Ibiza, esa isla conocida por sus fiestas, sus playas y su
diversión. Esa isla en la que los garitos presumen de conseguir cualquier cosa
que desees, siempre y cuando puedas pagarlo, claro. Ese lugar de caras
festivas, alegres, disfrutando de la vida nocturna a tope y relajándose durante
el día en sus playas de agua cristalina. A ritmo de música electrónica en su
cara A. Pero le damos la vuelta al disco y la música es bien distinta, porque
toda esa fiesta y disfrute no se genera sola. En la cara B están los artífices,
rostros cansados que salen de sus trabajos de madrugada y con dolor de piernas.
Son los rostros que no saldrán en google cuando buscas Ibiza. A las dos de la
madrugada los puedes ver en los barrios paseando a sus perros, todavía con sus uniformes
de camareros, o limpiadores o pantalones a cuadros de haber salido de una
cocina. Con las placas identificativas todavía colgadas de sus camisas. Placas
en las que aparece su nombre y el de la empresa a la que entregan su juventud a
cambio de un salario al mes. Estos son los rostros de la cara B, pálidos por no
haber tenido tiempo ni energía para ir a la playa, a pesar de tenerla a diez
minutos, serios, cansados de sonreír hipócritamente a sus clientes por
exigencias del contrato. Rostros decepcionados que una vez soñaron ser
futbolistas, estrellas de la música, o de la televisión, pero crecieron.
Crecieron y soñaron en ser abogados, arquitectos, biólogos o escritores, pero
maduraron. Maduraron y se ven atrapados en sus rutinarias jornadas que les absorben
el tempo para perseguir sus sueños, y se encuentran con sus semejantes, hay
complicidad, se abrazan, pasean al perro por las noches y tienen su pequeña
recompensa.