Es hora punta en la ajetreada ciudad de Krung Tep, más
conocida como Bangkok. El tráfico apenas avanza y el semáforo se pone en rojo. Mientras
camino por la acera, a lo lejos, diviso a una preciosa chica asomando por la
ventanilla trasera de un autobús. Sus ojos se dirigen hacia mí, y yo no puedo
evitar mantener mi mirada clavada en la suya. Me pierdo en sus pupilas como en
una ciudad desconocida, anhelando descubrir todo aquello que esos ojos rasgados
han visto, y yo no. Sigo mirando mientras camino, no sé por cuánto rato,
¿veinte segundos? ¿treinta?. Puede parecer poco tiempo, pero es bastante
aguantando la mirada con una desconocida. Cuando ya considero que se puede
sentir molesta, o acosada, decido mirar al frente. Pero cuando estoy a punto de
sobrepasarla, no puedo evitarlo y la vuelvo a mirar, y ella me está mirando
todavía, y sonríe, y sonrío, y esa sonrisa nos la llevamos a nuestras casas.
jueves, 25 de diciembre de 2014
MIRADAS
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domingo, 14 de diciembre de 2014
TIME IS RUNNING OUT
Avanza y no se detiene,
inexorable, imparable.
Destruye sueños y esperanzas,
desgasta pieles y almas,
las hojas caen para siepre
se descomponen y fusionan con la tierra.
Avanza y no se detiene,
calculas cada movimiento
no quieres hacerlo en balde
comprendes que hay un límite.
Crece en volumen lo añorado,
aunque mengua en intensidad.
Avanza y no se detiene,
dejando un reguero de cadáveres
que acaban siendo nada, como todo,
Infalible destructor
que de nada se apiada,
una semilla en las cenizas cae.
Avanza y no se detiene,
el erguido se curva,
el niño se masturba,
y la semilla se hace flor.
La rueda que jamas cesa.
Avanza y no se detiene,
por mas trabas que encuentre,
por menos se lo imploremos,
pierde pétalos la flor,
lo marchito pierde su olor,
pero cae otra semilla.
Avanza y no se detiene,
la vida tan efímera,
nada en ella permanece,
mente cansada enferma,
lagrimal se humedece
y solo consuela el amor.
Imagen extraida del video "NEVER ENDS" de FlowFidelity films: http://vimeo.com/50158314 |
martes, 4 de noviembre de 2014
MI PAÍS
Mi país,
tierra de mentirosos,
falsos poderosos
y asesinos de toros,
en mi país.
Mi país,
que abandona a los necesitados
y ampara a los verdugos,
herencia del dictado,
libertades bajo yugo,
en mi país.
Mi país,
que me provoca asco,
rabia,
impotencia,
desprecio,
vergüenza,
náuseas,
por perseguir a los justos,
y recompensar la vileza,
por abandonar en alta mar al inocente,
para porteger su riqueza,
por aclamar el catetismo,
y abandonar la destreza,
por el trascender de la realeza.
¿orgullo patrio?
No. Lo siento.
PERDERME
Quiero perderme en tí
y jamás encontrarme
Ya me olvidé de mí,
no quiero recordarme.
Quiero perderme en tí,
recorrer todo tu cuerpo,
escalar tus montañas
y explorar tus cuevas.
No sé qué será de mí,
pero tampoco me importa.
Quiero perderme en tí
y descubrir el lejano oriente,
quiero desprenderme de mí,
y ocupar el interior de tu mente.
Quiero ser uno contigo,
lograr entenderte,
quisiera que vengas conmigo
y que estemos juntos por siempre.
viernes, 31 de octubre de 2014
ENLACE
Vivir como verdaderos enamorados,
al menos por una noche,
nuestros dedos entrelazados,
el galopar de nuestros corazones,
nuestros labios en contacto,
sentir tu interior en la oscuridad,
aunque sea una sola vez .
Sin importar mañana o ayer,
sin importar antes o después,
amarnos al cien por cien,
entregarnos el uno al otro,
aún previendo corazones rotos.
Pero no importa,
ya aprendimos,
ya no somos niños,
reunimos los pedazos,
uno a uno los juntamos,
y en nuestro recuerdo queda el sentimiento
de haber sido auténticos amantes.
Pasan las estaciones,
y aún sonrío al recordarte,
tenemos vidas paralelas,
pero nunca dejé de amarte,
aunque vivas en otro mundo,
nos une un hilo brillante.
martes, 21 de octubre de 2014
ARENA MOJADA
Camino por la arena mojada,
sin saber que hay a mi derecha
mas allá de las montañas,
desconociendo lo que hay a mi izquierda
mas allá de las oleadas.
No se que hay al final del camino,
tal vez me convierta en monarca,
paso firme sobre arena mojada
linea fronteriza entre tierra y mar,
tal vez acabe en la estacada,
tal vez me hagan caer.
Agarro la mano de quién me acompaña,
por mas pasos dados no veo destino,
dejo a muchos a mis espaldas,
con alivio o lágrimas.
Intento el desvío, caigo al vacío,
cierro los ojos, los abro y...
otra vez arena mojada,
siento su tacto suave a mis pies
siento el tacto suave de su piel
siento el sabor dulce de su miel.
Cierro los ojos, los abro y...
otra vez arena mojada.
Miro al frente sin divisar destino,
por mas que piense no entiendo el motivo,
crisis nerviosa, pensamientos en el limbo.
