A veces, la vida, es como un
videojuego de rol, o una aventura gráfica. Te sitúas en un escenario
desconocido en el que tienes que realizar unos movimientos determinados que
sabes que te llevarán a la siguiente fase. Que también puede ser un nuevo
escenario desconocido. O también puedes volver atrás, a lo que ya conoces, y
adquirir experiencia muy lentamente. La
fase en la que me sitúo ahora es el aeropuerto de Praga. Debería ser una de
esas fases cortas y fáciles. Transitorias. Mi objetivo es la siguiente fase
principal: Tokio. Pero hoy hay una dificultad añadida. La espesa niebla ha
impedido que aterrice el avión que tenía que llevarme a Moscú, donde estaba
prevista la escala. Una cosa que me parece extraña de este aeropuerto es que
hay un control de seguridad antes de cada una de las puertas de embarque.
Después del control de seguridad no hay nada. Solo los bancos donde esperar. No
hay tiendas, ni bares ni lugar donde darse un paseo. Pasamos el control de
seguridad, pero parece que algo falla. Ya es casi la hora de embarcar y todavía
nadie nos abre la puerta ni parece dispuesto a atendernos. Me fijo en una chica
joven muy guapa que escucha música en sus auriculares. No tengo nada mejor que hacer en aquella sala
de mala muerte. Tras esperar un buen rato nos dicen que salgamos por donde
hemos entrado que se retrasa el vuelo. A través del arco de seguridad. Nunca
antes había cruzado un arco de seguridad de un aeropuerto en dos direcciones.
¡Quién me hubiera dicho en ese momento que iban a ser cuatro! Le explico al
empleado del aeropuerto que tengo que pillar un vuelo a Tokio en Moscú, y que
solo hay un par de horas entre los dos vuelos, por lo que lo voy a perder, que
si tengo que hacer algo. Me dice que esté tranquilo, que lo primero es llegar a
Moscú, y allí me dirija a los “transfer desks” que me lo solucionarán. No me da
más información. Resignado, salgo de la diminuta sala de espera, y a fuera no
me queda otra que esperar. Acudo a la ventanilla de información, me dice que no
se sabe nada del vuelo a Moscú todavía. Al lado hay unas ventanillas que pone
“transfer”, pero el empleado del
aeropuerto me había dicho claramente que tengo que acudir a las “transfer” una
vez en Moscú. Aquellas que veo al lado de la de información deben de ser para la
gente que tuviera escala en Praga y pierda el vuelo. Es lo que pienso en ese
momento. La mujer de Información no me ayuda en absoluto. Le pregunto una y
otra vez, cada diez o quince minutos aproximadamente. Le explico toda la
historia, que tengo que coger un vuelo a Tokio en Moscú, que lo voy a perder,
que cuando habrá noticias, pero solo dice una y otra vez “todavía no hay
noticias acerca del vuelo a Moscú”. Como uno de esos personajes de relleno de las
ciudades de los juegos de rol, a los que te acercas a hablarles y no hacen más
que repetirte una y otra vez la misma frase, normalmente una frase totalmente
inútil o con información reiterada. Es
un ser humano, pero en su lugar podrían haber puesto una figura de acción de
He-man de esas con un botoncito que al apretarlo dice “por el poder de
Grayskull”. El resultado hubiera sido el mismo, y mucho más barato.
De repente me siento totalmente atascado. Es uno de esos tediosos
niveles en los que tienes un espacio de movilidad muy reducido y no sabes dónde
tienes que apretar el botón o hacer click.
Al cabo de unas horas veo algo cambiar en la pantalla, y un rayo de
esperanza me ilumina. El vuelo a Moscú, que tenía el campo de partida vacío,
ahora marca las 18:30. Son las 12:15, “solo” tengo que esperar seis horas y
cuarto. Luego, una vez en Moscú, ya me aclararán como llegar a Tokio. Me lo ha
dicho claramente el empleado del aeropuerto. Me lo tomo lo mejor que sé. Me
siento al lado de un enchufe, en el suelo, porque no hay asientos al lado delos
enchufes, y me pongo a jugar con el móvil. Así consigo que se me pase más o
menos rápida una hora, pero los juegos ya me aburren y todavía faltan más de
cinco para el vuelo. Compro algo para picar, pero tampoco me excedo, la comida
en el aeropuerto es cara y no me quedan muchas coronas checas. Camino de un
extremo a otro de la sala. Una vez, otra vez, y otra, y otras cuantas también.
La mochila, mi equipaje de mano, pesa bastante y mi espalda se resiente. Decido
sentarme en los sillones que hay para masajes que funcionan con una moneda.
