viernes, 30 de agosto de 2019

PONTE EL CINTURÓN


En la década de los cuarenta, el industrial norteamericano Preston Tucker, intentó revolucionar la industria del automóvil añadiendo el concepto de seguridad en los coches para usuarios y con ello el cinturón. Invento que heredaba de la industria de la aviación de guerra. Su empresa quebró, pero el concepto de seguridad perduró en la industria automovilística. Más adelante, en 1959, el sueco Nils Bohlin, ingeniero de volvo, retomó el concepto y se comercializó por fin el coche con cinturón de seguridad. Sin embargo, no es hasta 1985 el momento en el que se establece la obligatoriedad el uso del cinturón de seguridad en todos los conductores en el territorio español. Y gracias a esta serie de acontecimientos, estoy vivo. 

 Es verano, han caído cuatro gotas, y voy con unos cuantos kilómetros por hora demás. Soy imbécil. La traicionera película de barro que queda sobre la carretera me atrapa, el coche empieza a culear, se me va en la curva e intento corregir. Piso el freno, error. Doy un volantazo en la dirección opuesta, error. El coche sale disparado a más velocidad que la que llevaba antes de la frenada. O eso me parece a mí. Noto una sacudida, después siento que soy unos gallumbos en el interior de una lavadora durante el centrifugado, pierdo mis gafas y, finalmente, el coche se para.

 Respiro hondo. Compruebo que no me duele nada, y pienso que a lo mejor no ha sido para tanto. Iluso de mí. Salgo del coche y veo que le falta una rueda trasera, un par de cristales rotos, y las chapas dobladas. Se me ocurre intentar arrancarlo y lo único que obtengo es una humareda blanca que sale del motor. Lo apago y salgo rápidamente. Por suerte la humareda cesa en seguida. Aparecen dos personas, me preguntan si estoy bien, y luego si he tomado éxtasis. ¿Qué clase de pregunta es esa en esta situación? No lo he probado en mi vida. Me dicen que me he dado un buen golpe y se van. Como si necesitara que me lo digan. Luego aparece una señora, tiene pinta de alemana, y ella sí que se preocupa seriamente por mi. Va vestida de uniforme de algún hotel o rent a car, y me dice que ha escuchado el estruendo desde su casa mientras se preparaba para ir al trabajo. Le explico que estoy bien, pero que me siento desorientado porque no tengo las gafas y no veo una mierda. Me pregunta que si tengo muchas dioptrías y sin más palabras se va hacia su casa. 

En ese momento me siento un poco desamparado y no sé muy bien qué hacer, la incomodidad de no ver y los nervios no me dejan pensar con claridad. Por un minuto rompo en llanto y tengo pena por el coche, Seat Alhambra del 98, que había comprado hace apenas dos años a una amiga, al que tantas horas le había dedicado otro amigo para dejarlo impecable y con el que tenía buenos planes de viaje. Pero realmente el llanto es más por pensar lo cerca que he estado de la muerte, y lo imbécil que he sido. Si, le temo a la muerte, y mucho. Un poco después aparece un ibicenco simpático en moto y se para para preguntar: 
- ¿Qué ha pasado? 
-  He perdido el control - le digo 
- ¿Perdona? - me dice incrédulo bajándose de la moto - ¿Tú ibas en ese coche? 
-  Si - respondo.
 El chico me señala a mi con el dedo índice, y luego hace lo mismo con el coche, vuelve a señalarme con la mirada fija en aquello que señala, y de nuevo al coche. 
- ¿Tú has salido de ese coche ahora mismo? - dice sin salir de su asombro 
- Si - repito 
- ¡Caray! - exclama - ¡Dios te ama! - dice riendo como si se alegrara de estar en el lugar donde ha acontecido un milagro. 

 Puede ser. Siempre he pensado que un Dios omnisciente y omnipotente no necesita de la adoración, ni siquiera de la creencia en él, para que te ame. Un ser que necesita que le adoren y le muestren reconocimiento constante sin ser cuestionado para reafirmarse en su postura, es un ser inseguro y ególatra. Y la egolatría y la inseguridad son defectos de seres humanos, no de un dios. 

