Está a punto de anochecer, y Guria echa de menos a su
pequeña de once años en casa. “Se habrá entretenido jugando por el camino”
piensa inocente mientras prepara la cena para toda la familia.
La pobre niña, sin
embargo, se encuentra arrastrada por los mugrientos suelos de alguna de las
polvorientas calles de Forbesganj, Bihar. El estado más pobre y conflictivo de
toda India. La pequeña, que no es consciente todavía de lo que es el placer
sexual, no entiende nada. No comprende porque le pasa esto a ella y llora sin
tener ni idea del motivo por el cual la retienen. A rastras, se la llevan hasta
un lugar donde no pasa nadie, bastante apartado de las bulliciosas calles del
pueblo. El hombre, o tal vez los hombres, una vez alejado de la mirada de los
viandantes, se abalanza sobre ella. Si esto fuera una película americana, ahora
aparecería el héroe de turno y la salvaría sin que la niña sufriera más daño
que algún rasguño. Si fuera cine francés, tal vez la violaran y apareciera entonces
el salvador y le reventara la cabeza al agresor con un extintor. Pero esto no
es ficción, es la cruda realidad sucedida entre el 13 y el 15 de septiembre de
2014. El hombre, y lo llamaré hombre porque llamarlo bestia deshonra a todo lo
que consideramos bestias en el mundo animal, desahoga todos sus impulsos
sexuales con la pequeña. Eyacula en su interior desgarrando sus entrañas y le
golpea hasta la muerte para acallar sus llantos. No se sabe con exactitud el
orden en el que hizo dichas acciones. Cuando se siente aliviado, se sube los
pantalones y vuelve al centro del pueblo a seguir con su vida. Algo que jamás
comprenderé. No entiendo que sea de mi misma especie alguien capaz de cometer
tal atrocidad. Puedo entender un asesinato por venganza, puedo entender al
sádico torero que se cree superior a la víctima que tortura, puedo entender al
empresario que empuja a trabajar hasta la muerte a sus empleados en fábricas,
pues limpiara su conciencia delegando las responsabilidades en otros. Lo que no
me entra en la cabeza es que alguien pueda torturar hasta la muerte a una
pequeña inocente al azar, con el único propósito de satisfacer su necesidad
sexual, y seguir tranquilamente con su vida al día siguiente, saludando a sus
vecinos con una sonrisa. Lo peor de todo es que no es un caso aislado. Casos
parecidos se suceden continuamente a lo largo y ancho del globo. Es la tragedia
cotidiana de la que se ven víctimas miles de mujeres y niñas.
Dos días después
aparece el cadáver con claras evidencias de maltrato y violación. Guria llora
desconsolada su pérdida. La niña no se merecía esto. Nadie se merece esto. Si
esto fuera un thriller sueco, la policía desplegaría todos sus medios para
investigar el hecho y atrapar al culpable para hacerle pagar. Pero esto es la
cruda realidad del Estado más miserable de India. El jefe de proyecto de la ONG
en la que trabaja Guria está discutiendo con la policía. Los agentes le piden
dinero para proceder a realizar la autopsia a la muchacha para poder seguir la
investigación. Indignado, el hombre les pide que respeten la ley y procedan a
investigar el asesinato. La corrupción en este país es una práctica habitual.
Especialmente entre los agentes de seguridad del estado. La lucha continuará, y
los miembros de la ONG en la que trabaja la desafortunada mujer presionarán
para que se lleve a cabo la investigación mientras se preguntan en que parte
del plan de Dios estaba el sufrimiento y muerte de la pobre niña. Pero no forma
parte de ningún plan. Si hubiera un Dios ahí fuera que velara por las personas,
jamás permitiría esto. Tampoco podemos hablar de Karma, pues ¿Qué daño podría
haberle hecho al mundo una niña de once años? Esto solo tiene una explicación:
La miseria moral a la que puede llegar el ser humano.