¿Por qué existo?
Ah, si... su miel.
Camino por arena mojada,
y mas allá del horizonte no me importa nada.
lunes, 29 de septiembre de 2014
La cotidiana tragedia
Está a punto de anochecer, y Guria echa de menos a su
pequeña de once años en casa. “Se habrá entretenido jugando por el camino”
piensa inocente mientras prepara la cena para toda la familia.
La pobre niña, sin
embargo, se encuentra arrastrada por los mugrientos suelos de alguna de las
polvorientas calles de Forbesganj, Bihar. El estado más pobre y conflictivo de
toda India. La pequeña, que no es consciente todavía de lo que es el placer
sexual, no entiende nada. No comprende porque le pasa esto a ella y llora sin
tener ni idea del motivo por el cual la retienen. A rastras, se la llevan hasta
un lugar donde no pasa nadie, bastante apartado de las bulliciosas calles del
pueblo. El hombre, o tal vez los hombres, una vez alejado de la mirada de los
viandantes, se abalanza sobre ella. Si esto fuera una película americana, ahora
aparecería el héroe de turno y la salvaría sin que la niña sufriera más daño
que algún rasguño. Si fuera cine francés, tal vez la violaran y apareciera entonces
el salvador y le reventara la cabeza al agresor con un extintor. Pero esto no
es ficción, es la cruda realidad sucedida entre el 13 y el 15 de septiembre de
2014. El hombre, y lo llamaré hombre porque llamarlo bestia deshonra a todo lo
que consideramos bestias en el mundo animal, desahoga todos sus impulsos
sexuales con la pequeña. Eyacula en su interior desgarrando sus entrañas y le
golpea hasta la muerte para acallar sus llantos. No se sabe con exactitud el
orden en el que hizo dichas acciones. Cuando se siente aliviado, se sube los
pantalones y vuelve al centro del pueblo a seguir con su vida. Algo que jamás
comprenderé. No entiendo que sea de mi misma especie alguien capaz de cometer
tal atrocidad. Puedo entender un asesinato por venganza, puedo entender al
sádico torero que se cree superior a la víctima que tortura, puedo entender al
empresario que empuja a trabajar hasta la muerte a sus empleados en fábricas,
pues limpiara su conciencia delegando las responsabilidades en otros. Lo que no
me entra en la cabeza es que alguien pueda torturar hasta la muerte a una
pequeña inocente al azar, con el único propósito de satisfacer su necesidad
sexual, y seguir tranquilamente con su vida al día siguiente, saludando a sus
vecinos con una sonrisa. Lo peor de todo es que no es un caso aislado. Casos
parecidos se suceden continuamente a lo largo y ancho del globo. Es la tragedia
cotidiana de la que se ven víctimas miles de mujeres y niñas.
Dos días después
aparece el cadáver con claras evidencias de maltrato y violación. Guria llora
desconsolada su pérdida. La niña no se merecía esto. Nadie se merece esto. Si
esto fuera un thriller sueco, la policía desplegaría todos sus medios para
investigar el hecho y atrapar al culpable para hacerle pagar. Pero esto es la
cruda realidad del Estado más miserable de India. El jefe de proyecto de la ONG
en la que trabaja Guria está discutiendo con la policía. Los agentes le piden
dinero para proceder a realizar la autopsia a la muchacha para poder seguir la
investigación. Indignado, el hombre les pide que respeten la ley y procedan a
investigar el asesinato. La corrupción en este país es una práctica habitual.
Especialmente entre los agentes de seguridad del estado. La lucha continuará, y
los miembros de la ONG en la que trabaja la desafortunada mujer presionarán
para que se lleve a cabo la investigación mientras se preguntan en que parte
del plan de Dios estaba el sufrimiento y muerte de la pobre niña. Pero no forma
parte de ningún plan. Si hubiera un Dios ahí fuera que velara por las personas,
jamás permitiría esto. Tampoco podemos hablar de Karma, pues ¿Qué daño podría
haberle hecho al mundo una niña de once años? Esto solo tiene una explicación:
La miseria moral a la que puede llegar el ser humano.
sábado, 16 de agosto de 2014
PRESA DEL CAPITAL
Ya he caído en otra de sus redes, ya me ha enlazado con otra
de sus cadenas. El capitalismo me ha lanzado un Smartphone al cuello, y ya no
sé cómo desenredarme de él. Empecé con el rollo ese de “este es barato”
adquiriendo un Smartphone de procedencia dudosa, de los antiguos, bastante
precario, pero eran veinte Euros y funcionaba lo suficiente para escribir por
whatsapp a mis amigos que parecían haberme dado esquinazo desde que ellos se
habían instalado la aplicación y yo no. Además ahorraría dinero en llamadas y
SMS, me decía. “Es de segunda mano y no alimento la demanda en el mercado al
adquirirlo” me decía. Me decía tantas cosas que le sonaban coherentes a mi yo
anticapitalista que parecía una tontería no coger aquel primer Smartphone a
veinte Euros. Y más cuando había perdido mi anterior teléfono, en algún lugar
de la India de cuyo nombre no quiero acordarme, un teléfono básico que me había
durado unos cuatro años. Así que lo compré, y al señor Capitalismo se le dibujó
una sonrisa en la cara.
