Johnny era un joven
de familia campesina al que siempre le había sabido a poco la vida en el campo.
Acabada la educación básica, dejó de estudiar, a pesar de sus buenas notas,
porque le suponía un reto económico demasiado grande. Así que se dedicaba a ayudar
a sus padres en la granja familiar. Cuando anochecía y podía descansar, se
dedicaba a escribir. Afición que se le había despertado en la adolescencia.
Desde hacía años, a través de Internet, seguía los pasos de su escritor
favorito: Mark Farahniuk. Gracias a la web conocía todo sobre este hombre. En
los foros y en las redes sociales, a menudo, el escritor se dedicaba a
responder preguntas a sus fans. En twitter, el escritor tecleaba “abajo el
sistema”. Tecleaba “el consumismo nos mantiene esclavos”. Escribía “la sociedad
del consumo es la decadencia de la humanidad”. Y los ‘favs’ y los ‘rt’ se
disparaban. Escribía “Me gusta desayunar en starbucks coffe”. Escribía “mirad
el nuevo diseño de la camiseta de mi libro” junto a una foto de una chica
luciéndola. Y los números de su cuenta corriente se disparaban.
Johnny, como buen
fan, cogía su libreta, se ponía la camiseta del último libro publicado por Mark
Farahniuk y se iba al starbucks a tomar un café mientras trabajaba en la que
tenía que ser la novela que le situara en el escenario literario. Su historia
iba de alguien que creaba una organización para cambiar el mundo y esta se
ponía en su contra. Un argumento ya utilizado con anterioridad por su escritor
favorito precisamente, pero al que creía poder darle una vuelta de tuerca que
lo hiciera interesante. Llevaba ya más de un año trabajando en ella, y no iba a
abandonarla.” Era una idea cojonuda”, se decía a sí mismo.
Un día, mientras se
tomaba una cerveza de la marca que promocionaba el escritor, Johnny vio una
noticia que le alegró el día. Su escritor iba a dar una conferencia para
promocionar su nueva novela en una ciudad cercana. Solo cobraba treinta dólares por entrar. Un
precio razonable por ver y escuchar a su inspiración máxima en persona. Tal
vez, con un poco de suerte, pudiera hasta hablar con él.
Llegó el gran día.
Le dijo a su padre que ese día no iba a poder ayudar en la granja. Cogió el
autobús y se fue a la ciudad a ver a su ídolo. Llevaba toda la equipación. La
camiseta de la novela, los vaqueros de la marca que el autor afirmaba que eran
de muy buena calidad, el perfume de nombre seductor que aseguraba utilizar, y
una copia del borrador de su novela, que si tenía la oportunidad, le haría
llegar a su querido ídolo. Nada le haría más feliz que el hecho de que su
adorado leyera su novela. Pasó por taquilla, pagó la entrada y se sentó. La
sala estaba abarrotada de gente con camisetas con las portadas de los libros de
Mark Farahniuk, el olor a perfume invadía la sala y abundaban las gafas de
pasta negras, como las del autor. Johnny vio a gente que incluso llevaba gafas
sin cristal, solo para emular a su idolatrado escritor, y pensó que él haría lo
mismo, ya que no tenía problema de visión alguno. Los asistentes, mientras
esperaban a que el maestro de ceremonias apareciera, tarde, intercambiaban
opiniones sobre los libros del autor, sobre la moda que vestía, sobre lo que
comía, sobre la cerveza que bebía y sobre lo de acuerdo que estaban con su
opinión acerca del último bombazo informativo de actualidad. Algunos estaban
90% de acuerdo con él, otros 110%.
Finalmente, media
hora más tarde de lo previsto, el afamado escritor hizo presencia. Habló sobre
la novela que tanto tiempo le había llevado escribir, lo que había querido
retratar en ella y un sinfín de cosas más mientras los fanáticos, todos ateos
porque esa era la postura de su ídolo, divinificaban al escritor admirando
absolutamente cualquier cosa que dijera o hiciera. Por absurda que fuera.
Farahniuk concluyó su habladuría invitando a los asistentes a comprarle el
libro allí mismo, puesto que tendrían un pequeño descuento, mucho más pequeño
que el precio de la entrada, una vez finalizada la ronda de preguntas.
Durante la ronda de
preguntas, Johnny se pasó todo el rato con la mano levantada. Había tantas
preguntas que quería hacerle que no sabía cuál escogería. Pero veía cómo iba
pasando el tiempo y el escritor iba señalando y contestando a otras personas.
Mayoritariamente a chicas de buen ver. Johnny se enfadaba un poco cada vez que
no le preguntaba a él. No podía ser, él era su mejor fan, y le estaba ignorando
por completo. Se acabó el tiempo y el chico no pudo intercambiar ni una palabra
con su ídolo. Pero le quedaba una esperanza. La firma de libros. Tras pagar
veinte dólares por el libro, con el descuento, se puso en la larga cola para
que le firmara su ejemplar. Esperó una hora y el autor dijo que se había
acabado el tiempo de firmas cuando todavía quedaban tres o cuatros personas
antes que él. Pero Johnny no se iba a dar por vencido. Cuando el autor desapareció
por detrás del escenario en el que había dado su charla, Johnny burló la
seguridad y fue tras él.
-
¡Ey, Mark, Mark! – Llamó su atención el joven.
-
¿Pero qué coño…? – dijo el autor dándose la
vuelta.
-
Hola, me llamo Johnny, soy tu fan número uno.
Tengo todos tus libros, y cuando sale la edición especial un par de meses
después de su lanzamiento, me la compro también. Y, bueno, creo que merezco un
poco de tu atención.
-
Por favor, déjame tranquilo, el tiempo de la
conferencia ya se ha alargado más de lo previsto.
-
Ya, pero de verdad, quería, necesitaba darte esto
– dijo Johnny extendiendo sus brazos sujetando el borrador de su novela.
-
¿Y yo para qué lo quiero? No soy editor –
replicó el escritor.
-
Ya, pero te admiro mucho. Solo el hecho de que
leyeras mi primera novela sería un gran honor para mí, y si pudieras darme tu
opinión, me harías el hombre más feliz del mundo.
-
Paso, no tengo tiempo – contestó el afamado
escritor dándose la vuelta.
-
Por favor Mark – dijo el chico arrodillándose –
te lo suplico.
Sorprendido, el escritor se dio la vuelta y se acercó a su
fan.
-
Levántate – le dijo
Y al ver que el
chico no reaccionaba ¡slap! le dio
una bofetada en la cara que casi lo tumba a la vez que los folios de su
borrador se saltaron por los aires desperdigándose por toda la sala. Hecho que
sucedió a cámara lenta, en plan dramático.
-
¡Eres un hombre patético! – le gritó el escritor
- ¡Los hombres jamás se arrodillan ante otros hombres!... Si divinizas a un
semejante, siempre serás un inferior. Vete de aquí, no quiero volver a verte.
Johnny salió de allí derrotado. Se fue en dirección a la
parada de autobús para ir a su casa. No podía parar de llorar. Por el camino,
tiró su borrador a la basura. Había dejado de admirar a su autor favorito,
precisamente, la única vez que éste había hecho algo por él. Su próximo relato
sería algo totalmente distinto, alejado de la influencia de Mark Farahniuk.
Grande Bartu!
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