 Le explico al hombre lo de las gafas y se pone a ayudarme a buscarlas por el suelo, cosa que le hace ver los restos del accidente, así que va reconstruyendo los hechos. Tras salir de la carretera golpeo con la rueda de atrás contra un poste de teléfono. Una tirada de suerte hace que golpee en la rueda y no en otro lugar que podría haber dañado más al coche, y por lo tanto a mi mismo. El coche sale disparado dando una vuelta sobre sí mismo de como doscientos grados, otra tirada de suerte ha puesto gran cantidad de matas que deben frenar el movimiento al que está sometido mi vehículo, que acaba metido dentro de un torrente mirando en la dirección opuesta a la que conducía. La robustez y tamaño del coche evitan que me golpee la cabeza. El cinturón me ha salvado de no correr la misma suerte que mis gafas, que deben haber volado por la ventanilla abierta y no las conseguimos encontrar. Lo que sí encontramos es la rueda, con parte del eje, arrancada de cuajo de la estructura del coche. Está tirada unos cuantos metros más allá y el chico me ayuda a meterla en el maletero del coche. En ese momento reaparece la señora alemana con unas gafas que no son las mías. 
- Pruébatelas, a ver si te ayudan - me dice. Me las pongo y veo sorprendentemente bien. Al parecer la mujer es tan miope como yo. Puedo hasta leer el nombre de la chapa que lleva del uniforme. Suzanne. Tal vez sea inglesa. Le digo que cuando se las devuelvo, pero me dice que me las puedo quedar, que ella ya no las usa. Me deben ver mejor cara, y me dejan, con semblante tranquilo. Yo también estoy más tranquilo y llamo a la grúa por fin. 

Durante la espera reaparece la señora, ya en coche, dirección a un trabajo al que debe estar llegando tarde. Le doy las gracias por enésima vez. Entonces aparece el tonto de turno, que sin preguntarme ni como estoy, lo único que hace es pillar la matrícula de mi coche y pedirme el número informándome de que no tiene internet porque he roto algo en el poste y que eso lo tendrá que pagar mi seguro. Aparece una grúa, le hago señales con la mano para que pare, puesto que el coche dentro del torrente no se ve desde la carretera. El hombre, cuando se para, ve que no es mi coche al que le han mandado a recoger, y me dice que cien metros más adelante hay alguien en la misma situación que yo. Espero un buen rato más, y finalmente aparece la grúa de mi seguro. De ella bajan dos señores muy amables que sacan sin mucha dificultad el coche del torrente. Me informan de que eso no tiene arreglo y no vale la pena llevarlo al taller. Se lo llevan para desguace, y a mi me dejan en mi casa. Me entero después, de que ese día estuvieron hasta las dos de la madrugada recogiendo vehículos salidos de la carretera. Caen cuatro gotas y los conductores parecemos subnormales ineptos al volante. 

 Quitando el moretón en el brazo y en el estómago causados por el cinturón de seguridad, estoy ileso. Con la sensación de que he bailado un vals con la muerte, que está acechando en cada esquina y hoy ha decidido perdonarme para recordarme que ella está siempre presente. Mirando cada uno de nuestros movimientos. Y hoy le tengo más miedo a la muerte que ayer, pero digo yo que será normal cuando el miedo a la muerte es lo que nos mantiene vivos. Pero estoy ileso y tengo que dar gracias a Dios, Preston Tucker y Nils Bohlin.


domingo, 25 de agosto de 2019

HARRY POTTER Y EL MACHISMO PATRIARCAL


(Si tienes un bonito recuerdo de infancia relacionado con las aventuras de un entrañable mago adolescente llamado Harry Potter, mejor no sigas leyendo.)

 La señora Dursley sirve té mientras el Señor Dursley lee el periódico. La señora Weasley está siempre metida en la cocina satisfaciendo a todos los que la rodean, teniendo siempre preparada la comida para sus hijos y marido cuando llegan del trabajo. Cuando hay una fiesta nadie ayuda a la señora Weasley con la limpieza hasta que llega de Francia Fleur. Otra mujer tiene que venir desde Francia para que alguien ayude a la señora Weasley con la limpieza del horno, que por cierto, lo limpian de un golpe de varita mágica. De verdad, ¿ni a base de magia ningún hombre puede ayudar a limpiar un horno en la casa de los Weasley? Fleur le sirve vino a Bill, su futuro marido, mientras éste habla de cosas importantes o, directamente, sale de la habitación para no molestarle cuando éste habla con Harry. Porque claro, Bill y Harry son dos hombres que tienen conversaciones importantes y relevantes para el futuro, y su presencia femenina les molesta. Siguiendo con Fleur, resulta ser la única mujer participante en el torneo de los tres magos, compitiendo con Harry y otros dos chicos, y ella es la única que se retira porque no puede soportar la presión. Porque claro, los tres chicos son más valientes y más capaces que ella. Y eso que estamos hablando de magia, joder, no de pulsos. Malfoy, otro que tal, hablando de sus malvados planes con sus amigotes que se ríen con él, mientras una chica, puramente decorativa de la que no recuerdo su nombre, le acaricia el pelo sin decir ni una palabra durante la conversación. Tonks sufriendo por amor mientras los mortífagos se hacen con el control de la sociedad, y recuperando la alegría al iniciar una relación con Lupin, a pesar de estar en plena dictadura Voldemort. Porque claro, una mujer solo es feliz cuando está al lado de un hombre, y el destino del mundo le importa un carajo.