Otra víctima del huracán Smartphone. Creía que podía
vencerle, jugando a su juego, pero no se puede vencer al diablo. Una persona
reacia al consumo, al comprar por comprar, adquiría su primer Smartphone, y
quedaría atrapado en la espiral de consumo despiadado que ello implica. El
señor Capitalismo lo sabe. Había caído en su trampa, una de ellas, pues ni
sería la primera ni la última. Con mi nuevo-viejo Smartphone me di cuenta de
que también podía ver el Facebook. “¡Qué bien para los ratos muertos, no vaya a
acostumbrarme a llevar un libro encima y leer!”. Y me conformo con ese teléfono
por un tiempo. Pero empiezan las molestias. Se tiene que actualizar demasiado a
menudo, el software es obsoleto, no consigo hacer que el google maps funcione,
y tampoco puedo instalar aplicaciones como line, Instagram, así como ningún
juego. Y para más INRI el tetris que viene de serie en ese teléfono no me
guarda los récords. Que tragedias. Estoy organizando un viaje a una ciudad
desconocida y siento la absurda necesidad de conseguir un Smartphone totalmente
funcional. Como si no hubiera estado antes en un lugar desconocido. Decido
acudir al mercado de segunda mano, que en Internet es amplio, y así no
contribuyo a la fabricación de más teléfonos. “No colaboro a la explotación de
mineros que mueren extrayendo coltan en África para fabricar las baterías del
teléfono ni colaboro en la explotación de obreros en las fábricas chinas que
trabajan bajo condiciones esclavistas” Me digo. Estoy hecho todo un
anticapitalista. Seguro que el señor Capitalismo tiembla al verme. Pero el
teléfono ya tiene unos años, y unos meses después de adquirirlo cae víctima de
la obsolescencia programada. Pero yo ya estoy enganchado al Instagram, utilizo
Line para relacionarme con un par o tres de personas, y los niveles del Candy
Crush no se van a pasar solos. El señor Capitalismo se ríe en mi cara, y
señalándome con el dedo índice, mientras me compro mi tercer teléfono en
cuestión de un año. Me gasto un poco más de dinero, y me lo compro nuevo. No
quiero volver a ser víctima de la obsolescencia programada. Y este parece ser
el teléfono definitivo. “Me va a durar unos años”. Me digo. Aunque no es la
hostia, es un Smartphone cien por cien funcional, le funciona todo, la cámara
hace fotos más o menos aceptables. Suficiente para el uso que le doy. Pero poco
tiempo después ya tengo crujida la pantalla en pedazos y la cámara está tan
rayada que enguarra todas las fotos que hago de manera que casi no se entiende
nada en las imágenes. Me voy a comprar otro puto teléfono. Será el cuarto
teléfono que tengo en mis manos en cuestión de un año, o poco más. Que le den
al africano que extrae coltán, o al que vive al lado de un vertedero rodeado de
montañas de móviles rotos procedentes de Europa y América que casi tocan el
cielo. Que le den al chino explotado en las fábricas que no tiene tiempo para
ver a la familia por la que trabaja quince horas al día. No puedo defraudar a
mis seguidores de Instagram. Necesito otro móvil.
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domingo, 26 de enero de 2014
PREVIEW: Crónica de una acción desesperada //Inicio provisional//
Me despierto de nuevo en el sofá. La tele está encendida. No
sé qué hora es, pero tampoco me importa demasiado, desde que desistí de buscar
empleo después de casi un año intentándolo con todo mi empeño. Me levanto del
sofá, tropiezo con la botella de cerveza vacía que me bebí anoche. O tal vez es
de la noche anterior. Por suerte no se rompe. Voy al baño y, tras una larga e
intensa micción, observo mi rostro en el espejo. Debe hacer cuatro o cinco días
que no me ducho, más que no me peino, y por lo menos un mes que no me afeito.
He dejado mis amistades de lado. Me dedico a dejar pasar los días como si por
arte de magia todo fuera a cambiar de repente. Tal vez la revolución estalle de
verdad y de un día para otro se redistribuya la riqueza del país, de manera que
la falta de trabajo no sea un impedimento para una vida digna. Aunque ya hace
meses que no se habla de la supuesta “spanish
revolution”. Eso ya se acabó. De vez en cuando reviso mi correo. Esperando
encontrar algo allí que cambie mi vida. Una oferta de trabajo en algún
periódico o revista, una proposición de publicación de mi novela… pero nada.
Obviamente, si no lo conseguí mientras lo intentaba con ímpetu, no va a
sucederme ahora de manera milagrosa.
Me dispongo a
prepararme el desayuno. La nevera está bastante vacía. Solo hay unos pocos
huevos, una cebolla y un par de cervezas. Cojo un par de huevos y los pongo a
freír. Mientras caliento agua para hacerme un té. De esos de sesenta céntimos
la caja de veinte bolsitas. Me gusta empezar el día hidratándome, que llegada
cierta hora, solo me deshidrato. Alguien golpea la puerta. Sé quiénes son. A
parte de ser los únicos que se acercan a mi casa últimamente, son los únicos
que jamás utilizan el timbre para llamar. No sé si no lo han visto, o se lo impide
alguna de sus creencias raras. Acerco el ojo a la mirilla y, efectivamente, ahí
están los dos hombres de edad avanzada que ya han intentado venir varias veces.