Aunque lo que recibo dista mucho de un buen masaje, me levanto descansado y
camino hasta el extremo opuesto a mi puerta de embarque. Allí veo una tienda
cuya entrada te invita a comprar cerveza a un precio aceptable, para ser un
aeropuerto. Vuelvo al lado de mi puerta de embarque y me siento de nuevo en el
suelo, junto a un enchufe. Me quito los zapatos y bebo la cerveza mientras se
carga el móvil. Me lo tomo lo mejor que sé. Podría ser confundido perfectamente
con un mendigo.
Pasan horas, posiblemente las más aburridas que he pasado en mucho
tiempo. No recuerdo haber pasado tanto aburrimiento desde niño, tal vez. Pero
bueno, finalmente llega la hora, vuelven a abrir el control de seguridad para
entrar en la diminuta sala de espera donde se encuentra la puerta de embarque.
Pasado el control, en la sala de espera, decido quedarme el último de la fila
para entrar en el avión. Estoy emocionado contándoles a mis amigos por el móvil
que por fin voy a coger el avión. Que por fin acaba mi suplicio y voy a pasar a
la siguiente fase. Nada más alejado de la realidad. Cuando llega mi turno, el
empleado, que ya no es el mismo de la vez anterior, supongo que ése debe haber
acabado ya su turno, me dice que no puedo coger el avión. Que tendría que haber
ido a “transfer desk” desde un primer momento para coger no sé qué otro vuelo,
para enganchar en otro lugar con otro vuelo a Tokio. Llaman a la compañía para
ver si me lo pueden solucionar, mientras yo, por un momento, pierdo la calma.
Tras el largo día perdido en el aeropuerto siento como si me arrebatasen una
parte de mí cuando me impiden pillar el vuelo. Deseo saltar sobre el mostrador
y arrancarles las cabezas a los empleados, irracionalmente, solo quiero subir a
ese avión por el que he estado esperando todo el puto día, aun cuando me dicen
que no puedo pillar ningún vuelo a Tokio en Moscú hasta el día siguiente, pues
solo hay uno al día. Es uno de esos momentos en los que desearía que la vida
fuera un poco más parecida el GTA, y no a los juegos de rol, en los que deseo
sacar una recortada de mi bolsillo izquierdo y liarme a tiros hasta llegar a la
cabina del avión que, por supuesto, sé pilotar, y conducir yo mismo hasta Tokio
el vehículo sin pensar en las consecuencias. Las lágrimas de la desesperación
por un momento parece que van a brotar de mis ojos. Pero finalmente me calmo y
les escucho. Tampoco me pueden dar mucha información, me dicen que vaya al
mostrador de Aeroflot, la compañía con la que compré el vuelo, y que allí me
indicarán que hacer.
Así lo
hago, vuelvo a la entrada del aeropuerto, y me dirijo al empleado de Aeroflot,
al que le hago todas las preguntas disponibles en el archivo de mi memoria. Me
soluciona lo del billete, y me lo cambia para el día siguiente Aunque no me
pone menú vegetariano
porque hay que solicitarlo con treinta y seis horas de antelación y no me avisa. Menos mal que siempre viajo con un paquete de cacahuetes en mi inventario. Tengo que recuperar mi equipaje. Me dice que acuda a reclamación de equipajes y voy. Llego a la puerta, nuevo acertijo. Hay un telefonillo con una lista con números y no sé muy bien cual apretar. La lista no es muy clara, y tampoco estoy seguro de si estoy en la terminal uno o dos del aeropuerto. Finalmente me decido por llamar a un número, pero no obtengo respuesta. Como mi paciencia no está al cien por cien ahora mismo, no dudo ni un momento en marcar cualquier otro número. Me lo pillan de la otra terminal y me dice que tengo que llamar al primer número que llamé. Sigo insistiendo hasta que alguien contesta. Me dicen que espere. Al rato me abren la puerta y me dejan pasar tras pedirme que les muestre mi tarjeta de embarque no utilizada. Estoy en las cintas correderas por las que sale el equipaje cuando llegas. Nunca había estado en una sala de estas sin haber pillado previamente un avión. Todo nuevas y “emocionantes” experiencias hoy. Una vez dentro me vuelven a dejar solo sin darme indicaciones de hacia dónde tengo que ir. Acudo al único mostrador en el que veo a alguien, y me dicen que allí no es, que es el mostrador de al lado, donde no hay nadie. Me dicen que espere. No tengo más remedio. Espero. A cualquier persona que pasa por allí con pintas de trabajar en el aeropuerto le pregunto si saben algo sobre quien debería estar en ese mostrador. Pero no obtengo pistas. Más personajes de relleno, de bulto, en el escenario. Tras un rato aparece alguien en el mostrador. Le explico mi situación y llama por teléfono. Me dice que mi equipaje saldrá por la cinta número 12. Que espere. Espero. Espero. La mujer del mostrador desaparece y vuelvo a sentirme abandonado, sin nadie a quien preguntar, esperando a que salga mi equipaje. Pero pasa casi una hora y no sale nada de la cinta doce, ni de ninguna otra. La mujer vuelve a aparecer, le digo que no ha aparecido mi equipaje por la cinta, y vuelve a llamar, me vuelve a decir que espere en la cinta doce, que ya lo subirán. Finalmente aparece. Mi equipaje y otros cuantos más de los que tendrían que haber ido a Moscú, que me demuestran, por suerte, que no he sido el único tonto en perder el vuelo. Ya saben lo que dicen que es consuelo de tontos. Por fin, con mi equipaje vuelvo a casa de mi amiga Klara, que me acoge con amabilidad, y se sorprende de mi historia. Me voy a dormir, melodía de buenas noches, sonidito de restauración de PH y PM y al día siguiente a intentar la misma fase con la energía a tope. Aunque con la experiencia adquirida seguro que la supero con facilidad y menos frustrantemente, pues hago amistad con la chica checa de los auriculares, a quién le sucedió lo mismo que a mí.
