Se encuentran un hippie, por decir algo, un judío americano,
un militar, un bombero, una estudiante de derecho con su gato en un coche, y
dice el militar:
-
¿Todos preparados?
Parece el inicio de un chiste malo, pero no lo es. Es la
reunión de individuos que nos juntamos por un objetivo común. Viajar de Granada
a Madrid. El conductor es quien pone el anuncio de que va a hacer tal viaje, y
los demás nos apuntamos porque sale más barato y es más cómodo que un autobús.
Cuando conozco un
poco al conductor, ya sé que hay ciertos temas que es mejor no tratar. Es un
militar y entre sus complementos, ya sean llaveros o pulseras, ves repetidas
veces la bandera española. O sea que es un militar patriota convencido. No de
esos que se alistan por hacer algo. Va bien afeitado y la cabeza repelada. Es
el típico chico guapo de pueblo. A los que me conozcan entenderán que de buenas
a primeras no sienta afinidad con él. A los que no, digamos, que me siento más
cercano a un yonqui anarquista okupa que a un militar que jura la bandera todas
las mañanas y cree defender “la patria”. Ese fantasma manipulador de mentes que
enfrenta a seres de una misma raza por intereses ajenos.
El conductor y el
bombero se hacen afines. Se ve que incluso habían coincidido previamente en
algunas oposiciones, sin conocerse. El militar le dice al bombero que le
gustaría pasarse a su sector, lo cual me hace pensar que tal vez no todo esté
podrido en su cabeza. En el asiento del copiloto se sienta la estudiante, ya
que lleva a su gato. Una madrileña con un par de rastas que tiene un ex novio turco
y se irá en breves a visitar Estambul y otros países del este europeo. Yo, sin
participar, escucho su conversación. A destacar como el militar le comenta a la
joven de apenas veinte años que no quiere que le manden a ninguna misión y la
muchacha, pobre ingenua, le pregunta:
-
Pero ¿Por qué? ¿Por la peligrosidad que ello
supone o por qué no estás de acuerdo con la intervención internacional?
-
Estar de acuerdo o no, no importa, si te llaman
tienes que ir y punto – contesta el militar demostrando ser la máxima expresión
de borrego en la sociedad actual – no quiero ir porque no quiero estar lejos de
mi novia y mi familia – concluye. La chica me cae bien.
Mientras, yo
converso con el hippie judío californiano. Un chico de veinticinco años,
clavado a Berto Romero, que toca la guitarra, odia a los Estados Unidos por su
incultura y quiere quedarse a vivir en España. Le hablo del Burning Man
Festival, y me dice que es una mierda porque se ha vuelto muy comercial.
Paramos en una estación de servicio y el tipo empieza a imitar la danza de
Borat, demostrando ser un chiste de sí mismo.
Cuando nos subimos
al coche dispuestos a reanudar la marcha, veo lo que escribe el conductor en su
móvil, a la que, supongo, será su novia. Escribe por whatsapp “detrás van como
una lata de sardinas” y añade dos carcajadas de esas de los emoticonos. La que
tiene las lagrimillas. Tiene toda la razón, vamos como sardinas, todo el viaje tocando
hombro con hombro. Se me escapa una risa, pero no digo nada, no sea que se sintiera
ofendido por mirar sus conversaciones privadas. Cuando le da a la tecla de
inicio de su móvil, veo que su fondo de pantalla es una imagen e Dragon Ball Z
y me imagino un universo paralelo en el que somos dos niños que jugamos a
intentar fusionarnos para convertirnos en un guerrero definitivo. Y me pregunto
cuál es el mecanismo de control mental del poder que, de adultos, nos hace ver
a cuasi cualquier persona como un enemigo en potencia. Y recuerdo la canción de
John Lennon “imagine”. Imaginaos que no existieran las banderas. Y me imagino
en un universo paralelo, pero en la actualidad, compartiendo momentos de la
serie de nuestra infancia. Pero solo lo imagino. Llegamos a Madrid sin
intercambiar muchas más palabras. El cansancio del viaje se hace notar en todos
nosotros. Una vez allí nos disolvemos sin más. Cada uno continúa con su trayectoria
sin que, probablemente, nos volvamos a encontrar nunca.