Van bastante elegantemente vestidos, y sujetan entre sus brazos varios libros y
panfletos religiosos. Veo como uno de ellos, el que parece ser más viejo de los
dos, levanta el brazo para volver a golpear la puerta, pero abro antes de que
pueda hacerlo.
-
¿Tiene unos minutos para hablar de Dios? Me
preguntan al unísono, a coro, como si lo hubieran ensayado.
-
Claro, adelante. – Es la primera vez que hablo
con ellos, normalmente, como todo el mundo, fingía no estar en casa hasta que
se cansaban de aporrear la puerta.
-
Nos complace encontrarte en casa, – me dice el
más viejo – a menudo habíamos pasado por aquí y nunca nadie había respondido a
nuestra llamada.
-
Antes trabajaba… - aunque ya hace tiempo que
llevo controlando sus movimientos alrededor de mi puerta. Una o dos veces por
semana vienen, golpean la robusta madera de mi puerta. Tres golpes cada dos
minutos, y a los diez minutos sin respuesta, se van – justo iba a desayunar,
siéntense. ¿Quieren un poco de té? – Los dos niegan la oferta.
-
Así que… ¿Ha perdido su trabajo? – me pregunta
otra vez el más viejo, que es claramente el líder de los dos.
Asiento con la cabeza mientras
mastico un trozo de pan con un poco de huevo, con la yema todavía chorreante.
-
Porque yo quería comentarte una cosa – sigue
hablando el viejo – con todo esto que está pasando, la crisis, los desahucios,
todo este asunto de Corea, las guerras de oriente medio que empeoran, los
tsunamis y terremotos que han ocurrido últimamente en Asia… - hace una pausa,
reflexivo - ¿no te da la sensación de que algo grande tiene que pasar?
-
Tal vez – Le digo mientras sigo comiendo.
-
Pues hay una manera de no preocuparse, - me contesta como si le hubiera dicho un
rotundo y desesperado si – te explico cual es. Nosotros hemos encontrado un
gran alivio. Hemos hallado todas las respuestas en un libro. Un libro maravilloso
que es éste de aquí - me dice acariciando
una pequeña biblia que tiene entre las manos – pues nosotros, los testigos de
Jehovah nos dedicamos a estudiar la palabra de Dios directamente tal y como él
la ordeno escribir a sus discípulos. Sin intermediarios ni falsos líderes
espirituales que predican la palabra de Dios desde un trono. Nosotros vamos
directamente a la fuente del saber, la Biblia, - se le llena la boca al
pronunciar la palabra biblia – que escribieron los apóstoles, a dictado de
Cristo. Y como ésta fuente de sabiduría infinita dice: - Le hace un gesto a su
compañero.
-
Como dice el libro de Mateo… – y empieza a leer el de las
barbas, que parece un poco más joven – “Ustedes van a oír de guerras e informes
de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder,
más todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino
contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro.
Todas estas cosas son principio de dolores de angustia.” – Y me mira sonriente, orgulloso de su
lectura.
-
¿No te parece –
vuelve a hablar el viejo con su voz pausada – que todo eso que dice la biblia
que va a suceder, pueda ser una metáfora de lo que está sucediendo ahora?
-
¿Tú crees? – Le
pregunto yo mientras me limpio con una servilleta un poco de jugo de huevo que
se derrama de mis labios.
-
Yo estoy
convencido – me contesta. – El apocalipsis es inminente. Pero no hay que
tenerle miedo, al contrario, va a ser una bendición para los hombres de Dios.
Nosotros ya somos un poco viejos y tal vez no lo veamos, pero estoy seguro que
tú sí. En treinta o cuarenta años sucederá, no creo que la tierra aguante mucho
más este ritmo. Y entonces, como dice la Biblia, Jesús bajará de los cielos y
acabará con los pecadores y devolverá a la vida a los buenos hombres que yacen
bajo tierra. Nosotros nos reunimos todos los domingos, no lejos de aquí está
nuestra iglesia, y nos alegramos de tener a invitados interesados en la
salvación. ¿Qué te parece, te gustaría acompañarnos este domingo?
-
Verán – le
respondo mientras sigo comiendo – yo quiero ser un hombre de Dios y ser salvado
cuando llegue el momento, pero hay algo que me perturba de todo este asunto.
Según la biblia hay que tener fe, y los que tengan fe serán salvados y los que
no destruidos. ¿Cierto?
-
Cierto. – Me contesta,
como siempre, el más viejo.
-
Entonces, me
pregunto yo, ¿Qué pasa con esos pueblos de esquimales que viven ajenos a todo
esto de la palabra de Dios, la biblia, o cualquier otra creencia, sin embargo
nunca han hecho daño a nadie. No son malas personas, ¿verdad?
-
No, claro que
no.
-
Sin embargo no
tienen fe, entonces, ¿irán ellos al infierno?
-
Bueno, en esos
casos, el profeta, cuando descienda de los cielos, sabrá juzgar correctamente.
– Me dice tras unos segundos de reflexión.
-
Entonces,
ustedes hacen lo que dice la biblia, ¿literalmente?
-
Si, esa es
nuestra salvación. – Me responde convencido.
-
Verán – les
digo yo – es que hay unos versos de la biblia que me tienen a mí un poco
preocupado, es lo que dice levítico, en el versículo 18:22, creo. ¿Lo puede mirar?
