Es hora punta en la ajetreada ciudad de Krung Tep, más
conocida como Bangkok. El tráfico apenas avanza y el semáforo se pone en rojo. Mientras
camino por la acera, a lo lejos, diviso a una preciosa chica asomando por la
ventanilla trasera de un autobús. Sus ojos se dirigen hacia mí, y yo no puedo
evitar mantener mi mirada clavada en la suya. Me pierdo en sus pupilas como en
una ciudad desconocida, anhelando descubrir todo aquello que esos ojos rasgados
han visto, y yo no. Sigo mirando mientras camino, no sé por cuánto rato,
¿veinte segundos? ¿treinta?. Puede parecer poco tiempo, pero es bastante
aguantando la mirada con una desconocida. Cuando ya considero que se puede
sentir molesta, o acosada, decido mirar al frente. Pero cuando estoy a punto de
sobrepasarla, no puedo evitarlo y la vuelvo a mirar, y ella me está mirando
todavía, y sonríe, y sonrío, y esa sonrisa nos la llevamos a nuestras casas.
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