porque hay que solicitarlo con treinta y seis horas de antelación y no me avisa. Menos mal que siempre viajo con un paquete de cacahuetes en mi inventario. Tengo que recuperar mi equipaje. Me dice que acuda a reclamación de equipajes y voy. Llego a la puerta, nuevo acertijo. Hay un telefonillo con una lista con números y no sé muy bien cual apretar. La lista no es muy clara, y tampoco estoy seguro de si estoy en la terminal uno o dos del aeropuerto. Finalmente me decido por llamar a un número, pero no obtengo respuesta. Como mi paciencia no está al cien por cien ahora mismo, no dudo ni un momento en marcar cualquier otro número. Me lo pillan de la otra terminal y me dice que tengo que llamar al primer número que llamé. Sigo insistiendo hasta que alguien contesta. Me dicen que espere. Al rato me abren la puerta y me dejan pasar tras pedirme que les muestre mi tarjeta de embarque no utilizada. Estoy en las cintas correderas por las que sale el equipaje cuando llegas. Nunca había estado en una sala de estas sin haber pillado previamente un avión. Todo nuevas y “emocionantes” experiencias hoy. Una vez dentro me vuelven a dejar solo sin darme indicaciones de hacia dónde tengo que ir. Acudo al único mostrador en el que veo a alguien, y me dicen que allí no es, que es el mostrador de al lado, donde no hay nadie. Me dicen que espere. No tengo más remedio. Espero. A cualquier persona que pasa por allí con pintas de trabajar en el aeropuerto le pregunto si saben algo sobre quien debería estar en ese mostrador. Pero no obtengo pistas. Más personajes de relleno, de bulto, en el escenario. Tras un rato aparece alguien en el mostrador. Le explico mi situación y llama por teléfono. Me dice que mi equipaje saldrá por la cinta número 12. Que espere. Espero. Espero. La mujer del mostrador desaparece y vuelvo a sentirme abandonado, sin nadie a quien preguntar, esperando a que salga mi equipaje. Pero pasa casi una hora y no sale nada de la cinta doce, ni de ninguna otra. La mujer vuelve a aparecer, le digo que no ha aparecido mi equipaje por la cinta, y vuelve a llamar, me vuelve a decir que espere en la cinta doce, que ya lo subirán. Finalmente aparece. Mi equipaje y otros cuantos más de los que tendrían que haber ido a Moscú, que me demuestran, por suerte, que no he sido el único tonto en perder el vuelo. Ya saben lo que dicen que es consuelo de tontos. Por fin, con mi equipaje vuelvo a casa de mi amiga Klara, que me acoge con amabilidad, y se sorprende de mi historia. Me voy a dormir, melodía de buenas noches, sonidito de restauración de PH y PM y al día siguiente a intentar la misma fase con la energía a tope. Aunque con la experiencia adquirida seguro que la supero con facilidad y menos frustrantemente, pues hago amistad con la chica checa de los auriculares, a quién le sucedió lo mismo que a mí.
Amigo B.Art: A veces creo que todas esas canalladas de aeropuerto están ahí para que no perdamos el encanto de la idea de viajar. Sin ellas, sin esas peripecias, problemas, disgustos, encuentros... los vuelos no serían viajes, sino un vulgar "ir de un sitio a otro". Feliz año y un abrazo
ResponderEliminarPues si, le da emoción al asunto.
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