-
Si, lo busco –
dice ahora el más joven de los dos mientras pasa páginas y más páginas de su
libro. – “No te echarás con varón como
con mujer; es abominación.” – Pone cara un poco como sorprendido, diría que
es la primera vez que lo lee.
-
Entonces, ¿es
malo ser homosexual? – Pregunto casi fingiendo preocupación.
-
Pues sí – me
dice sonriente el viejo – lo dice claramente, es una abominación a los ojos de
Dios.
-
¿Y qué solución
me dan? ¿Voy a ir al infierno, a pesar de ser una persona que no hace daño a
nadie, y ayuda a los demás en lo que puede, solo porque practico sexo con otros
hombres?
-
Verás joven… -
mide las palabras que va a decir el viejo del pelo blanco y la coronilla al
viento – …te voy a decir una cosa, - se quita las gafas y me mira como si fuera
a ofrecerme una solución milagrosa – yo antes fumaba, pero ahora ya no.
Se forma un silencio de unos
segundos, solo interrumpido por el sonido del tren que pasa a escasos metros de
mi casa. Ambos esperan mi respuesta con sus ojos clavados en mí, sin borrar su
sonrisa en ningún momento. Supongo que creen que recibirán unas gracias por tal
iluminación. Como si una condición sexual fuera como un mal vicio que hay que
dejar. En lugar de eso, les pregunto:
-
¿Ustedes comen marisco? - ambos asienten con la cabeza – Pues yo no.
– Les digo – entonces estamos igual de expuestos al castigo de Dios, porque
como levítico también dice en el 11:9 y 11:10
“Esto comeréis de todos los
animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las
aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis. Pero todos los que no tienen
aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de
toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación.” Por
lo tanto, yo no como marisco, pero practico sexo con otros hombres, sin embargo
ustedes comen marisco pero no practican sexo con otros hombres. Nos hace igual
de pecadores y dignos de ser castigados por Dios. ¿Estoy en lo cierto?
Se forma otro largo
silencio. No saben que responderme. Los circuitos neuronales de los dos
testigos de Jehová parecen haberse frito. Yo les miro satisfecho de mi
actuación, y espero con intriga su respuesta. La verdad es que llevo tiempo
preparando esto.
-
Verás… - rompe el silencio el viejo de la nuca
blanca – Hay normas cuya aplicación ha cambiado con el tiempo.
-
Entonces – respondo - ¿comer marisco está bien,
pero practicar sexo con otros hombres está mal, aun cuando lo dice Levítico con
unos pocos versículos de diferencia?
-
Exactamente. – Me dice el viejo señalándome con
la patilla de sus gafas como si por fin yo hubiera entrado en razón.
Su mirada está
clavada en mí con una sonrisa de gran satisfacción. Se siente victorioso. Su fe
ha derrotado mis creencias pecaminosas, el bien ha derrotado al mal, Dios ha
derrotado al pecado. Aunque mi punto de vista es totalmente diferente. Me
siento impotente ante una credulidad ciega en un libro que ni siquiera conocen
al cien por cien. Por un momento se me pasa por la cabeza atacarle aplicando la
lógica, debatir el tema. Pero si algo he aprendido de esta conversación es que
la lógica no sirve de nada ante la fe, pues la fe está para que las cosas de
las que se desconoce la lógica tengan sentido, así la ignorancia de cosas tan
relevantes como el sentido de la vida dejan de ser una preocupación, pues está
en manos de Dios. La mente de los hombres de fe funciona de otra manera. Y a la
vez siento que llevo demasiado rato con esta falsa. Ya he acabado el desayuno.
Me levanto a por una cerveza y mientras empiezo a bebérmela les invito a irse
de mi casa.
-
Estoy ocupado – les digo – Por favor, déjenme
con mis asuntos.
-
De acuerdo, entonces, ¿se pasará el domingo por
la iglesia? – me pregunta el viejo – nos encantaría verle por allí, y tal vez
podamos ayudarle también con eso. – Me dice señalando mi cerveza.
-
Miren, yo busco el refugio de la realidad en
unas cosas, y ustedes en otras. – En el fondo tal vez no seamos tan diferentes.
-
Hijo – me dice ya en la puerta – tienes
salvación. Esperamos verte el domingo.
-
Venga, hasta el domingo – les digo en un tono
desganado y cerrando la puerta en su cara.
-
Entonces, ¿Vendrá, no? – escucho como hablan al
otro lado de la puerta.
-
No lo sé, puede que sí, creo que le hemos
sembrado la semilla de la fe.
-
Si, seguro que sí – escucho su voz un poco más
débil debido a que ya se están alejando.
Me vuelvo a acostar
en el sofá, el lugar donde paso la mayor parte del día. En una mano sostengo mi
cerveza, y en la otra la caña que me hace de mando a distancia desde que éste
se quedó sin pilas. Doy una vuelta a todos los canales mientras siento como la
cerveza aturde poco a poco mis sentidos. Veo los canales de noticias. El
resumen sería paro, corrupción y desahucios. Veo unos instantes de muchas
cosas, hienas apareándose, Belén Esteban y su best seller, el inmortal Jordi
Hurtado, programas de salud, series… No me detengo en ningún canal por más de
quince segundos hasta que veo algo que me llama la atención. Unos dibujos de mi
infancia en los que aparecían cinco hippies con unos anillos mágicos que, al
juntar sus poderes, invocaban al capitán planeta. Una especie de Superman
ecológico con peinado de quinqui que se dedica a patear traseros de los
incívicos empresarios y mafiosos que contaminan de manera exagerada la ciudad.