 A todo esto le añadimos las relaciones tóxicas y los tópicos psicológicos. Chow Chang loca de celos por Hermione, sin ser capaz de entender que Harry y ella solo son amigos. Por cierto, una Hermione, que pretendiendo ser el personaje femenino más correcto, explica con total normalidad a Harry que las chicas son unas locas inestables y que hay que hablarles como si fueran a saltarte a la yugular en cualquier momento porque sino se enfadan y la culpa es tuya por no entenderlas. Y Ron, regalándole el libro de “como entender a las mujeres” a Harry. Como si las mujeres fueran un robot de cocina con manual de instrucciones. Volviendo a Hermione, es la única de los tres personajes protagonistas que se preocupa por su físico, aprovechando la magia para reducirse el tamaño de los dientes, porque claro, ella es la chica. Además de pasarse la saga entera lloriqueando mientras sus dos compañeros se enfrentan valientemente a las adversidades, a pesar de haber demostrado estar más capacitada que ellos para hacer magia. Siguiendo con Hermione, Ron y las relaciones tóxicas: Siete tochos de libros peleándose, ignorándose, hablándose mal y faltándose al respeto el uno al otro para acabar enamorados porque, claro, todos sabemos que eso es el verdadero amor. Que los que se pelean se desean. No vayamos a implementar relaciones sanas y respetuosas en el imaginario de los más jóvenes.

 Una mención excepcional a la profesora McGonaggall, tal vez el único personaje femenino que no necesita ser rescatado, que pelea con valentía y que demuestra fortaleza. Aún así, siempre una segundona en comparación con el maravilloso Dumbledor.

 Yo me lo perdí en su día y, recientemente, he decidido prestarle cierta atención al mítico personaje que marcó toda una generación. Gracias a los audiolibros, he conseguido meterme en la totalidad de las aventuras del mago mientras trabajaba en otras cosas, y me ha sorprendido, y mucho, lo machista que puede llegar a ser sin quererlo. Y no me sorprendería si fuera una novela de los años cincuenta, pero duele ver que que entre el siglo XX y el XXI, una persona sea capaz de plasmar un machismo tal que a veces de la impresión de estar leyendo una novela ambientada a principios de siglo. Quisiera remarcar que todo lo aquí citado, es lo que recuerdo después de haber escuchado las siete entregas, y seguro que olvido muchos ejemplos pues han pasado varios meses desde que empezara a escuchar la primera. Y me genera cierta tensión recordar como nos lo recomendaban los profesores del instituto cuando era la novedad.

lunes, 12 de agosto de 2019

MAÑANA

Las sábanas revueltas, 
la cabellera suelta, 
un beso, una caricia,     tu olor. 
Un día cualquiera, 
¿Y si la felicidad cupiera? ¿Y si no sufrieras?
Deja atrás el dolor. 

Te doy la mano, 
tu a mi un abrazo, 
el llanto es pasado, 
y el ahora es nuestro, cubierto de co2. 
Disfrutemos de nuestros cuerpos perfectos
envueltos de esperpentos perversos
 que se pasean por lo muerto
 y lo destruyen todo,
a cambio de un puñado de oro. 

Y a nuestro alrededor no queda nada, 
pero estamos tu y yo, lo tenemos todo.
Vivamos el día, 
como si se estuvieran derritiendo los polos. 
Besémonos con pasión, 
comos si se estuvieran secando los pozos. 
Hagamos el amor, 
como si se fuera a acabar todo. 
Amémonos como si no hubiera mañana, 
porque tal vez…   
       

                                  no lo haya.