesen actuando. Las autoridades posiblemente no se enterarían de nada, y si lo hacían, no se molestarían demasiado en investigar unos simples muros del subterráneo, esa tierra anárquica de la que nadie se preocupaba. El principal motivo por el que no se preocuparan las autoridades de lo que pasaba abajo del todo, era que allí nadie consumía aire puro, por lo tanto no era rentable protegerles.
Mientras ellos entraban en acción, el arquitecto empezó a indicarnos lo que teníamos que hacer y a repartirnos los explosivos. Parecía tan simple, colocar los explosivos y huir. Solo eso. Los explosivos preparados para cada pilar eran dos mochilas bastante grandes. Se activaría el temporizador en una hora desde el punto de partida, para que las bombas explotasen a la vez. No podía fallar nada, ni arriesgarnos a que tras una explosión las autoridades investigaran y evitaran otra. Tenían que ser todas a la vez. Ahora solo quedaba esperar a que volvieran los voluntarios de los subterráneos para que nosotros pasáramos a la acción. Yo estaba cada vez mas nervioso y, cuando intentaba tranquilizarme sin pensar en nada, se me acercaba el Mono Cósmico dando vueltas a mi alrededor y empezaba a preguntarme una vez y otra:
- ¿No es emocionante? ¿No es genial? ¿Cómo te sientes, héroe?
Y no encontraba la manera de sacármelo de encima. Tan solo fueron un par de horas, las que tardaron en volver los voluntarios de los subterráneos. Pero se me hicieron eternas. Una parte de mí, cada vez mas poderosa, deseaba que fallaran en algo para no tener que entrar en acción y librarme de la responsabilidad de la mayor masacre de la historia, así como de arriesgar mi vida. Pero la suerte nunca había estado de mi lado, y ese día no iba a hacer una excepción. Cuando llegaron los voluntarios, llegaron rebosantes de adrenalina, y uno de ellos informó:
- Éxito total, los dos muros están totalmente destruidos.
- ¡Fantástico! - Exclamó el científico. - Pues ahora huid, tomad el primer tren de alta velocidad que salga de la ciudad, o subid al estrato superior a coger un avión, pero largaos.
Tocaba pasar a la acción. El Mono Cósmico, yo, y el resto de voluntarios para los atentados de la superficie nos preparamos para partir. No tuvimos ningún problema para llegar al pilar del centro de la ciudad. Gracias a los transportes metropolitanos llegamos en menos de media hora. No había mucha gente por la zona colindante al pilar, así que nos fue fácil engancharle los explosivos. Bueno, le fue fácil a El Mono Cósmico, porque yo dudaba cada movimiento que hacía, hasta el mas insignificante, pero me dejé arrastrar por las ansias destructivas de mi compañero y así nos acercamos hacia el éxito.
- ¡Hará un gran bum! - Iba diciendo entre risas mientras nos alejábamos de allí.
Después de un buen rato cogiendo autobuses y trenes para salir de la ciudad lo mas rápido posible, escuchamos la explosión. Bueno, las simultáneas explosiones que parecían una sola, pero muy ruidosa. Recuerdo perfectamente estar corriendo por la calle, acercándome a la estación de trenes de alta velocidad que me sacarían de la ciudad.
- ¡Somos héroes! - Volvía a incordiar el Mono Cósmico.
Mira si estaba majara que en ningún momento mostró remordimientos por el hecho de estar asesinando a tanta gente. Mientras corría hacia la estación a todo pulmón tuve que ver como el estrato superior de la ciudad se hundía en nuestras cabezas. Y después de eso, todo lo que recuerdo, es estar hablando con usted, sin ningún motivo concreto.
- No le entiendo...
- ¿Por qué?
- Pues porque he tenido muchos pacientes que afirmaban ser los autores del gran atentado, pero ellos, a diferencia de usted, explican una versión mucho menos creíble y mas confusa. Y todos ellos se creen los héroes del milenio.
- ¿Cómo pueden considerar tal masacre una heroicidad?
- Pues mire, la vida de esta flor que tengo en la ventana no habría sido posible si Macro Nueva York todavía existiese. Posiblemente mi propia vida tampoco.
- Realmente... ¿Cree qué fuimos héroes?
- Aunque hay detractores de ésta postura, yo si pienso que los autores del gran atentado fueron héroes. Y precisamente por ser capaces de matar a tanta gente, por saber cargarse ese peso a las espaldas por un bien mayor, precisamente ésa es la decisión que les hace héroes, cualquiera puede decidir salvar el mundo si esta en su mano, pero no a ese precio... pero eso fue hace más de cien años...
- ¿Cien años?
- Si, pero... ¿Qué le pasa? Le veo difuminado...
- Claro, ahora me doy cuenta, he estado cien años cargando en mi conciencia la culpa del asesinato de los habitantes de Macro Nueva York, pero usted que vive las consecuencias, me está demostrando que el Mono Cósmico tal vez no estaba tan equivocado. Ya puedo dejar de errar y convertirme en energía para darle mas vida a la tierra. Me convierto en aire puro con la paz en mi corazón y gracias a usted, doctora.
- De... de nada.
-...