Es curioso lo que me gustaban de pequeño, y sin embargo la escasa calidad en la
animación que aprecio ahora. La madurez nos hace exigentes, tal vez demasiado. Sigo
haciendo zapping por un rato, hasta que caigo dormido otra vez, escasas tres
horas desde que me he levantado.
-
Hola chicos – dice el capitán Planeta – como
hemos visto en el capítulo de hoy, este país no tiene futuro. Se hunde a una
velocidad considerable, pero puedes no hundirte con él, formando la república
independiente de tu casa – cuánta televisión en mi cabeza. – El pueblo de Villa
Almudena está desierto y rodeado por un fortín. Okupa el fortín y tendrás todo
un pueblo entero para ti, al margen del país. Así pues empieza a estudiar las
leyes de la okupación de tu país. Y hasta aquí nuestro eco consejo de hoy.
¡Hasta la próxima, amigos del planeta!
Al despedirse, en mi
mente, se reproduce la musiquita de los créditos del final de los dibujos. Poco
después despierto. En la tele, que nunca se apaga, están dando un reportaje
sobre pueblos abandonados en lugares remotos de la España profunda. En ese momento
están hablando precisamente de Villa Almudena. Un pueblo abandonado que está
rodeado de un fortín medieval, con inusualmente grandes habitaciones en su
base. De manera que realmente es un edificio, abandonado, y por lo tanto
okupable. No hay tiempo que perder, le hago caso al capitán Planeta, y me pongo
a investigar por internet como están las leyes actuales en lo que a okupación
de edificios se refiere. Es una idea que suena descabellada, pero, tal y como
se me presentan los próximos meses, con el subsidio de desempleo a punto de
finalizar, dos meses de retraso en el pago del alquiler y la luz pendiente de
un inminente corte por impago, no siento que tenga nada que perder. Pasa por mi
cabeza la imagen de un pueblo cuyos habitantes viven en paz y armonía. Al
margen del contexto político del momento. Jamás volver a hablar de recortes, de
derecha o izquierda, ni de monarquía, de desahucios ni de patriotismos sin
sentido. Un pueblo, más que eso, un pequeño país, cuya única restricción sea el
respeto por los demás habitantes. Solo de pensarlo se dibuja una sonrisa en mi
cara. La primera en muchos meses.
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miércoles, 1 de enero de 2014
UN DÍA DE ROL
A veces, la vida, es como un
videojuego de rol, o una aventura gráfica. Te sitúas en un escenario
desconocido en el que tienes que realizar unos movimientos determinados que
sabes que te llevarán a la siguiente fase. Que también puede ser un nuevo
escenario desconocido. O también puedes volver atrás, a lo que ya conoces, y
adquirir experiencia muy lentamente. La
fase en la que me sitúo ahora es el aeropuerto de Praga. Debería ser una de
esas fases cortas y fáciles. Transitorias. Mi objetivo es la siguiente fase
principal: Tokio. Pero hoy hay una dificultad añadida. La espesa niebla ha
impedido que aterrice el avión que tenía que llevarme a Moscú, donde estaba
prevista la escala. Una cosa que me parece extraña de este aeropuerto es que
hay un control de seguridad antes de cada una de las puertas de embarque.
Después del control de seguridad no hay nada. Solo los bancos donde esperar. No
hay tiendas, ni bares ni lugar donde darse un paseo. Pasamos el control de
seguridad, pero parece que algo falla. Ya es casi la hora de embarcar y todavía
nadie nos abre la puerta ni parece dispuesto a atendernos. Me fijo en una chica
joven muy guapa que escucha música en sus auriculares. No tengo nada mejor que hacer en aquella sala
de mala muerte. Tras esperar un buen rato nos dicen que salgamos por donde
hemos entrado que se retrasa el vuelo. A través del arco de seguridad. Nunca
antes había cruzado un arco de seguridad de un aeropuerto en dos direcciones.
¡Quién me hubiera dicho en ese momento que iban a ser cuatro! Le explico al
empleado del aeropuerto que tengo que pillar un vuelo a Tokio en Moscú, y que
solo hay un par de horas entre los dos vuelos, por lo que lo voy a perder, que
si tengo que hacer algo. Me dice que esté tranquilo, que lo primero es llegar a
Moscú, y allí me dirija a los “transfer desks” que me lo solucionarán. No me da
más información. Resignado, salgo de la diminuta sala de espera, y a fuera no
me queda otra que esperar. Acudo a la ventanilla de información, me dice que no
se sabe nada del vuelo a Moscú todavía. Al lado hay unas ventanillas que pone
“transfer”, pero el empleado del
aeropuerto me había dicho claramente que tengo que acudir a las “transfer” una
vez en Moscú. Aquellas que veo al lado de la de información deben de ser para la
gente que tuviera escala en Praga y pierda el vuelo. Es lo que pienso en ese
momento. La mujer de Información no me ayuda en absoluto. Le pregunto una y
otra vez, cada diez o quince minutos aproximadamente. Le explico toda la
historia, que tengo que coger un vuelo a Tokio en Moscú, que lo voy a perder,
que cuando habrá noticias, pero solo dice una y otra vez “todavía no hay
noticias acerca del vuelo a Moscú”. Como uno de esos personajes de relleno de las
ciudades de los juegos de rol, a los que te acercas a hablarles y no hacen más
que repetirte una y otra vez la misma frase, normalmente una frase totalmente
inútil o con información reiterada. Es
un ser humano, pero en su lugar podrían haber puesto una figura de acción de
He-man de esas con un botoncito que al apretarlo dice “por el poder de
Grayskull”. El resultado hubiera sido el mismo, y mucho más barato.
De repente me siento totalmente atascado. Es uno de esos tediosos
niveles en los que tienes un espacio de movilidad muy reducido y no sabes dónde
tienes que apretar el botón o hacer click.
Al cabo de unas horas veo algo cambiar en la pantalla, y un rayo de
esperanza me ilumina. El vuelo a Moscú, que tenía el campo de partida vacío,
ahora marca las 18:30. Son las 12:15, “solo” tengo que esperar seis horas y
cuarto. Luego, una vez en Moscú, ya me aclararán como llegar a Tokio. Me lo ha
dicho claramente el empleado del aeropuerto. Me lo tomo lo mejor que sé. Me
siento al lado de un enchufe, en el suelo, porque no hay asientos al lado delos
enchufes, y me pongo a jugar con el móvil. Así consigo que se me pase más o
menos rápida una hora, pero los juegos ya me aburren y todavía faltan más de
cinco para el vuelo. Compro algo para picar, pero tampoco me excedo, la comida
en el aeropuerto es cara y no me quedan muchas coronas checas. Camino de un
extremo a otro de la sala. Una vez, otra vez, y otra, y otras cuantas también.
La mochila, mi equipaje de mano, pesa bastante y mi espalda se resiente. Decido
sentarme en los sillones que hay para masajes que funcionan con una moneda.
Aunque lo que recibo dista mucho de un buen masaje, me levanto descansado y
camino hasta el extremo opuesto a mi puerta de embarque. Allí veo una tienda
cuya entrada te invita a comprar cerveza a un precio aceptable, para ser un
aeropuerto. Vuelvo al lado de mi puerta de embarque y me siento de nuevo en el
suelo, junto a un enchufe. Me quito los zapatos y bebo la cerveza mientras se
carga el móvil. Me lo tomo lo mejor que sé. Podría ser confundido perfectamente
con un mendigo.
Pasan horas, posiblemente las más aburridas que he pasado en mucho
tiempo. No recuerdo haber pasado tanto aburrimiento desde niño, tal vez. Pero
bueno, finalmente llega la hora, vuelven a abrir el control de seguridad para
entrar en la diminuta sala de espera donde se encuentra la puerta de embarque.
Pasado el control, en la sala de espera, decido quedarme el último de la fila
para entrar en el avión. Estoy emocionado contándoles a mis amigos por el móvil
que por fin voy a coger el avión. Que por fin acaba mi suplicio y voy a pasar a
la siguiente fase. Nada más alejado de la realidad. Cuando llega mi turno, el
empleado, que ya no es el mismo de la vez anterior, supongo que ése debe haber
acabado ya su turno, me dice que no puedo coger el avión. Que tendría que haber
ido a “transfer desk” desde un primer momento para coger no sé qué otro vuelo,
para enganchar en otro lugar con otro vuelo a Tokio. Llaman a la compañía para
ver si me lo pueden solucionar, mientras yo, por un momento, pierdo la calma.
Tras el largo día perdido en el aeropuerto siento como si me arrebatasen una
parte de mí cuando me impiden pillar el vuelo. Deseo saltar sobre el mostrador
y arrancarles las cabezas a los empleados, irracionalmente, solo quiero subir a
ese avión por el que he estado esperando todo el puto día, aun cuando me dicen
que no puedo pillar ningún vuelo a Tokio en Moscú hasta el día siguiente, pues
solo hay uno al día. Es uno de esos momentos en los que desearía que la vida
fuera un poco más parecida el GTA, y no a los juegos de rol, en los que deseo
sacar una recortada de mi bolsillo izquierdo y liarme a tiros hasta llegar a la
cabina del avión que, por supuesto, sé pilotar, y conducir yo mismo hasta Tokio
el vehículo sin pensar en las consecuencias. Las lágrimas de la desesperación
por un momento parece que van a brotar de mis ojos. Pero finalmente me calmo y
les escucho. Tampoco me pueden dar mucha información, me dicen que vaya al
mostrador de Aeroflot, la compañía con la que compré el vuelo, y que allí me
indicarán que hacer.
Así lo
hago, vuelvo a la entrada del aeropuerto, y me dirijo al empleado de Aeroflot,
al que le hago todas las preguntas disponibles en el archivo de mi memoria. Me
soluciona lo del billete, y me lo cambia para el día siguiente Aunque no me
pone menú vegetariano
porque hay que solicitarlo con treinta y seis horas de antelación y no me avisa. Menos mal que siempre viajo con un paquete de cacahuetes en mi inventario. Tengo que recuperar mi equipaje. Me dice que acuda a reclamación de equipajes y voy. Llego a la puerta, nuevo acertijo. Hay un telefonillo con una lista con números y no sé muy bien cual apretar. La lista no es muy clara, y tampoco estoy seguro de si estoy en la terminal uno o dos del aeropuerto. Finalmente me decido por llamar a un número, pero no obtengo respuesta. Como mi paciencia no está al cien por cien ahora mismo, no dudo ni un momento en marcar cualquier otro número. Me lo pillan de la otra terminal y me dice que tengo que llamar al primer número que llamé. Sigo insistiendo hasta que alguien contesta. Me dicen que espere. Al rato me abren la puerta y me dejan pasar tras pedirme que les muestre mi tarjeta de embarque no utilizada. Estoy en las cintas correderas por las que sale el equipaje cuando llegas. Nunca había estado en una sala de estas sin haber pillado previamente un avión. Todo nuevas y “emocionantes” experiencias hoy. Una vez dentro me vuelven a dejar solo sin darme indicaciones de hacia dónde tengo que ir. Acudo al único mostrador en el que veo a alguien, y me dicen que allí no es, que es el mostrador de al lado, donde no hay nadie. Me dicen que espere. No tengo más remedio. Espero. A cualquier persona que pasa por allí con pintas de trabajar en el aeropuerto le pregunto si saben algo sobre quien debería estar en ese mostrador. Pero no obtengo pistas. Más personajes de relleno, de bulto, en el escenario. Tras un rato aparece alguien en el mostrador. Le explico mi situación y llama por teléfono. Me dice que mi equipaje saldrá por la cinta número 12. Que espere. Espero. Espero. La mujer del mostrador desaparece y vuelvo a sentirme abandonado, sin nadie a quien preguntar, esperando a que salga mi equipaje. Pero pasa casi una hora y no sale nada de la cinta doce, ni de ninguna otra. La mujer vuelve a aparecer, le digo que no ha aparecido mi equipaje por la cinta, y vuelve a llamar, me vuelve a decir que espere en la cinta doce, que ya lo subirán. Finalmente aparece. Mi equipaje y otros cuantos más de los que tendrían que haber ido a Moscú, que me demuestran, por suerte, que no he sido el único tonto en perder el vuelo. Ya saben lo que dicen que es consuelo de tontos. Por fin, con mi equipaje vuelvo a casa de mi amiga Klara, que me acoge con amabilidad, y se sorprende de mi historia. Me voy a dormir, melodía de buenas noches, sonidito de restauración de PH y PM y al día siguiente a intentar la misma fase con la energía a tope. Aunque con la experiencia adquirida seguro que la supero con facilidad y menos frustrantemente, pues hago amistad con la chica checa de los auriculares, a quién le sucedió lo mismo que a mí.
porque hay que solicitarlo con treinta y seis horas de antelación y no me avisa. Menos mal que siempre viajo con un paquete de cacahuetes en mi inventario. Tengo que recuperar mi equipaje. Me dice que acuda a reclamación de equipajes y voy. Llego a la puerta, nuevo acertijo. Hay un telefonillo con una lista con números y no sé muy bien cual apretar. La lista no es muy clara, y tampoco estoy seguro de si estoy en la terminal uno o dos del aeropuerto. Finalmente me decido por llamar a un número, pero no obtengo respuesta. Como mi paciencia no está al cien por cien ahora mismo, no dudo ni un momento en marcar cualquier otro número. Me lo pillan de la otra terminal y me dice que tengo que llamar al primer número que llamé. Sigo insistiendo hasta que alguien contesta. Me dicen que espere. Al rato me abren la puerta y me dejan pasar tras pedirme que les muestre mi tarjeta de embarque no utilizada. Estoy en las cintas correderas por las que sale el equipaje cuando llegas. Nunca había estado en una sala de estas sin haber pillado previamente un avión. Todo nuevas y “emocionantes” experiencias hoy. Una vez dentro me vuelven a dejar solo sin darme indicaciones de hacia dónde tengo que ir. Acudo al único mostrador en el que veo a alguien, y me dicen que allí no es, que es el mostrador de al lado, donde no hay nadie. Me dicen que espere. No tengo más remedio. Espero. A cualquier persona que pasa por allí con pintas de trabajar en el aeropuerto le pregunto si saben algo sobre quien debería estar en ese mostrador. Pero no obtengo pistas. Más personajes de relleno, de bulto, en el escenario. Tras un rato aparece alguien en el mostrador. Le explico mi situación y llama por teléfono. Me dice que mi equipaje saldrá por la cinta número 12. Que espere. Espero. Espero. La mujer del mostrador desaparece y vuelvo a sentirme abandonado, sin nadie a quien preguntar, esperando a que salga mi equipaje. Pero pasa casi una hora y no sale nada de la cinta doce, ni de ninguna otra. La mujer vuelve a aparecer, le digo que no ha aparecido mi equipaje por la cinta, y vuelve a llamar, me vuelve a decir que espere en la cinta doce, que ya lo subirán. Finalmente aparece. Mi equipaje y otros cuantos más de los que tendrían que haber ido a Moscú, que me demuestran, por suerte, que no he sido el único tonto en perder el vuelo. Ya saben lo que dicen que es consuelo de tontos. Por fin, con mi equipaje vuelvo a casa de mi amiga Klara, que me acoge con amabilidad, y se sorprende de mi historia. Me voy a dormir, melodía de buenas noches, sonidito de restauración de PH y PM y al día siguiente a intentar la misma fase con la energía a tope. Aunque con la experiencia adquirida seguro que la supero con facilidad y menos frustrantemente, pues hago amistad con la chica checa de los auriculares, a quién le sucedió lo mismo que a mí.
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